Pedro Pablo Opeka: El fruto no cae muy lejos del árbol

Pedro Pablo Opeka: El fruto no cae muy lejos del árbol

CONSAGRACIÓN Y ENTREGA. “Nací dos veces. Una vez en San Martín, Buenos Aires, y otra en Madagascar”, sostuvo Opeka acerca de su propia vida. CONSAGRACIÓN Y ENTREGA. “Nací dos veces. Una vez en San Martín, Buenos Aires, y otra en Madagascar”, sostuvo Opeka acerca de su propia vida.
14 Marzo 2021

Mayo de 1945. Noche plena. En medio de paisajes boscosos se ofrece el río Sava como un salvoconducto hacia la libertad y el prisionero se debate entre tirarse y nadar con sus deshilachadas fuerzas o quedarse en el extremo a esperar la muerte. O tal vez no. La tercera es la vencida, se dice y rememora la sucesión endiablada que lo puso allí, a esa hora precisa de la noche, en ese bosque de Eslovenia, al borde de ese Rio. El golpe al guardia y él rodando por la barranca de la colina alta donde los habían conducido para fusilarlos. Recuerda también las balas bailar desaforadas a su alrededor. Caí en los sembradíos de trigo y me dieron por muerto al cabo de un tiempo. Y entonces son noches caminando, casi arrastrándose, flaquísimo, exangüe. Conoce el camino y traza el itinerario que lo llevara hacia Italia donde la libertad lo aguarda. Durante el día pues, se esconde y luego sigue y sigue y sigue porque no hay otra. Llega así al campo de refugiados de Senigalia, en la provincia de Ancón, Italia.

El que relata esto a sus hijos muchos años más tarde, Luis Opeka, no tiene idea aún, que además de libertad encontraría el amor floreciendo en campos minados pero esa es otra historia.

En un universo paralelo, su destino (o su Providencia) viaja en camión desde Eslovenia.

Mi madre, Maria Marolt, junto a su padre y cuatro hermanos fueron llevados hacia el mismo campo de refugiados, cuenta Luba Opeka desde este presente luminoso. Mientras el camión rodaba por el Veneto y sus verdes llanuras, pasan por Padua y la joven alcanza a divisar la silueta de la Iglesia de San Antonio y entonces eleva una plegaria al aire.

Al tiempo que María llegaba, el santito de los novios le tenía preparado un regalo. Luis Opeka, 28 años, fugitivo anti-comunista católico, refugiado, se conoce con María, de 23, en el campo, que no era un campo de rosas precisamente, se enamoran y se casan en la Capilla de la Sagrada Familia en Loreto. La familia Opeka Marolt había nacido.

76 años más tarde, Pedro -el hijo cura- camina con niños en la claridad del día, sobre un basural de Antananarivo, Madagascar, al lado del cual ha construido una fortaleza para la esperanza: 17 pueblos habitados por 25.000 personas y compuesto de 3.000 casas, 5 jardines de infantes, 4 escuelas, un liceo para mayores, 4 bibliotecas para 13.000 niños escolarizados. Más de 500.000 personas, se estima fueron salvadas de la pobreza extrema desde la creación del movimiento de Pedro y sus voluntarios. Los suecos del Nobel vuelven a rendirse a sus pies: “Los esfuerzos humanitarios del misionero y sus colaboradores en Madagascar se han convertido en un proyecto de paz global en la lucha contra la pobreza, la marginación y la injusticia, para que los pobres de todo el mundo puedan llevar una vida digna”, sentencia el Comité de la Paz al anunciar su nueva nominación y van… El tiempo ha pasado y aunque Luis ha muerto ambos permanecen unidos por el hilo sagrado de la filiación. Y por muchos otros.

¿Pero cómo fue que una familia de fugitivos de la Eslovenia del Mariscal Tito habiendo arribado a Argentina con una mano atrás y otra adelante haya sido el nido de este hombre multi-premiado mundialmente en cuestión de tan pocos años?

Un día, los Opeka-Marolt, María, Luis y la bebe Bernarda en una vieja valija a modo de cuna, y Pedro en ciernes, se encuentran en un barco con destino improbable navegando hacia un país de cuatro sílabas y música de promesas: La Argentina. Aquí nació Pedro, el 29 de junio de 1947, cuenta Bernarda Opeka, uno de los 7 frutos del matrimonio.

Tiene la cabeza de un Obispo exclama el padre, imaginando prematuramente una mitra sobre su cabecita portentosa.

Era la fiesta de San Pedro y San Pablo y así lo llamaron. Pedro Pablo Opeka.

Salió con el fervor de Pedro y la fortaleza de Pablo, cuenta la hermana mayor exultante.

Nos mudamos a Ramos Mejías que es donde mi papá había levantado la casa. El trabajaba en Eslovenia en el campo, pero tuvo que aprender a construir y se convirtió en albañil y maestro mayor de obras.

Y allí aparecen Helena, Mariana, Luis, Luba, Lucía e Isabel y vinieron a completar este pesebre populoso y feliz.

