Toda votación deja ganadores y perdedores. Hoy cabe detenerse en el principal derrotado más que en quien saboreó la victoria en la Legislatura, porque Manzur conserva intacto un tremendo poder político, tanto para hacer daño como también para construir, si quiere. Es inevitable observar hacia dónde dirigirá sus pasos, porque lo que defina como línea de conducta impactará en el peronismo tucumano y signará su futuro. Sus alternativas son pocas: puede ir por venganza para recuperarse del estado de debilidad política a la que lo han sumido momentáneamente los jaldistas o bien tragarse el sapo y hacer borrón y cuenta nueva -como haría un estadista- considerando que sobre su gestión repercutirá lo que resuelva. Las consecuencias, lo debe saber, las sufrirá su Gobierno.
Es sencillo; de él depende que el PJ se fracture del todo y que la gestión del oficialismo se vaya en picada o bien que reacomode el tablero y a los jugadores. El ojo por ojo es una posibilidad como acción política, lo que obligaría a los peronistas a definirse por uno u otro liderazgo; o sea al quiebre total. Sin grises, como venía siendo hasta ahora. No hay mucho para descifrar en ese sentido: si el gobernador empieza a descabezar en el Ejecutivo a los funcionarios que tengan un tufillo jaldista, al vicegobernador no le quedaría otra que hacer lo mismo en la Cámara como devolución de gentilezas. Si hasta ya se puede decir, es ese caso, quién será el primer legislador manzurista que perderá espacios institucionales en el Poder Legislativo. Es este esquema de te pego y me pegas no hay mucho misterio, menos en el peronismo. La cuestión es de qué serán capaces los que vienen teniendo la responsabilidad de mantener unido al justicialismo para apuntalar la gestión, o como bien lo definen algunos: sostener la gobernabilidad.
Jaldo puede ufanarse por ahora, pero seguramente no descuidará los pasos que pueda dar su compañero de fórmula, porque contra él estarán dirigidos los efectos colaterales. Porque bien se puede decir que por primera vez se conmovió políticamente a Manzur, y para colmo lo hicieron desde el propio oficialismo; ya sea porque jugó mal la partida -porque eligió mal los socios momentáneos o porque le fallaron los acuerdos a última hora-, porque sobrevaloró su ascendencia sobre los legisladores o bien porque no recibió correctamente las señales de propios y extraños. Su traspié también es el de muchos, pero sobre todo de él. Se enredó en la definición del ombudsman, sin tener en cuenta la máxima del peronismo que alcanza a los conductores: ningún jefe baja al barro de una interna, alineándose a un grupo, porque puede salir maltrecho. Ese rol no se juega.
Un interrogante que cae por su propio peso es si la situación sacará a Manzur del estado de tranquilidad budista -como deslizan en los pasillos gubernamentales- del que parece gozar siempre, o si mostrará otra cara, más ruda, a partir de las medidas que pueda y quiera adoptar. Es la figura política a seguir, los otros compañeros ya hicieron lo suyo, por lo que la próxima movida le pertenece en exclusividad. Sus alfiles salieron a decir lo suyo y ahondaron las diferencias al acusar a los jaldistas de macristas y de bussistas; no se guardaron nada. La sangre, así, se aproxima al río.
Eduardo Cobos ayer dialogó con Fernando Juri Debo y en esa charla ambos coincidieron en que fueron el jamón del sandwich, que estuvieron en el medio en una disputa que los excedió. Ellos se abrazaron como peronistas. Pero la elección del Defensor del Pueblo y la victoria del jaldismo ya son anécdotas; lo que importa es qué hará Manzur. Ayer, la habilidad política, en función del resultado, fue patrimonio de Jaldo porque no le fallaron sus cálculos o porque anudó bien sus pactos. Ahora bien, ¿de qué habilidad política hará gala el gobernador para contrarrestar los efectos de la movida opositora interna que lo dejó mal parado? En su favor tiene el manejo de los recursos, lo que en términos políticos significa que puede ejercer presiones.
Al margen del manejo de la caja, otra pregunta de cajón es cuándo podrá reivindicarse políticamente Manzur del mal trance. En el horizonte sólo se vislumbra una alternativa para eso: la elección de los candidatos a diputados y a senadores nacionales: ¿manzuristas versus jaldistas? Será una oportunidad para dirimir en otra batalla interna el liderazgo en el oficialismo. No es que Jaldo ayer se haya convertido en el jefe del espacio al imponerse en una disputa circunstancial que los puso frente a frente; es solo que la situación obliga a Manzur a demostrar que también lidera al justicialismo. Cómo bien se dijo en el gabinete: aún faltan dos años y ocho meses para los comicios provinciales. Mucho tiempo para definir quién será el futuro jefe y demasiado temprano para empezar la disputa por el liderazgo. Por esa ruta, el PJ puede estallar por los aires.
Los opositores no pueden ser tan ingenuos de no ver la ocasión que se les presenta. No pueden menos que acercar las carretillas con piedras para animar la fractura; la oportunidad es inmejorable para horadar y debilitar al justicialismo, especialmente en este año electoral en el que tienen que enfrentarlo. Claro, los opositores soportan sus propias internas, tan o más cruentas que las del Gobierno, de tal forma que el peronismo hoy se puede dar el lujo de soportar peleas internas sin mirar con mucha inquietud hacia la vereda de enfrente.