Dos amigos atravesados por el teatro y por el humor

Dos amigos atravesados por el teatro y por el humor

El director Alberto Díaz y el actor Héctor Marcaida tienen una larga trayectoria en las tablas tucumanas. Ambos integraron el grupo Nuestro Teatro. Los cafés teatrales.

HÉCTOR MARCAIDA Y ALBERTO DÍAZ. Ambos artistas rememoraron épocas pasadas del teatro tucumano, en particular, del grupo Nuestro Teatro. LA GACETA / FOTOs DE DIEGO ÁRAOZ HÉCTOR MARCAIDA Y ALBERTO DÍAZ. Ambos artistas rememoraron épocas pasadas del teatro tucumano, en particular, del grupo Nuestro Teatro. LA GACETA / FOTOs DE DIEGO ÁRAOZ

Humor. Mordacidad. Complicidad. Amistad. Por esas miradas de más de medio siglo circula una pasión que no cesa: el teatro. Y aunque ambos ven desfilar los recuerdos desde los cuarteles de invierno, la chispa sigue encendida. A ambos los ha cobijado durante años el grupo independiente Nuestro Teatro, ese sueño que Rosita Ávila y Oscar Quiroga hicieron realidad; cada uno hizo luego su propio camino. Uno eligió el camino de la dirección, el otro, de la actuación. Talía y Melpómene se trepan a diario a los pensamientos de Alberto Díaz (79 años) y Héctor Marcaida (75).

- Parece que el cine tuvo que ver en ese destino de escenarios…

- AD: Yo era de ir mucho al cine Belgrano y al del Tulio; íbamos a ver las series los domingos. Mi mamá era muy teatrera, íbamos mucho al teatro Alberdi e íbamos a ver al famoso Cabezón Ramírez, también íbamos al Parque de Grandes Espectáculos en el parque 9 de Julio, se veía teatro, se tomaba cerveza con papitas y después veníamos al cine Monumental, la última película que vi fue “Titanic” y con esa cerró el cine. La primera obra que vi fue “Trampa para un hombre solo” en la Sociedad Italiana, trabajaba Alfredo Fenik y el grupo era Nuestro Teatro, dirigido por Guido Parpagnoli. Dieron un curso de cuatro o cinco meses en el teatro San Martín y yo me anoté, los profesores eran Fenik, Parpagnoli, Simón Pilar Díaz Ricci… era para formación actoral.

HM: Yo leía lo que agarraba, sobre todo las revistas como el Tony, Patoruzú y el cine me enloquecía. Iba a las matinées de los domingos del Edison en el verano; en el invierno, iba a la doctrina en Santo Domingo. Mi papá, cuando joven, se dedicó al teatro, y en esa época ser actor no le gustaba a mi mamá, por eso él dejó. La primera obra que hago fue en un campamento de la Acción Católica, yo iba al colegio Salesiano y había un maestro que había hecho una obra que se llamaba “Mamerto, hacete el muerto” y en el campamento, cada carpa tenía que hacer un numerito todas las noches, cualquiera, de folclore… y a mí se me ocurrió hacer la obra reducida, se mataron de risa… Yo cantaba en el Coro Alter y nos llamaron para hacer “La ópera de los dos centavos”, fue la primera obra que hice como actor, tenía un personaje chiquito que cantaba y hacía reír. Ese mismo año, canté en la zarzuela “Luisa Fernanda” y al año siguiente, actué en “El sombrero de paja de Italia”, que lo dirigió el chileno Ditborn Pinto. También actué en “El alcalde de Zalamea”. Yo era un apasionado del cine y de las revistas. En el Alter canté un año y luego en el Coro Veritas.

- ¿Cómo se produjo el desembarco en Nuestro Teatro?