Cuando Pedro tenía 8 años más o menos, jugaba a oficiar la misa. Se ponía de espaldas ya que en ese tiempo la misa se oficiaba en latín y de espalda. El armario tenía muchos cajoncitos y el simulaba que era el Sagrario y hasta hablaba en latín y nos hacía cantar. ¡¡Y ojo con que no cantásemos!!

Mi mamá siempre rezó para tener un hijo sacerdote, apunta Luba.

Cuando mi hermano tenía 15 años sintió el llamado de la vocación, pero también amaba el futbol. El es de independiente y se fue a probar al club.

Mi mama le dijo: O se trabaja para la gloria de Dios o se trabaja para la gloria de los hombres.

1965. Pedro comienza a estudiar Filosofía y Teología en el Colegio Máximo de San Miguel. Durante esos años de formación además de misionar, construye casas en Salta y Formosa, para los matacos, y luego decide volver sobre los pasos de su padre y continuar su formación allí donde todo empezó: Eslovenia. En suma recoge el hilo de Ariadna solo que de atrás para adelante.

En la Madre Patria vedada de Luis, el hijo continua su formación sacerdotal en la Universidad de Liubliana y en 1971 desembarca en una Francia semi-esquizofrénica, a estudiar en el prestigioso Institut Catholique de París donde tirando caños en el patio conoce a quien sería capital en el despegue de su futura obra: Gilbert Mitterrand, ¿les suena el apellido?

Lo cierto es que en ese año de esa Francia flower power donde Pedro Pablo llega a vender zapatos para poder permanecer, es que tal vez, seducido por el perfume anárquico del post mayo del 68, el futuro sacerdote se toma un año sabático para decidir si finalmente será hombre de Dios o del mundo. Y fue volver con la vocación clarísima y una decisión firme: sería misionero en África.

Pasan los años y en 1975 Pedro Pablo es enviado a Vangaindrano, Madagascar, donde trabaja en los arrozales codo a codo con los campesinos y contrae paludismo y parasitosis. Tenía un zoológico en los intestinos, cuenta Pedro mientras se ríe. Sus superiores entonces lo nombran director del Seminario de Antananarivo.

Y así fue como un día paseando por las calles de esta ciudad, enmarcada en este país que ostenta el record de ser la Octava economía más pobre del mundo, ve algo que lo hace nacer una segunda vez: en un basural gigantesco unos niños revuelven los desechos buscando comida.

Vuelve a su habitación, cuenta Luba 46 años después, se arrodilla con las pocas fuerzas que le quedan y le pide a Dios que lo salve para poder sacar a esas personas de esa vida que no era humana.

Nací dos veces. Una vez en San Martín, Buenos Aires, y otra en Madagascar, dice más de 40 años después Pedro.

Para 1989 Pedro Pablo Opeka cumple su anhelo y funda Akamasoa que en malgache significa Los Buenos Amigos y hablando de amigos. ¿Recuerdan a Gilbert Mitterrand? Para ese entonces su padre François se ha vuelto presidente de Francia por el partido socialista y su madre Danielle ha fundado la ONG France Libertés. ¡Bingo! El primer hospital de Akamasoa se pone en marcha.

Es el momento en que Pedro Opeka, al que le llaman de muchas formas aunque sea solo una la que cuente: le père, se sirve de dos elementos esenciales de su vida: la pelota y la cuchara de albañil.

La gente de acá tenía una gran desconfianza hacia el blanco entonces para acercarme a ellos empecé jugando al futbol, enseñándoles a leer y dándoles un té o un café.

Y luego se trata de construir, metafóricamente, pero también literalmente: levantar paredes, instalar pisos, ventanas, azulejos, sanitarios, siempre trabajando codo a codo con la gente y bajo la tutela espiritual de su padre Luis, el albañil fugitivo por causa de su Fe Católica, el esloveno, el argentino por adopción. Pero se trata también de montar un negocio rentable a partir de lo que la basura tiene para ofrecerles: piedras, grava, organismos orgánicos reciclables y otros etcéteras .

Junto con el amor, el respeto y la oración, mi propuesta tiene tres pilares que son la educación, el trabajo y la disciplina. Tal es el credo de “le père Opeka”.

El fruto no cae lejos del árbol. El dicho cobra sentido en la semántica cifrada de su existencia:

Un hombre corriendo y nadando en una selva. Esta solo y se encomienda a la Sagrada Familia. Sabe que no puede morir. No debe morir. La vida se extienda ancha y llena de promesas delante de él, como el rio Sava. Y él, Luis Opeka, resiste, por él y sus futuros frutos. Su historia y la de la familia que supo construir delinearon la de otro titán inesperado: Pedro, su hijo, que de este lado de la historia viene a dar sentido a tanta lucha. Más de 500.000 personas dan fe de ello.

© LA GACETA

Solana Colombres – Profesora de Francés de la UNT, magíster en Literatura Comparada de París VIII.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios