Apenas es necesario salir a la calle para confirmar que San Miguel de Tucumán es una ciudad inundada por las pérdidas de agua potables y de residuos cloacales. Están en casi todas las esquinas, en cualquier barrio y, en muchos casos, desde hace años. No son decenas, ni cientos. Son miles. Y varios. En un breve recorrido, de sur a oeste, nuestro reportero gráfico Diego Aráoz se encontró con enormes charcos, bocas de tormentas colapsadas, cráteres en medio del pavimento y larguísimos ríos de líquidos, la mayoría de las veces insalubres y pestilentes.
Hace unos años ya que la Municipalidad de la capital mantiene disputas legales con Sociedad Aguas del Tucumán (SAT) debido a la incalculable cantidad de cañería destruida por las que brotan millones de litros de agua.
Las dificultades operativas de la empresa estatal acarreó inconvenientes similares en Yerba Buena, en Tafí Viejo, en Banda del Río Salí y en Alderetes, porque está claro que el problema del líquido derramado no es exclusivos de los capitalinos.
Con cubiertas viejas, escobas y cajones de frutas se improvisan estos monolitos urbanos para advertir a los conductores de la existencia de un pozo, como hicieron los vecinos de Ayacucho y La Plata.
Levantar los pies y cerrar las ventanillas son casi un acto reflejos de los tucumanos, incluso si viajan en colectivo. Porque cada vez son menos las esquina secas que quedan por la ciudad.