Liliana Pastrana, la guardiana de los colores del valle
Cuando deja la cocina, la mujer se convierte en una soldada de las técnicas ancestrales para teñir la lana. En sus investigaciones logró 52 colores naturales a partir de plantas, en conjunto con el grupo de mujeres “Warmipura”, que ella capacitó.
“Hace muchos años, cuando andaba buscando las plantas con mi nieto, Fianco, descubrí esta piedra. Tiene la cara de un indio. Nosotros con Fianco la veíamos clarito. Los otros no. Tiempo después, conversando con gente que sabe, me entero de que es un guardián. Descubrí un guardián que cuidaba la tierra de nuestros ancestros, los corrales, los animales. Para mí, es el guardián de la mikuna”.
Liliana Pastrana no tiene pereza. Una vez que ha despachado a todos los comensales de su restaurante tradicional y que el resto de su familia se encuentra alistando el lugar para la noche, ella acepta dar un paseo por las tierras que más alegrías le han dado en los últimos años. En la zona conocida como “La Bolsa”, cuesta arriba y varios alambrados por cruzar, se encuentra una de las pocas áreas naturales donde se conserva la mikuna (Berberis mikuna Job.), un arbusto silvestre emparentado con el arándano y con el calafate (se encuentra en los bosques patagónicos), cuyos frutos han sido ampliamente estudiados por sus cualidades curativas. Pero Liliana lo descubrió, o redescubrió en realidad, para salvar los colores del valle.
Liliana era docente de un centro de capacitación de adultos cuando sintió la necesidad de investigar y recuperar las técnicas ancestrales del teñido de la lana de oveja a partir de pigmentos naturales. A un grupo de mujeres que capacitaba les propuso salir a entrevistar a las abuelas y a buscar por los cerros las plantas. En total, consiguieron hacer 52 colores a partir de este acervo natural.
Guardiana de los colores
“Una de las plantas que más se usaban era la mikuna, que por desgracia está en peligro de extinción aquí en el valle. Da un color amarillo intenso que se puede mezclar con otras tinturas naturales para hacer nuevos colores. Se usa el tallo, que se muele y se hierve. Nosotros presentamos nuestro proyecto, llamado “Volver a lo nuestro”, en una feria de ciencias que terminó premiada a nivel nacional. También cumplí el sueño de que editáramos un libro en donde se recogen todas esas experiencias y esas técnicas”, cuenta la guardiana de los colores del valle.
Además de la mikuna -otros le llaman “micuna”- trabajaron con el aliso, el nogal, el ruibarbo o el eucalipto, entre otras especies que se encuentran en la zona. Pero fue la mikuna la que le dio un alcance internacional al proyecto ejecutado por el grupo que se bautizó “Warmipura”, que en quechua significa “Entre mujeres”.
“Un día cualquiera estaba en el bar y llegan unas personas. Uno de ellos de la zona de Medinas, acá en Tucumán, y un italiano. Me comienzan a hablar de nuestro proyecto de investigación y nos consultan de dónde habíamos conseguido la bibliografía, y les cuento que de internet, que había mucho material. Resultó ser que uno de estos hombres era el investigador italiano en el que más nos habíamos basado”, cuenta Liliana.
Lo que más les atrajo a los italianos que además trabajaron en conjunto con la Universidad de Morón, fueron las propiedades medicinales de la mikuna. La gran concentración de fenoles y de antocianinas en la fruta le otorgan una gran capacidad antioxidante y de prevención de enfermedades cardiovasculares a través del bloqueo de la absorción del colesterol. Pero de aquí se llevaron la novedad de que, además de todo eso, también sus tallos son usados desde hace siglos para teñir telas y lanas.
Revalorizar, recuperar
Liliana repite una y otra vez que es necesario revalorizar y rescatar la mikuna, por sus múltiples usos y porque también podría ser una nueva ventana productiva en el valle, como lo es el arándano en Tucumán. Todo eso lo descubrió después, porque sus intereses primarios era rescatar las técnicas ancestrales de tinción natural y ecológica, como modo de conservación cultural y ambiental ya que las tejedoras no tendrían necesidad de usar productos químicos para teñir sus lanas.
“Dar a conocer esto es importante porque nosotros quisiéramos que la mikuna se convirtiera en un atractivo productivo, que se comience a cultivar regularmente. Ellos tendrían los frutos para comestibles y para la industria, y nosotros tendríamos los tallos para nuestras tinturas. Son oportunidades que no se están viendo”, sostiene.
Hace algún tiempo, Liliana firmó un convenio con la Universidad de Florencia (Italia) y con la Universidad de Morón (Buenos Aires) para continuar con las investigaciones y promover el cultivo de la mikuna, evitando su extinción. “Una de las cosas que quedan pendientes, y que es fundamental, es que tengamos un vivero con mikunas aquí, para que podamos seguir investigando. Eso todavía no lo hemos logrado”, lamenta.
En el camino a sus preciadas mikunas, que ella controla como si fuesen hijas cada vez que trepa esas lomadas, se pisa anís y se huele muña, se recoge chincho y arcayuyo y deslumbra la cantidad enorme de plantas de Santa Lucía que destellan en azul cuando ha llovido. Liliana, respetuosa, camina siempre hasta el guardián y le pide permiso para llevar a casa apenas dos ramitos de muña.
Los colores del valle
Aliso: color rojo intenso
Mikuna: amarillo vibrante. Combinado con cáscara de cebolla da un color rosado
Nogal: marrón oscuro
Ruibarbo: mostaza
Eucalipto: terracota