La brecha sigue siendo enorme

La presencialidad en las aulas es un acto de justicia social. Ya nadie lo duda. Menos, después de un año en que más de un millón de alumnos en el país no tuvo contacto con la escuela porque no contaba con las herramientas tecnológicas necesarias. Pero ahora que los chicos y adolescentes volvieron a ocupar los pupitres, quedó en claro que la brecha sigue siendo enorme.

La educación presencial en estos primeros días de clases tiene múltiples caras. Las redes sociales se llenaron de imágenes de niños felices porque regresaban al aula. Todos los colegios abrieron sus puertas el lunes y los padres se mostraron conformes y confiados con los protocolos de bioseguridad: había alcohol en gel, termómetros digitales y docentes protegidos. Los chicos que asisten a las escuelas públicas no corrieron la misma suerte. Para empezar, porque  en la mayoría de los establecimientos no arrancaron las clases por el paro docente.

Diferencias

La realidad de cada edificio escolar parece ser la que guía la educación en un año en el que resulta complicado ponerse metas que alcancen a todos los chicos por igual. Se supone que cada escuela debe intercalar la asistencia presencial con otras actividades a distancia. Pero según cuentan los docentes, no pueden avanzar de la misma forma en espacios amplios que en aulas chicas con muchos alumnos. O si la institución tiene pocos baños. En algunos casos, para cumplir con el distanciamiento adecuado, hay  maestros que deben separar sus grados en hasta cuatro subgrupos. Eso significa que darán cuatro veces la misma clase en el transcurso de varias semanas teniendo en cuenta que los chicos se turnan y van a las aulas cada 15 días. En otros casos, los educadores tendrán que dictar solo dos veces  una clase. Algunos estudiantes accederán a todas las materias especiales, mientras que otros no.

¿Se imaginan quiénes podrían llegar a ser los más perjudicados? ¿Serán los que en 2020 no tuvieron una sola clase presencial, aquellos que en sus casas debían elegir entre llenar los platos con comida o ponerle datos al celular para acceder a las tareas escolares? Un informe de la Universidad Católica Argentina (UCA) reveló que sólo uno de cada diez alumnos de hogares vulnerables pudo conectarse con sus docentes a través de una plataforma el año pasado. En el estrato socioeconómico más alto aproximadamente el 70% de los estudiantes siguieron sus clases online.

En Tucumán se creó un protocolo de seguridad de acuerdo a la cantidad de alumnos inscriptos. Pero hay instituciones que tienen más flexibilidad. Por ejemplo, algunas privadas establecieron que los estudiantes vayan todas las semanas, y no cada 15 días como en las estatales. Hay colegios que permiten ir a diario a los alumnos y que -como señaló Sadop- ni siquiera cierran sus aulas los miércoles, jornada prevista para desinfección. En algunos casos a los docentes se les da todas las herramientas para protegerse y cuidar a los chicos, mientras que en otros lugares crece la inquietud porque las condiciones edilicias no son las mejores: no tienen agua o hay un solo baño. Hay maestros que están haciendo números para comprarse la máscara protectora y para tener barbijos y alcohol en gel de reserva porque saben que no todos sus estudiantes podrán adquirirlos.

Escenario complicado

Con algunos alumnos los docentes tendrán que empezar de cero. Y hacer malabares. Si el 2020 fue abrumador, el  2021 no es nada prometedor: tendrán que cumplir las horas en las aulas para llegar a todos los grupos de estudiantes, y después seguir con las clases virtuales. Si es que todos los chicos se pueden conectar. El escenario es complicado porque la educación quedó fracturada. En un año creció la pobreza y las desigualdades se profundizaron. El reclamo “abran las escuelas” va mucho más allá de lo que literalmente dice esa expresión. Es un pedido a gritos por un lugar social para los chicos; y es también exigencia de futuro y de aprendizajes. Ya sabemos que no hay mejor plan de seguridad que la educación, que la escuela aleja de las drogas y de otros peligros a los niños y a los adolescentes. Ese es el mejor camino.

No se puede negar la realidad ni dejar de atender las inquietudes que tienen los docentes. Es cierto: era una urgencia que vuelvan los chicos al aula. Y si todo va bien y avanza la vacunación de docentes, se podrá sumar más presencialidad. Pero también urge que el sistema se haga cargo de esa brecha educativa que se amplía cada vez más. Es momento de analizar y atender las necesidades de cada establecimiento en su territorio y darle prioridad a los que menos herramientas tienen. Hay que salir a buscar a aquellos que se sintieron expulsados porque no tenían computadora ni internet para acceder a las clases. Si no pensamos en dispositivos para mejorar las oportunidades de aprendizaje, la escuela termina legitimando la desigualdad social. Y no puede hacer eso.

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