La decadencia institucional prolongada produce una costra que inmuniza contra las malas prácticas, el dolor, la injusticia y la corrupción. La permanencia de esa corteza endurecida e insensible llega a convencer de que cualquier intento de curarla es vano, y de que los que la denuncien terminarán expulsados por violar la omertá. En “Trucumán” sobran los ejemplos de este mercado de represalias. Debe ser por eso que la serie “New Amsterdam” -disponible en Netflix- resulta tan atrapante. La producción de la NBC cuenta las peripecias de un médico joven, Max Goodwin (Ryan Eggold), que llega a la dirección del hospital público más antiguo de los Estados Unidos, el New Amsterdam, y se propone transformarlo en un modelo de servicio comunitario. Basada en la experiencia real de Eric Manheimer, autor de “Doce pacientes: vida y muerte en el hospital de Bellevue”, la serie recuerda algo tan simple como que a las instituciones las hacen sus integrantes y que la calidad de aquellas está en relación directa con los valores humanos de estos, más allá de sus títulos e idoneidad técnica.
Un aspecto determinante del modelo de Goodwin es el rechazo sin matices a los médicos que descreen de la medicina, y la imposibilidad de “hacer la vista gorda” o de “mirar hacia el costado” cuando descubre un error. En su filosofía, cada integrante del New Amsterdam cumple una función esencial en un equipo donde todos, incluido el director, corren a la par la misma carrera contra el tiempo en pos de alcanzar el objetivo de salvar vidas. Ese sistema de bien común se nutre de un proceso de mejora constante y de exclusión de quienes no están a la altura de las circunstancias, como dice el tópico. Es precisamente lo opuesto a lo que ocurre en un número abrumador de organismos públicos locales, entre ellos la Justicia de Paz. Viene a cuento el contraste: esta organización debería ser la puerta de entrada a los Tribunales para quienes están más aislados, y expuestos a abusos de poder y vulneraciones, pero, salvo excepciones contadas, languidece desde hace décadas víctima de su transformación en un aparato burocrático atrasado al servicio de intereses que nada tienen que ver con su función original de “hospital jurídico” de las poblaciones pequeñas.
Los antecedentes de Alberto Lídoro Macedo, juez de Paz de San Pablo trasladado por conflictos múltiples a Estación Aráoz (Leales), expresan el grado mayúsculo de deterioro de esta entidad y hasta dónde la degradación es consecuencia de un sistema de impunidad que fomentan los poderes políticos. Tal era el contexto de reincidencia generalizada en la falta endilgada a este funcionario que en 2019 la Corte decretó “no va más”. Tras más de dos años de trámite, el cuarto sumario administrativo concluyó más o menos que el juez de Paz se había cansado de transgredir sus obligaciones, y que a ello se sumaba un número significativo de acusaciones de violencia de género y doméstica, incluida una medida de restricción de acercamiento. No les resultó fácil a los vocales Claudia Sbdar y Daniel Posse, y al camarista Alberto Acosta solicitar a la comisión de Juicio Político de la Legislatura que procediera a analizar la investigación interna, y promoviera la destitución de Macedo. Ocurre que este, más allá de ser fruto del nepotismo que generó la familia judicial, goza de un respaldo político acorde al volumen elevado de fechorías que se le imputan. Dicho y hecho: por primera vez los legisladores descendieron un escalón más en la escalera de la degradación y desecharon una denuncia de mal desempeño procedente de la Corte. Este blindaje nunca visto fue conferido por algunos parlamentarios que siguen en Juicio Político, como los peronistas Zacarías Khoder (presidente), Enrique Bethencourt, Reneé Ramírez, Graciela Gutiérrez y Norma Reyes Elías. Sólo el radical Eudoro Aráoz se opuso al salvataje de alguien considerado insalvable por sus superiores.
La parte desgarradora de esta declinación legislativa de las facultades de control es que ni siquiera sirvió como susto. Porque, según la descripción que hicieron los vocales Sbdar, Antonio Daniel Estofán, Posse, Daniel Leiva y Eleonora Rodríguez Campos, al mismo tiempo que Juicio Político archivaba las actuaciones, Macedo ya estaba perpetrando nuevas irregularidades. Tras otros dos años de análisis de estos hechos nuevos -comprenden desde la falsificación de actas hasta la presión indebida de colaboradores, según la Acordada 316/21-, la Corte dispuso la apertura del quinto sumario desde 2011, todo un récord disciplinario que por su gravedad supera hasta al legajo de 15 traslados en 25 años del ex prosecretario Alejandro Vallejo, a quien el alto tribunal cesanteó el año pasado luego de que aquel amenazara a unos vigilantes de la cuarentena con “hacerles armar una causa penal”. Fue aquel escándalo el que llevó a Estofán a garantizar que “se habían acabado los padrinos en el Poder Judicial”.
El caso es que a Macedo no le dio ni la tos y mantuvo incluso la recaudación de ingresos informales adicionales al salario oficial derivada de los matrimonios a domicilio. Esta prestación terminó de distorsionar a la Justicia de Paz, donde algunos se dedicaron a engordar un negocio: pese a los reproches que generaron los excesos, y a las promesas de regulación y transparencia provenientes de la Legislatura y del Gobierno, el funcionario continuó tomando sin permiso los libros y haciendo bodas allí donde lo contrataran, según la Corte. Es posible que en esa desaprensión no sólo haya influido el archivo de su propia denuncia, sino también la vicisitud de que Juicio Político descartó asimismo los cuestionamientos dirigidos hacia otros pares dados a casar en Santiago del Estero y Salta. En contraste con la voluntad férrea para cobrar a los novios que lo convocaban a sus fiestas, la Acordada 316/21 relata que Macedo dejó plantada y sin explicaciones a una pareja que acudió con sus familiares a dar el “sí” en la sede de Estación Aráoz. Al director del New Amsterdam este “detalle” le bastaría para poner el grito en el cielo, aunque ello le costara el puesto. Aquí la costra naturaliza el aplastamiento y la impiedad con los débiles, pero no muere el sueño de que un buen día llegue un Goodwin y levante la Justicia de Paz.