El desolador panorama descripto por el Director Ejecutivo de la Fundación León, respecto a la falta de educación y la pobreza (09/04), solo ratifica lo sostenido por los especialistas desde hace años: a menor educación, mayor pobreza. Se avizora, por lo tanto, un preocupante futuro para miles de niños y jóvenes, que verán truncadas sus aspiraciones de una justa inclusión educativa y laboral, producto de la desidia de los responsables de "educar al soberano".
Ningún país se puede jactar de un crecimiento económico, si no es acompañado por un crecimiento educativo. Vemos con tristeza el pobrísimo cocimiento de la mayoría de los chicos que egresan del secundario, los que no saben interpretar un texto, y menos diferenciar las funciones que cumplen un diputado y un senador, por ejemplo. Esta grave falencia solo contribuye a que insensibles y despreciables políticos y gobernantes, se aprovechen de la ignorancia de mucha gente, pobre y no tan pobre, para lograr sus oscuros e infames intereses, lo que ahonda aún más la tremenda desigualdad social, económica y educativa existente.
Los responsables del área educativa, con el ministro a la cabeza, deben instrumentar los medios para rescatar a los que dejaron sus estudios y volverlos al hábitat educativo, brindándoles la tecnología necesaria, al tiempo de mantener en buen estado las escuelas, como asimismo vacunar y abonar un sueldo justo y digno al personal docente. De lo contrario deberían renunciar y dejar su lugar a personas competentes y con ganas de erradicar, a través del conocimiento, esta maldita pobreza.
El escritor mexicano Carlos Fuentes escribió: "La solución a los diversos males de la América Latina (corrupción, malos gobiernos, violencia y desigualdades sociales) pasa por tres postulados: primero, educación; segundo, educación y tercero, educación. Es elemental. Si se invirtiera correctamente en educación lo demás vendría por añadidura, sería una consecuencia lógica". Que los responsables, reitero, hagan algo urgente para instruir a los que menos saben, y liberarlos de una injusta e inmerecida ignorancia.
Ramón Alfredo Maldones