Sin dudas, resulta complicado cambiar la organización del sistema educativo, modificar sus hábitos, rutinas y conductas, y, por lo tanto, esperar resultados diferentes. Estamos frente a un cuerpo vivo con una gran inmunidad hacia propuestas de diseños alternativos, que ha aprendido a resistir por resistir, con el único afán de perdurarse de la misma manera y beneficiarse de sí mismo. Estamos frente a un ejército de anticuerpos, alistado para dar batalla, agazapado para sobre reaccionar coordinadamente si es convocado, enfocado en impedir y bloquear modificaciones. Estamos frente a un sistema que goza de excelente salud para sobrevivir, pero que es incapaz de rendir. Un sistema que se presenta puntualmente a clase cada año, en modalidad presencial o virtual, como si todo estuviese bien.
No estoy sugiriendo que a este sistema se lo deba abandonar, liberándolo a su suerte, mientras se diseña otro sistema en paralelo, concebido desde cero. Se podría hacer, pero resulta que los recursos no son infinitos, y construir un sistema educativo nuevo no solo insumiría creatividad, energía y mucho tiempo, sino principalmente toneladas de dinero. Y, en la mayoría de los casos de los países de la región, esos dineros provienen de las arcas del Estado, así que son especialmente finitos. Por lo tanto, resultaría inaceptable semejante derroche de recursos públicos, simplemente porque no se tiene el coraje político de enfrentarse con tantos anticuerpos, desmantelando tantas resistencias.
Tampoco pretendo ni espero que un grupo de docentes se auto inmole por una causa de tamaña magnitud y complejidad. Reconozco que existen docentes creativos, corajudos, persistentes, resilientes, que hacen un trabajo magnífico. Disfruto sus logros, y admiro su vocación y generosidad. Sin embargo, estos docentes, si bien les cambian la vida a sus alumnos, no mueven las grandes poleas del sistema. Pretender que internamente se pongan de acuerdo y encarnen una suerte de revolución interna, un ‘alzamiento’ contra el conservadurismo o a favor de las causas de la época, es una sonsera. El sistema actual ahoga y asfixia con mucha eficacia esas actitudes, ya sea con argumentos y militancia, o simplemente dando la espalda, lo que se siente de igual manera.
El camino de la formación y capacitación docente es una avenida y estrategia que muchos gobiernos han probado para reformar el sistema, por ahora sin muchos resultados concretos. Si bien encuentro correcto y razonable modificar las mallas de contenidos formativos de los docentes ingresantes al sistema, al tiempo de bañar con esos mismos saberes y lenguajes a los docentes ya en ejercicio, verifico que el camino propuesto para alterar masivamente las prácticas docentes es largo, lento y difícil de auditar. En la práctica, el posible efecto transformador se diluye a medida que avanza, se le va mojando la pólvora de la disrupción, aun cuando los docentes hayan logrado capitalizar los nuevos saberes e incorporado las nuevas herramientas. La línea de montaje de la ‘fabricación’ de un graduado sigue funcionando de la misma manera.
Prototipar también es una opción razonable. Testear modelos y formatos a pequeña escala, en ambientes controlados, jugando con la modificación de variables y controlando contra grupos testigo es un ejercicio valioso, que suele proveer evidencias empíricas sólidas y argumentos persuasivos. Sin embargo, escalar esos prototipos y llevarlos al gran volumen del sistema suele toparse con los mismos agentes bloqueantes, con los mismos anticuerpos, argumentando que lo que sirve en un contexto determinado no es extensible a otros. Una falacia que desafía la propia lógica de cómo se piensan y construyen los prototipos, una picardía que desvía la atención de las verdaderas bondades de un modelo adecuadamente testeado. Así, los prototipos finalizan fundiéndose con las prácticas habituales, perdiendo su lógica, y licuando su impacto en los aprendizajes.
