Cuando Omar De Felippe tomó las riendas de Emelec, hace varios años, no lo hizo en el escenario más común (reemplazando a un técnico eyectado por los malos resultados), sino todo lo contrario: recibió un equipo que funcionaba muy bien y estaba a pocas fechas de abrochar un tricampeonato de manos de un entrenador exitoso que dejó para hacerse cargo del seleccionado nacional de Ecuador. En aquella oportunidad, al ex veterano de guerra se le presentó la disyuntiva: ¿escuchar a quienes le aconsejaban que “tocara lo menos posible” de un sistema que estaba aceitado o imprimirle su sello?
Al final se decantó por la opción más inteligente: respetó la sintonía hasta el final del campeonato (que terminó ganando) antes de meter mano.
En Atlético, a De Felippe se le presenta una bifurcación más o menos parecida, salvando las distancias. Atlético no está peleando un título, pero acaba de despedirse del que muchos consideran el mejor técnico de su historia, Ricardo Zielinski, artífice de un equipo que se ganó el respeto en cualquier cancha, trascendiendo incluso las fronteras nacionales. Salvo por las bajas de Jonatan Cabral y de Lucas Melano, la base es la misma. La pregunta entonces es: ¿buscará De Felippe ser una continuidad del proceso del “Ruso”? ¿Apuntará quizás a una sutil transición hacia su propio estilo? ¿O acaso buscará una pronta vuelta de rosca que grite “este es mi Atlético” sin tanto preámbulo? Se irá viendo con el correr de los partidos. Por lo que se pudo ver ayer (todavía es muy pronto para hablar en términos conclusivos), el nuevo DT pretende un equipo aguerrido en la marca, que se cierre bien atrás (algo que anoche no logró) y que juegue corto en lugar de abusar del pelotazo. Hay que darle tiempo.