- AD: Viendo “Trampa para un hombre solo” quedo enloquecido con el teatro. Me encantó la obra, cómo te mantenía el suspenso, la gente se preguntaba en el intervalo quién era el asesino… Entonces Parpagnoli nos invita a Karim Kanán, Jorge Quiroga y a mí a que vayamos a la sala, la secretaria era Rosa Ávila, año 62. Ellos estaban por empezar a preparar “Knock o el triunfo de la medicina”. Como era noviembre, Parpagnoli dice: “vamos a cortar por las fiestas y vamos a volver en febrero o marzo”. Y en eso que él estaba hablando, llega una señora con una chica jovencita y le dice: “A mi hija le interesa el teatro, ¿usted la podría tomar?” ¿Quién era? Elba Naigeboren y ella queda como utilera junto conmigo. Parpagnoli era muy correcto, exigente… Actué en “Bonomo y los incendiarios”, formaba un coro con Karim, Jorge Quiroga y Lito Sokolsky. Luego, cuando Parpagnoli se enferma, Oscar Quiroga decide agarrar la dirección de Nuestro Teatro y hacemos “La silla”, de Ionesco; trabajaban la Rosa y Oscar, que iban a verlo a Parpagnoli para que viera las marcaciones, pero él muere antes del estreno.

HM: Hice la colimba en el 66. En el 67, me llamó Alberto para hacer “El tesoro de Margarita”, con la que se estrenó la sala de Nuestro Teatro, en la calle Entre Ríos. En el 71, me da una beca el Fondo Nacional de las Artes para estudiar con Santángelo durante seis meses… al final hicimos una gira por todo el sur del país, como 15 localidades recorrimos. Vuelvo y me incorporo a Nuestro Teatro. En esa época hicimos “Recordando con ira”, comenzamos a hacer 70 funciones por obra, era mucho para la época. Acá siempre las funciones iban de jueves a domingo, con Nuestro Teatro íbamos de miércoles a domingo. Con el café teatral se hacían 110 o 130 funciones por obra, además los sábados se hacían dos. Acostumbramos a la gente a ir al teatro.

- ¿Qué papeles les tocaron al comienzo?

- AD: Hice mucho tiempo asistencia de dirección, utilería, y un día Oscar Quiroga me dijo: “vos vas a dirigir teatro para niños”. Y cuando abrimos la sala de la calle Entre Ríos debuto yo dirigiendo una obra de Oscar, “El tesoro de Margarita”, en el que trabajaba Héctor y se inaugura ya oficialmente la sala. Hice varias obras para niños y después me contratan la Municipalidad de Bella Vista, donde dirigí durante 26 años obras para grandes y una para chicos. Fui asistente de dirección de Carlos Olivera, de Norah Castaldo... Tuve un momento actoral muy pequeño porque no me gustaba actuar, no me sentía cómodo. En “Madre coraje” hice una cosa chiquita con Aída Tessolín, hacía una escena de un coronel viejo con una joven que era mi novia.

HM: Hice papeles secundarios; en “Recordando con ira” era Cliff, el amigo de Jimmy Porter. En “Esperando a Godot” ya tuve un personaje muy lindo... Es distinto actuar con bagayos como cuando uno recién comienza, que con actores, con estos crecés. Con Oscar y la Rosa, uno crecía, eran dos actores de la puta madre. A veces pienso en los problemas que tenía El Chavo y son normales en grupo tener diferencias. Yo me fui luego al Estable, pero no porque haya odiado a mis compañeros, sino porque se había cumplido un ciclo.

- Oscar Quiroga fue un precursor del teatro tucumano. ¿Cómo se sentían de pasar de Molière u Osborne a hacer obras con personajes con color local?

- HM: La primera obra fue “Los días nuestros”, año 72, ahí aprendí a querer mi idioma, mi tucumano. Cuando Oscar empieza con esas obras, me sentía cómodo y lo reforzamos después con los cafés teatrales que comienzan en el 75. Con Oscar era un gusto trabajar porque te daba libertad. Por ejemplo, la María, el personaje de la Negra (Rosita), era de la calle. Yo viví en la Moreno y General Paz y a dos cuadras estaban los de tras la vía y eran los tipos que hablaban tucumano básico. Antes se ensayaban las piezas, ahora es más salteado. Oscar nos decía: “podés faltar a un ensayo si estás enfermo o internado y a una función podés faltar si estás muerto únicamente” (se ríe). Ensayábamos de lunes a viernes entre las 21 y las 12 de la noche. La letra se aprende con los ensayos.

