La gratuidad ofrece su ficción cuando la escena está vacía

La gratuidad ofrece su ficción cuando la escena está vacía

La oferta artística tiene un costo concreto. La cantidad de plataformas de streaming de música, cine, series y teatro es muy numerosa, y no reemplaza a la televisión por cable o satelital. El desafío de la producción de nuevos contenidos.

DESHABITADO. El escenario del teatro San Martín se usó este año para filmar parte del Septiembre Musical. DESHABITADO. El escenario del teatro San Martín se usó este año para filmar parte del Septiembre Musical.

Ausente lo escénico, es tiempo de las virtualidades, un universo que es plural y no singular, ya que depende de las plataformas de acceso que tenga y domine cada receptor. La disponibilidad económica es determinante para saber la accesibilidad al alcance de cada uno: tener señales de televisión por cable o satelitales, streaming, Spotify o simplemente internet en casa depende de lo holgado de los bolsillos individuales. Hay numerosas propuestas gratuitas en el mundo del espectáculo, pero para poder disfrutar de ellas primero debo tener conectividad; y la casi totalidad de las veces es paga. Los planes de algunos municipios de dotar de wifi gratuito a los vecinos están aún muy limitados territorialmente y las señales son fácilmente saturables.

Avancemos en el análisis y empecemos con la agenda gratis. En su abanico aparecen los sitios oficiales nacionales, provinciales o universitarios que tienen todas sus propuestas liberadas. Así se pudieron ver el Septiembre Musical o el Festival de Cine Gerardo Vallejo del Ente Cultural de la Provincia, la grilla completa de actividades del Teatro Nacional Cervantes o del Teatro San Martín del Gobierno porteño o el Delivery de Cultura de la Universidad Nacional de Tucumán. En esta lista hay que mencionar el reciente Festival Internacional de Jazz Independiente organizado por el tucumano Leo Vera, que tampoco cobró entrada y sólo pidió una colaboración voluntaria para un merendero social.

Pasemos al universo de los emprendimientos comerciales privados. Lo más utilizado por el público sigue siendo el cable (con las diferentes propuestas existentes en Tucumán) o el satélite; pero aparte de este consumo, se sumó el streaming. Quien tiene uno muchas veces agregó otro, no suprimió lo anterior.

El abanico de la nueva oferta virtual en películas y series, la moda del año, es muy amplio aunque muchos acoten la lista a pocos nombres: en el podio están Netflix, Amazon Prime y Disney+, pero también figuran StarzPlay, Pluto TV, AcornTV, Mubi y una nómina que se sigue ampliando velozmente. Por aparte, están las propuestas puntuales como Puentes de Cine (de la Asociación de Directorxs de Cine PCI), que difunde una oferta de películas no tradicional; o las estatales Cine.ar (con contenidos gratuitos y pagos) y Cont.ar. En plataformas de música, aparte de la líder Spotify, están Deezer y Napster, entre muchas más.

Para las artes escénicas, las más buscadas son Teatrix (con un abono mensual y beneficios especiales para los socios del Club LA GACETA), Alternativa Teatral (con entrada paga obra por obra) y PlateaNet; y en recitales, TicketHoy, Passline, Ticketek, PaseShow o Wama.Live, así como los sitios de centros culturales (los porteños Konex, Torcuato Tasso, Fernández Fierro, por ejemplo), de grupos de interés (JazzOnline.Club o Nube Cultural) específicos, o las páginas que incluyen en su propuesta la venta de entradas a shows que se ven por Zoom (las tucumanas Alma Music o Sala Ross). A ese universo se suman los innumerables recitales o representaciones que hubo en este año de artistas desde sus propias redes sociales (Facebook, Instagram o YouTube), sin pasar por intermediarios.

Todo requiere que se abra la billetera, más o menos ampliamente, lo que abarca entradas a la gorra, sin monto preestablecido, que muchas veces se abonan por MercadoPago. La flamante Flixxo es parcialmente gratis.

La contraparte

Digamos que lo económico no es el problema, que es algo que está resuelto, que se puede pagar la mensualidad de lo que se quiere ver y que se accede a una buena señal, sin corte alguno. Del otro lado de la pantalla está la producción, que sí depende de alguien que la sustente.

Puede ser la misma empresa comercial que la produce (las grandes compañías del cine cuyos ingresos antes provenían de la taquilla de las salas y de la venta del poclocho -fueron los salvadores de la industria hace una década- o de los nuevos soportes, que dependen de los abonados) o independientes. En este último caso, la angustia se respira en todos los rincones.

La sustentabilidad de esos artistas está al límite, y aún cuando puedan subsistir con algún empleo fijo (sea vinculado a su arte como la docencia u otra ocupación), no hay resto económico para generar nuevos proyectos ya que las redes no son fuente de financiamiento. Y los subsidios y aportes que se impulsan desde el Estado (provincial y nacional) son paliativos en la emergencia que no llegan para propiciar nuevos hechos artísticos sino para evitar la mortalidad de lo existente.

