La irrupción de una turba violenta en el Capitolio constituye un punto de inflexión en la historia de los Estados Unidos, que evidencia la polarización de la sociedad norteamericana y la degradación de su sistema político, motivo de orgullo nacional durante largos años.
La toma del Palacio Legislativo no constituye un hecho aislado ni excepcional, sino más bien la culminación de un proceso de erosión institucional fomentado por el presidente Trump durante sus cuatro años de gobierno y potenciado por su resistencia a conceder su derrota electoral en las elecciones del 3 de noviembre pasado. Dos meses después, y a solo 14 días de la finalización de su mandato, el presidente se resiste a dejar el poder y reconocer la legitimidad del presidente electo Joe Biden.
En la marcha que promovió el presidente Trump, y que terminó con el saqueo del Capitolio, había una proporción importante de grupos supremacistas blancos altamente organizados como QAnon que buscan lisa y llanamente subvertir el orden democrático.
A ellos el presidente llamó patriotas.
La imagen que se repitió en los medios del mundo fue simbólicamente muy fuerte. El Capitolio, corazón de la democracia norteamericana, fue violentado por primera vez desde que los británicos lo atacaran en 1814, hace más de 200 años. La diferencia es que esta vez el asalto fue pergeñado por los mismos norteamericanos.
No queda claro cuál será el impacto que tendrán las imágenes del Capitolio mancilladlo en la idiosincrasia de los estadounidenses. Tal vez sea un límite desde el que desescalar el conflicto, aunque es mas probable que sea el punto de partida hacia una degradación aún mayor del sistema político.
Trump por su parte pasó a ser un problema muy grave para el partido republicano. Será el primer presidente desde 1932 que pierde la reelección, la cámara de Senadores y la de Diputados en la misma elección. Su figura sin embargo es muy popular en la base más extrema del partido. Sin su colaboración, los republicanos no podrán ser competitivos, pero bajo su liderazgo parece imposible imaginar un regreso triunfal.
El problema de fondo es que el proyecto político de Trump es personal o, a lo más, familiar. En este sentido, ya corre el rumor de que su hija Ivanka podría ser candidata a senadora en 2023 por el estado de la Florida para luego aspirar a la Casa Blanca, ya sea como compañera de fórmula de su padre o encabezando la boleta. Es sabido que cuando los proyectos políticos se estructuran sobre ideas y valores, los hombres y mujeres que los encarnan son reemplazables. Cuando el deseo se centra únicamente en la ambición de poder, los proyectos degeneran inexorablemente en oligárquicos o antidemocráticos sin importar el apellido ni la geografía.