AD: Era divertido porque Oscar le ponía su toque de humor y funcionaba bien. El café teatral fue un invento de Oscar. La Rosa tenía un amigo, Juan Lanosa, que era diseñador de vestuario, dibujó todo el vestuario de “Yerma”. Ella era maestra de campo, en Leales, entonces hablaba a lo tucumano y él le seguía la corriente, ahí nace el personaje de la María. En los cafés teatrales, lo ponían a Juan Quintero con su mujer que cantaba, la Alicia López Vera que también cantaba.

- ¿Cuándo arrancás en Bella Vista con el teatro, Alberto?

- En el 68, cuando Gaspar Risco Fernández, presidente del Consejo de Difusión Cultural, inicia un encuentro de teatro del interior y participaban Lules, Monteros, Simoca, Bella Vista, Concepción… cada localidad del interior tenía su elenco de teatro. Yo tengo premios por “Luz de gas”. Era un momento importante para el teatro. Yo iba a Bella Vista los sábados, los domingos y los miércoles. Trabajaba en el comercio, entonces tenía un horario a la noche, Chicho Zapata me llevaba y me traía. Trabajaba con gente joven que yo formé, hacíamos mucha lectura de mesa. Se hacían una o dos funciones. Se cerró el cine viejo con la obra “Las alegres comadres de Windsor” y asistieron unas mil personas…

- ¿Cuál era la importancia de que hubiera teatro en el interior hecho por la misma gente?

- AD: Cada estreno en Bella Vista era un acontecimiento, iba todo el pueblo, hasta los perros aparecían como espectadores… no se cobraba entrada, se ponía una cajita para que la gente dejara una colaboración y al terminar la función nos íbamos con esa plata a chupar (se ríe).

HM: Tucumán tuvo siempre teatro. Al Alberdi venían compañías de Buenos Aires, había público. Después comienza el teatro provincial. Las puestas de Boyce Díaz Ulloque comenzaron a llevar gente masivamente al teatro. Por eso hay cosas que no se entienden, por ejemplo, Orestes Caviglia dirigió una sola obra en Tucumán (“Vestir al desnudo”, de Pirandello), su hija estaba casada con el doctor Doz Costa. Lo llamaron para que viniera a dirigir Nuestro Teatro y ya estaba viejito. Y al parecer justo inauguraban la sala y le pusieron su nombre, pero si acá hay gente para ponerle nombres como los de Carlos Olivera, Oscar Quiroga, Díaz Ulloque…

- En el teatro de los últimos tiempos el texto parece haber perdido protagonismo, ¿cuál es su mirada?

- HM: Ha cambiado todo, la gente está con el Netflix, el público ha disminuido, han cambiado los tiempos, pareciera que a la juventud no le interesa el teatro o, a lo mejor, la culpa es nuestra porque no le damos al público lo que pide. No sé si ahora con “Recordando con ira” se harían tantas funciones. Antes se hacían 70 funciones promedio y ahora, tres.

AD: Donde yo veo el cambio es cuando nace la Escuela de Teatro de la Universidad, porque se empieza a ser actores, autores y a hacer sus propias puestas, las cuales no cuentan con escenografía, vestuario, con nada, como era en la época nuestra, que era distinto: teníamos escenógrafo, vestuarista, maquilladora, era otra cosa a lo de ahora. En los últimos años, estuve en La Colorida, con Máximo Gómez y la Rosa Ávila y ya era distinto. Hicimos “Las González” y después la Rosa hizo un unipersonal en su casa, dirigida por Máximo, contando historias del teatro y de su familia ante un grupo reducido de espectadores, a los que luego se les invitaba empanadas y un vaso de vino. Pero la verdadera despedida de Rosa Ávila del teatro fue en Jujuy. Siendo una ilustre desconocida llevaron esa puesta. El señor del teatro dijo: “no se va a hacer en el escenario, sino abajo”. En el unipersonal, yo participaba: le tiraba letra de algunas cosas. Terminó la obra y la gente parada aplaudiéndola, sacándose fotos y pidiéndole autógrafo. Esa fue su despedida.

- ¿Cuál es el futuro del teatro?

- HM: No va a desaparecer, aunque la juventud se va inclinando por otra cosa. Lo mejor que le puede pasar a un actor es tener a un muy buen actor al frente de uno.

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