“Los peronistas somos como los gatos. Cuando nos oyen gritar creen que nos estamos peleando, pero en realidad nos estamos reproduciendo”. Juan Domingo Perón
Un veterano radical, con la página 4 de LA GACETA de ayer en sus manos -donde el analista político Marcelo Aguaysol contó que referentes del radicalismo se juntaron a almorzar para tratar de apaciguar los ánimos internos-, reflexionaba recordando al viejo líder de los justicialistas: los radicales habremos copiado el mal ejemplo de ellos? Es que, mientras unos tienden puentes para acercar posiciones, limar asperezas y mostrarse unidos, otros le echan leña al fuego con declaraciones explosivas; ambas situaciones se reflejaban en esa misma hoja del diario, por cierto.
En el caso de los correligionarios tucumanos, la batalla dialéctica se acabará cuando hablen las urnas del radicalismo, cuando sean los propios afiliados los que tengan que elegir entre dos visiones, una más ideológica y otra más pragmática; por tratar de definir de alguna manera las posiciones que confrontan entre sí.
En realidad, atendiendo a la trillada frase de Perón y para ser más precisos, por el momento los radicales no se están reproduciendo, únicamente se están peleando -ver la interpretación excepcional de Ricardo Heredia-; ya sea por futuras candidaturas o por la forma en la que creen que deben consolidarse como una alternativa opositora frente a un oficialismo que se muestra imbatible, por lo menos en lo que va del siglo.
El conflicto interno estalló por varias razones: los intereses cruzados en juego -ambiciones que chocan- que complican las negociaciones entre los dirigentes consolidados -con una larga trayectoria política, por decirlo de alguna forma- y los que aspiran a ser el recambio generacional, aquellos que por tratar de instalarse como nuevos referentes han elegido enfrentarse a los de la vieja escuela; también por decirlo de alguna manera.
La causa del entredicho es estratégico; en función de cómo acuerdan para los comicios intermedios que vienen, ya sea con PASO o sin primarias: si atendiendo a una planificación común que los instale como una opción con mejores perspectivas para el 2023, si es pactando candidaturas entre ellos para tranquilizar la mayoría de los espíritus y, sobre todo, cómo resuelven qué papel puede tener Fuerza Republicana en esta elección. Porque en este punto no se entienden bien: ¿sin el bussismo ahora y con el bussismo en dos años?
Música para los intendentes
Ya sea por cuestiones pragmáticas o ideológicas, las diferencias de miradas entre los radicales ha potenciado a FR y a su jefe partidario: Ricardo Bussi. Capital político para su cosecha. El legislador opositor se viene manteniendo lejos de la discusión mediática de los radicales, pero sabe que él es el motivo de la discordia en la UCR.
Seguramente tendrá cosas para decir públicamente en los próximos días. Por ahora sólo deslizó que, si para armar una alianza competitiva para desplazar al peronismo del poder, él representa un obstáculo, no tiene problemas en dar un paso al costado.
Para los intendentes Campero (Yerba Buena) y Sánchez (Concepción) esa oferta debe sonar a música para los oídos, porque se asegurarían contar con los posibles votos de FR, los pocos o muchos que arrastre, para una eventual intentona aislada de pelear por las senadurías y las diputaciones contra los de “la vieja guardia”.
Ahora bien, ¿en una disputa cara a cara en las boletas? En este punto, lo mejor para las pretensiones políticas de los intendentes es que sean ellos mismos los que encabecen la lista de candidatos para los comicios de medio término, y con el aval de FR, hasta llevando algún candidato bussista en la nómina, como garantía. En sus respectivas situaciones hasta no importaría que sean postulaciones testimoniales, o que los acusen de preferir abandonar los municipios en aras de ambiciones personales, porque ellos ya están jugados por un propósito que apunta directamente al 23: acceder a la Casa de Gobierno.
Para eso necesitan una maniobra política elemental: instalarse. Y nada mejor que sus rostros sonrientes llegando a todos los rincones de la provincia en las papeletas de diputados y de senadores nacionales. Para que los conozcan más allá de las fronteras de sus ciudades y que sus apellidos suenen y se graben en un espacio territorial más amplio, como el que les interesa: el provincial. El desconocimiento juega muy en contra en cualquier votación.
Con esa excusa podrán recorrer Tucumán y hacerse familiares a los votantes, podrán practicar todo el proselitismo que facilita una elección de estas características; por lo menos para lo que ellos pretenden constituye una ocasión inmejorable.
Ahora bien, ser un candidato testimonial no es ilegal todavía, aunque se reciban todos los cachetazos políticos posibles por aventurarse a serlo. Osvaldo Jaldo, vaya por caso, fue candidato a diputado nacional siendo vicegobernador en 2017, asentado en un objetivo político central: unificar al peronismo detrás de la lista oficialista, lo que se logró. El propósito era otro, no llegar a la Cámara Baja.
