El ano es una zona erógena con terminaciones nerviosas independientes, cuya estimulación puede resultar placentera. Además, en las personas con pene permite acceder a la próstata, considerada como el “punto G”.
No ha sido un tema demasiado investigado. Y sólo unos pocos están empezando a abordarlo en las parejas hétero cisgénero. A estas cuestiones dedica varias páginas de su libro “La ciencia del sexo”, el divulgador científico Pere Estupinyà.
Él plantea que, aunque resulte difícil creerlo, lo referido a esta práctica sexual tiene mucho de tabú (un estudio publicado en 1999 que analizaba en qué grado la gente miente en encuestas sobre temas espinosos, reveló que la proporción de mujeres adultas que ocultaban haber tenido sexo anal era mayor que las que ocultaban haber abortado).
Pero bueno, si vamos a creer en los números, estos resultan bastante contundentes: según datos del Instituto Kinsey, el 46 % de las mujeres estadounidenses de 25 a 29 años lo ha hecho en alguna ocasión.
Otro estudio con casi 2.400 heterosexuales que lo habían practicado en los últimos tres meses reveló que sólo el 27 % había utilizado preservativo en todo momento, y el 63 % nunca lo hizo. Algo en verdad preocupante, porque según otras encuestas, casi la mitad de los/as estudiantes lo consideraban menos peligroso que el sexo vaginal en cuanto a las infecciones de transmisión sexual.
Lo cual no es cierto en absoluto: el tipo de tejido epitelial, la mayor frecuencia de lesiones y las respuestas inflamatorias que se producen durante el sexo anal lo hacen por lo menos igual de arriesgado.
Buenas razones
Pero, ¿por qué las parejas hétero practican sexo anal y lo hacen más ahora que hace décadas? “Evidentemente -sostiene Estupinyà- en lo segundo la pornografía ha tenido un rol muy importante. Si bien no hay datos para corroborarlo, estamos más expuestos a imágenes de sexo anal y eso genera que más personas se interesen en probarlo. Pero además de la curiosidad, la razón clásica de mantener la virginidad y evitar el embarazo continúa siendo válida entre algunos adolescentes. En un estudio estadounidense publicado en 1999, el 19 % de los universitarios opinaba que el coito anal no era propiamente sexo, y que practicarlo no implicaba perder la virginidad”.
El otro gran motivo por el que muchas parejas lo realizan es simplemente porque les resulta placentero. Al respecto, Kimberly McBride, de la Universidad de Indiana, revisó diferentes estudios para establecer seis grandes grupos de razones por las que la gente decía que le gustaba. En primer lugar, está la intimidad y la confianza, ya que muchas personas asocian esta práctica a algo que sólo harían con quien se sintieran en confianza.
El segundo motivo tiene que ver con la búsqueda de diversidad y nuevas sensaciones. Otro es su asociación a los juegos de control y dominación; y también al erotismo aumentado por romper tabúes.
Por otra parte, el dolor puede generar placer: para varias personas en estados de alta excitación sexual, un poco de dolor resulta placentero. Para algunos se trata de una práctica más dentro de las relaciones sexuales.
Placer y dolor
Uno de los pocos investigadores que está profundizando en el sexo anal entre la población heterosexual es el sociólogo croata Aleksander Stulhofer, quien encuestó a más de 2.000 mujeres de 18-30 años de edad, y vio que el 63 % habían tenido alguna experiencia de este tipo. Pero encontró algo particular: si bien la mitad reconoció que su primera vez tuvo que ser interrumpida por dolor intenso, la mayoría de ellas repitieron la práctica. De hecho, un buen porcentaje lo hacía a pesar de sentir dolor. ¿Por qué?
Según el croata, hay tres grandes grupos de mujeres entre las que han probado: las que no sienten dolor alguno y lo practican sin problema, las que experimentan dolor intenso y lo evitan, y está el grupo de las que les duele pero les gusta, porque erotizan el dolor. Este último grupo sería el más claro ejemplo de que el placer sexual depende no sólo de la sensación física experimentada sino del contexto en el que ocurre.