En 1983 el profesor Román Álvarez Rodríguez (Universidad de Salamanca) publicó un estudio casi imprescindible a la hora de abordar la novela histórica inglesa: Origen y evolución de la novela histórica inglesa, y allí asevera que la originalidad del escritor escocés Walter Scott radica en “haber hallado la expresión equilibrada –el lenguaje reconciliador– capaz de sintetizar literariamente en imágenes y personajes vivos ese material histórico”, es decir, esa armonía entre el pasado y el presente gracias al lenguaje despojado del matiz arcaizante.
Mi lectura de La cabeza de Ramírez me permitió rememorar la cita de Álvarez Rodríguez desde sus primeros capítulos que, para la diégesis de la novela, son los últimos.
Distingo varios procedimientos estilísticos que enriquecen la lectura y fortalecen el tejido narrativo con una maestría que pivota entre la justa adjetivación y el potencial histórico volcado en la claridad de su escritura, cuya focalización se explaya entre tres hilos diegéticos entrelazados: el del contexto socio-histórico, el del protagonista y el de sus mujeres; respecto a este último hilo hay que señalar que es el que posee menor cantidad de capítulos pero de una intensidad considerable a la hora de entender los otros dos hilos diegéticos.
Estos hilos narrativos de la novela sostienen los capítulos, que en su brevedad se destacan por la intensificación escrituraria, o sea, por la potencialidad narrativa. Son capítulos que impregnan al lector de imágenes sobrecargadas de significación, lo que los convierte en postales de ficción que se valen por sí mismos. Este es un aspecto comparable con los Veinte poemas para ser leídos en el tranvía, de Oliverio Girondo (1922), no por lo vanguardista ni por lo poético, sino por el magma estético de cada capítulo, tal como si fueran postales fotográficas, y en los cuales el lector es interpelado para moverse entre la historia y la ficción a partir de su propia lectura.
Nada mejor que dejarse sumergir en la periferia de nuestra historia y ahondar en este microuniverso lejano y cercano al mismo tiempo.
En este 2021, y a 200 años del asesinato de Ramírez, esta novela merece su lectura, sus múltiples lecturas.
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Por Damián Leandro Sarro