¿Y si la embocan?
O sea, la meta política puede definir y obligar a aceptar una candidatura, sólo hay que tener el lomo para aguantarse los lonjazos y los cuestionamientos a tal osadía. Si no llega a haber PASO en caso de prosperar la solicitud de los gobernadores peronistas, con más razón valdría aceptar el reto y correr el riesgo. Y, como dicen por ahí, tal vez emboquen una. Y den la sorpresa. Si lo hacen serían Gardel. Claro, para eso esta novedosa sociedad electoral y política debe estar bien solidificada en cuanto a confianza, convicciones y generosidad, porque uno que flaquee, o que traicione, adiós al 23.
La constitución de la alianza en los papeles sería el primer paso para demostrar que realmente están convencidos de su propuesta de dejar atrás el pasado y las cuestiones ideológicas, y cabalgar sobre bases más pragmáticas, bien a lo peronista; como ocurrió con los compañeros en 2019, cuando los que se desconocían y se habían dicho de todo se unieron para desplazar al macrismo. Se taparon las narices.
O ponen toda la carne en el asador y van separados del tronco radical original, o acuerdan y posponen el debate interno sobre el bussismo. Todo depende de lo que pretendan, de qué son capaces de arriesgar o hasta dónde quieren tensar la cuerda para cumplir sus objetivos personales. Puestos en el tablero se diría: quién juega con quién, o quién engaña a quién. Porque en estos niveles también se miente. Además, la prueba de fuego no será tanto imponerse al oficialismo, sino triunfar en la propia interna partidaria, en caso de que vayan en listas separadas: los jefes municipales por un lado y los congresistas radicales por el otro.
Que los jefes principales de ambos grupos se hayan sentado a almorzar para aplacar los ánimos, mientras sus lugartenientes se arrojaban con munición gruesa diciéndose de todo -cual los primos peronistas-, puede interpretarse como que conocedores de sus propias debilidades aún no se deciden a tomar el riesgo de cortar definitivamente la relación política. Se sientan juntos, pero incómodos. Los intereses son diferentes, y están claros; encontrar un punto de equilibrio y que satisfaga a todos será el verdadero desafío de los radicales.
Enfrentan un serio dilema, se unen y descartan al bussismo, o se separan y prueban suerte cada uno por su lado, cada sector con sus intenciones y objetivos diferenciados a cuestas. Cada una de estas alternativas vienen con contraindicaciones.
Y tampoco interesará demasiado quién tenga la sigla de la UCR, por cuanto la dinámica de la acción política de estas épocas ha hecho que los nombres y los apellidos tengan más preeminencia que las siglas partidarias en los tiempos electorales. Vaya por caso, la intervenida UCR ni siquiera participó como partido en los comicios provinciales de 2019; el frente opositor Vamos Tucumán que integró y que llevó como candidata a gobernadora a Silvia Elías de Pérez, estuvo compuesto por los partidos Demócrata Cristiano y el Movimiento Popular y Federal. Una señal del estado de inmovilización del centenario partido en el distrito, demasiado internismo y ninguna elección para normalizar los cuadros partidarios. La pandemia es sólo una excusa.
Hoy, justo que hay dos grupos claramente enfrentados entre sí hubiera sido interesante ver una compulsa que resuelva por dónde quiere ir el afiliado radical, determinar qué le pesa más: lo ideológico o lo pragmático a la hora de participar de una opción opositora.
Bussi, a través de esta columna, no les dio precisamente una caricia a los viejos radicales diciéndoles que su padre, Domingo Bussi, llenó de radicales su gabinete en el gobierno. Uno más que otro expresó su disgusto por la licencia del legislador. De hecho, en la Legislatura de 1991 (gestión Ramón Ortega), llegó a haber tan solo dos representantes de la UCR (20 del PJ y 18 de FR), básicamente porque el voto opositor, masivamente -e incluyendo a simpatizantes radicales-, sufragó por el bussismo como alternativa al peronismo.
En 1995, durante la gestión de Bussi, la composición radical de la Cámara mejoró, logró seis bancas; 19 fueron del PJ y 15 de FR. Claro, 25 a 30 años después hay que observar para dónde se puede encaminar el voto opositor mayoritario de la ciudadanía; por si acepta la constitución de un frente con todos los signos adentro, o si siguen fragmentándose en varias posibilidades. De alguna manera a conveniencia del oficialismo provincial.
Después de aquellas experiencias de los noventa, el radicalismo siempre estuvo detrás del peronismo en toda votación; y el bussismo siempre fue tercera fuerza, aun con el alperovichismo convertido en una opción peronista. Lo cierto es que, por ahora, los radicales están más enfrascados en una peligrosa y tensa pelea interna, pero no al estilo de los peronistas, porque todavía no se están reproduciendo, sino más bien dividiéndose, o peleándose.