Todo lo anterior me permite concluir que lo que verdaderamente hacen falta son ideas, nuevas ideas, ideas virus, que reúnan la bondad de la sencillez con la cualidad de la capacidad de infección. Ideas tan sencillas como que los alumnos pueden enseñar, o que los docentes deben volverse aprendices, o que la escuela debe enseñar tanto como el club de barrio o el hogar, o que sin medición no hay aprendizaje. Ideas de apariencia invisibles, hasta algo ingenuas, que puedan infectar los diálogos cotidianos sin grandes resistencias, trascender las agendas de los ‘expertos’, e inocularse en la opinión pública sin síntomas aparentes.
Debemos devolver la confianza al poder de las buenas ideas. Las buenas ideas no requieran ser ni grandes, ni complejas. El aclamado discurso de Martin Luther King se centró en una idea sencilla: yo creo. El recordado discurso de Steve Jobs en una ceremonia de graduación, lo mismo: conectar los puntos hacia atrás, y lanzarse sin miedo hacia el futuro. La charla TED de Ken Robinson comparó el afán de la titulación con el fenómeno de la inflación. ¿Quién no conoce los efectos dañinos que posee la inflación? Simon Sinek y su círculo dorado: porqué, cómo y qué, conectando a las empresas más sofisticadas con la experiencia de los hermanos Wright. Derek Sivers y la importancia de atender a los primeros seguidores para iniciar un movimiento. Sugata Mitra nos provocó hace ya 20 años con su investigación del agujero en la pared, en barrios humildes de Nueva Deli, India, y lo sintetizó en una idea virus: los niños aprenden cuando quieren. Esa idea, sencilla y poderosa a la vez, dio origen a toda una línea de investigación, a la teoría del aprendizaje mínimamente intervenido, y al diseño de nuevas aulas.
Las ideas virus poseen un atributo clave, y es que pueden nacer en cualquier lugar, en cualquier circunstancia, especialmente en educación, y no necesariamente deben ir acompañadas de un corpus explicativo robusto ni elaborado. Todos educamos y fuimos educados, aun cuando el proceso haya resultado deficitario o incompleto. Todos saboreamos ese néctar, conocimos la experiencia, y eso nos habilita a participar en ese flujo de ideas que pensamos pueden ser reveladoras, rectificadoras de conductas. Sabemos de qué trata enseñar, estudiar, aprender, comprender, argumentar, debatir. Cuando Maradona dice entre lágrimas que ‘la pelota no se mancha’, a todos los amantes del fútbol se nos graba a fuego la idea y el principio, por encima del protagonista o vocero de turno. Cuando un joven Clinton dice al entonces presidente de los Estados Unidos ‘es la economía, estúpido’, todo lo demás queda en un segundo orden. Simple, contundente, comprensible por cualquiera, apropiable.
Es importante remarcar que las ideas virus, para comportarse de tal manera, deben reconocer el territorio de prácticas y actores que colonizan el sistema que se desea infectar. Como los virus, deben encontrar un territorio amigable y fértil en donde hacer pie, deben alimentarse de cosas que ocurren allí adentro para lograr replicabilidad y vitalidad a partir de situaciones cotidianas. Si decimos que los niños pueden enseñar, rápidamente reconoceremos que todos los alumnos viven situaciones diarias que los sitúan en condición de potenciales enseñadores, pero que nadie toma en consideración. Y la misma recurrencia de situaciones encontraríamos si decimos que las notas absolutas sean reemplazadas por progresos relativos, o que las evaluaciones sean grupales y no individuales, o que se trabaje en proyectos en vez de disciplinas.
Las ideas virus, o ideas con capacidad de viralización dentro del sistema educativo, deben servirnos para romper el diseño actual del sistema, no el sistema. Tener un sistema es útil, pero no cualquier sistema. Tenemos un severo problema de diseño, de distribución de energía humana, que está malgastando el tiempo de muchos, los recursos del Estado, y el futuro de millones de niños. Y nadie se anima a romperlo, nadie quiere asumir el costo de implosionarlo, a pesar de cómo rinde. Nadie se atreve a hacer frente a tanto anticuerpo y militancia. Bajo el pretexto de la prudencia, los que podrían imprimirle cambios al diseño educativo no logran juntar valor para hacerlo. Mientras ello siga ocurriendo, como colectivo, todos seguiremos siendo cómplices de hipotecar el futuro de nuestros niños y jóvenes.