“Muchos me decían que iba a destruir la economía con la cuarentena. Si el dilema es la economía o la vida, yo elijo la vida. Después veremos cómo ordenar la economía”. Era 23 de marzo de 2020 y el aislamiento social, preventivo y obligatorio (ASPO) acababa de empezar. El presidente Alberto Fernández se mostraba convencido de que la Argentina manejaría con éxito el avance de la pandemia gracias a restricciones estrictas y tempranas, costaran lo que debieran costar. El país, que ya llevaba más de dos años consecutivos de recesión, recién contaba unos 300 casos de coronavirus y cuatro fallecidos.
Una vuelta solar después, las cifras del presente asustarían a cualquier habitante de aquel histórico marzo. Con más de 2,2 millones de contagios y unas 54.000 víctimas mortales, la Argentina quedó lejos del éxito sanitario que alguna vez los gobernantes exhibieron con orgullo. También se hundió en materia económica.
“A todos nos preocupa la economía, pero más nos preocupa la salud de la gente”, insistía Fernández en mayo de 2020. Semanas antes, sin embargo, afirmaba: “el dilema entre economía y salud es falso”.
Mientras los conceptos eran debatidos entre contradicciones, la población sumaba día a día más pobreza, más desempleo y más infectados. Para millones de ciudadanos cuya subsistencia depende del día a día, el eslogan “quedate en casa” resultaba cada vez más díficil de cumplir.
La peor recesión mundial en 70 años, nada más y nada menos que desde la Segunda Guerra Mundial, encontró a la Argentina en un momento vulnerable de crisis. Sin acceso al crédito y con indicadores socioeconómicos sensibles, el margen de acción estatal -coinciden los especialistas- era escaso.
El escenario hoy es de una estanflación agravada: la actividad económica se desplomó un 10% en 2020, la inflación interanual ronda el 40% y el desempleo promedia el 12% (el nivel de inactividad real es mayor).
Al menos 3 millones de argentinos han caído en la pobreza, que es superior al 40%, y las estadísticas oficiales muestran que los salarios corren sin éxito detrás de los precios. Según la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME), en un año cerraron 90.700 locales y 41.200 PyMEs.
"El país está más empobrecido. A la crisis cambiaria que se inició en 2018 se le sumó la pandemia y el confinamiento. Para saber cómo ha impactado esto en el bolsillo de la población, hay que mirar el mercado laboral: durante la cuarentena extrema, unas 2,5 millones de personas han perdido el empleo sólo en los grandes centros urbanos. Con las flexibilizaciones se reincorporaron los cuentapropistas: hablamos de millones que se han quedado en la inactividad y que ya no reciben asistencia estatal. Son hogares sin ingresos, en la pobreza”, explicó a LA GACETA Jorge Colina, titular del Instituto para el Desarrollo Social Argentino (Idesa).
Otro de los indicadores que permite dimensionar el colapso económico es la renta per cápita, que se obtiene al dividir el Producto Bruto Interno (PBI) entre la población. A la Argentina le llevará al menos cinco años recuperar los niveles previos a la pandemia. “Si las cosas salen como espera el Gobierno, con un crecimiento de 6% este año, recién después de 2023 volveríamos al PBI que había en 2019. Pero la población, el divisor, será mayor”, analizó el economista. “Hoy estamos un 20% por debajo del máximo de 2011 en términos de volúmenes de producción”, especificó sobre el índice per cápita Fernando Marengo, socio del estudio Arriazu Macroanalistas.
Inflación y elecciones
La Argentina cerró el año pasado con un déficit fiscal del 6,5% del PBI. “Sin acceso al crédito, se tuvo que apelar a la emisión monetaria para financiar las asistencias estatales como el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE). La inflación seguramente se va a mantener en un 4% mensual. Eso nos da un 50% anual”, proyectó Colina. El objetivo del ministro de Economía, Martín Guzmán, aún es que sea del 29%. “No hay una política antiinflacionaria más que el control de precios y del tipo de cambio”, criticó y desestimó que el consumo pueda incrementarse pronto pese a las elecciones.
Marengo coincidió en que el país atraviesa un escenario inflacionario que se ha acelerado tras las flexibilizaciones del último trimestre de 2020. “La implosión económica generó una caída en los ingresos que la mayoría de los gobiernos financiaron con emisión. Cuando la gente volvió a movilizarse, la actividad y la recaudación comenzaron a recuperarse de a poco. Actuaron los estabilizadores automáticos y se redujo el gasto. Eso sucedió en todo el mundo; el tema es que en Argentina la pandemia profundizó problemas que vienen desde hace una década: no hay crecimiento, no se crea empleo privado registrado y continúa la historia inflacionaria”, ahondó.
Según el economista, el “importante crecimiento” esperado para este año se explica por efecto del arrastre estadístico. “Cuando se compare una actividad entre abril de 2020 y de 2021, obviamente dará números elevados porque estaba todo cerrado”, ejemplificó. A pesar de los impulsos externos, como la suba del precio de las materias primas, Marengo consideró que el Gobierno nacional priorizará expandir el gasto antes que adoptar necesarias medidas de corrección fiscal. “Volvemos a la dinámica de los años pares (caída) e impares (recuperación) por las elecciones”, interpretó.
“El aislamiento total, que hace un año era la única forma de contener el virus, atenta inevitablemente contra la base de la economía moderna que se basa en el intercambio y en la especialización. La pandemia nos golpeó como a todo el mundo y cualquier indicador que se compare con el pasado será peor, pero Argentina viene mal desde antes -reflexionó el especialista desde Buenos Aires-. Hoy el desempleo es mayor, el déficit fiscal es más alto, el poder de compra es menor, hay menos reservas y cuesta más generar empleo privado registrado”.
En definitiva, a un año de pandemia, la generación total de riqueza es menor y su distribución es más desigual que antes. Hoy la distancia entre ricos y pobres es oceánica, y no hay previsiones -dicen los expertos- de que los flagelos sociales profundizados desde aquel primer ASPO vayan a revertirse de forma sostenible, al menos en un futuro cercano. Con una insuficiente recuperación económica a la vista, estos son los tiempos de los bolsillos magros.