En teatro, si aparece algo novedoso (como lo que hace Manojo de Calles por streaming), es más por el impulso creador de los protagonistas que por alguna exigencia desde el Estado. Es que mal se puede obligar a consumar una creación original cuando ella es hija de la inspiración, de los deseos y de las urgencias emotivas y no una producción industrial a pedido, propia de la era de los grandes mecenas.

Los espacios artísticos están inventando opciones para tratar de mantenerse en funcionamiento latente, como los animales que hibernan. Pagar el alquiler, los servicios, los impuestos y los sueldos de los empleados son una quimera sin la aparición de fuentes de recursos genuinos. El Instituto Nacional del Teatro (INT), entre otras reparticiones oficiales, habilitó planes especiales para atender sus necesidades, pero la máxima aspiración es mantener lo existente, no crecer con algo nuevo. La excepción es Puerto Libertad, la sala que sustituirá en 2021 a La Gloriosa, comprada gracias a un millonario subsidio del INT.

La reapertura inmediata de los centros culturales es tanto una necesidad de los espacios como de los artistas conscientes de que sólo con la presencia del público en el lugar se consuma el hecho cultural. Varios elencos han comenzado a mover sus ensayos, para tener obras listas el próximo mes; mientras que los grupos musicales han comenzado a copar por asalto los bares con espacios al aire libre.

Sin embargo, y pese a los anuncios públicos al respecto, el Comité Operativo de Emergencia (COE) no publicó hasta ayer al mediodía la resolución que permite el funcionamiento de las salas (su último acto administrativo es del 6 de diciembre), lo que confirma que para este ente, la cultura y el arte no son prioridad.

La restricción de aforo, acotado a un tercio de sillas de cada espacio, no sería el mayor inconveniente: la realidad del teatro tucumano es que lograr que haya 50 personas en una función es un éxito rotundo. Y esa cifra aleja la definición de masividad a años luz de la idea de amontonamiento de personas y caldo de cultivo de contagios.

El cierre sin plazo de reapertura de las salas de cine impone una realidad distinta a la de los centros culturales pequeños. Sus costos de funcionamiento y mantenimiento suelen hacerlos inviables salvo que tengan ocupada la mayor parte de las butacas; pero permitirles funcionar (como pasa en Las Termas de Río Hondo) ya traslada a manos privadas la conveniencia de concretarlo según la rentabilidad económica proyectada. Lo mismo se puede afirmar para aquellos clubes que alquilan sus espacios para recitales multitudinarios, extremo impensado en estos tiempos. Nadie piensa que podrá haber festejo de Carnaval.

Grandes salas sin shows

Respecto de los grandes espacios escénicos provinciales, como son los teatros Mercedes Sosa (1.500 localidades), San Martín (cerca de 800 butacas) y Alberdi (sobre las 600 sillas), o intermedios (teatros Virla, Orestes Caviglia y Rosita Ávila, con capacidad de unos 250 espectadores cada uno) al estar en manos de la Provincia, de la Universidad Nacional de Tucumán o de la Municipalidad de la Capital, la situación es diferente. Sus costos fijos, principalmente salariales y de mantenimiento, no salen directamente de la recaudación, pero proveerlos de contenido es un problema en el futuro cercano.

En el Mercedes Sosa y el Alberdi, la ausencia de producción propia los hace rehenes de los empresarios nacionales o locales del espectáculo, que no tienen programadas giras de obra teatral o grupo musical alguno por varios meses más.

Para ellos, si el techo de venta de localidades está limitado, no es negocio mover a una compañía artística (en el primero está previsto un ciclo con Miguel Martín para enero, pero todo depende de la demorada reglamentación del COE).

El San Martín se abre casi exclusivamente para los festivales internacionales oficiales y los elencos estatales (aparte de algún que otro acto oficial) que no están ensayando y que requerirán un tiempo para poder montar una obra musical o dancística. Su escenario se usó para el Septiembre Musical y el especial de Navidad que transmitirá Canal 10.

El Caviglia es el sitio que ocupa tradicionalmente el Teatro Estable, hoy sin vista de ensayos. El Virla y el Rosita Ávila son salas sin elencos propios, que se alquilan a bordereaux (porcentaje de las entradas) a artistas independientes y cuyas programaciones anuales quedaron archivadas en el basurero por la pandemia.

A este cuadro de situación, se suma la incertidumbre de la respuesta del público, lógicamente temeroso por el coronavirus. Un nuevo panorama de accesibilidad a los hechos artísticos está en plena construcción y aventurar el final de ese camino es hacer futurismo.

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