Juan María Segura
Columnista invitado
“Una vez que tengamos computadoras en cada hogar, cada una de ellas conectada a enormes bibliotecas donde cualquier persona pueda hacer cualquier pregunta y obtener respuestas, obtener material de referencia de algo en lo que esté particularmente interesada en conocer, desde una temprana edad, por más tonto que pueda parecer el asunto para otros, haciéndolo a su propia velocidad, en su propia dirección y a su propio tiempo, entonces todo el mundo disfrutará aprendiendo. En la actualidad, se llama aprendizaje a algo que te fuerzan a aprender, y todos son obligados a aprender lo mismo, el mismo día, a la misma velocidad en la clase. Y todas las personas son diferentes, para unas esa metodología va muy rápido, para otras muy lento, para otras en la dirección equivocada. Pero denles la oportunidad a las personas, además de ofrecer la escuela, que no debe ser suprimida, de seguir su propia inclinación desde el inicio”.
Esta reflexión, que hoy nos resulta algo obvia, fue entregada por Isaac Asimov en una entrevista televisiva… en el año 1988. Llama la atención por lo premonitorias de sus predicciones, siendo que fueron expresadas en un entorno tecnológico que aún no había visto nacer a internet, los buscadores en línea, los marketplaces digitales, los repositorios de contenido curados por cualquiera, las redes sociales, los blogueros, los smartphones, los protocolos blockchain, ni todo lo que vino después. Asimov predijo, con una lucidez admirable, la disrupción más grande de la historia de la humanidad, y pocos lo tomaron en consideración.
Además de ello, sin proponérselo, el científico también dejó como estúpidos a todos los educadores-enseñadores fanáticos de la escuela como institución física, y no como experiencia dinámica. Estábamos, hace más de 30 años, a las puertas de que todo el mundo disfrute aprendiendo, y aún no lo logramos ni siquiera dentro de la escuela. ¿Qué nos pasó? ¿Acaso obviamos algo? ¿Seguimos a la espera de algún acontecimiento o descubrimiento que aun deba suceder? Veamos qué nos insinúa una reflexión tan breve como potente.
Primero, los conceptos de Asimov realzan la relevancia de los intereses particulares de cada aprendiz desde una temprana edad. Que cada niño pueda hacer cualquier pregunta, y que tenga todo el material de soporte necesario para que dicha pregunta pueda ser respondida, inclusive de muchas maneras diferentes. ¿Acaso la escuela promueve algo de eso? Me dirán que sí, pero no es verdad. La escuela es un recorte estricto y discrecional de temáticas que cercenan con vehemencia policíaca la posibilidad de que los alumnos ‘se salgan de la ruta pavimentada’ para explorar por afuera del mapa. La experiencia escolar de los alumnos está inundada de frases como ‘eso lo verán más adelante, ahora concentrémonos en esto’, o ‘en la otra orientación se cubren esos temas’, o ‘eso ya lo aprobaron el año pasado, así que no hace falta que lo tratemos nuevamente’. Un concepto tan sencillo, tan vinculado con la frescura y espontaneidad de ser niño, tan alevosamente dejado de lado por nuestras escuelas.
En segundo lugar, iguala la jerarquía de todos los contenidos. Para Asimov, no hay conceptos ni tópicos tontos o superfluos, en la medida en que despierten el interés del aprendiz y alimenten su entusiasmo por saber e indagar. Es más, todos los tópicos, y no solo los correspondientes a las mallas curriculares oficiales, deberían representar la puerta de ingreso del aprendiz hacia la experiencia de la escolarización. Varios décadas más tarde, esta idea sencilla posee bases neurocientíficas que indican que la primera tarea del docente es prestar atención a la atención del alumno, y que esta es mayor cuando aquello que se intenta enseñar resulta estimulante para el aprendiz. Sin abandonar la intensión de alfabetizar en el buen dominio de los lenguajes del ser humano (el oral, el escrito, el matemático, el científico, el computacional y el de las redes sociales, de acuerdo con la investigación de Logan), debemos preguntarnos si la escuela realmente tiene el interés de convertir una ‘sonsera temática’ en el big bang de la transformación de cada aprendiz.
Y, por último, establece condiciones sencillas para que el aprendizaje sea placentero, y no el fruto de una imposición. Unos 15 años después de esta entrevista, el profesor Sugata Mitra desarrolló la teoría de los aprendizajes mínimamente intervenidos, demostrando que los niños aprenden solo cuando quieren, y no cuando se los obliga. A pesar de ello, llevamos décadas poniendo el carro delante del caballo, intentando convencernos (a pesar de que los indicadores de aprendizaje sostienen lo contrario) de que imponiendo, a la larga, los alumnos encontrarán el placer de los contenidos que aun no pueden disfrutar ni apreciar. Una brutalidad y torpeza por la que seremos juzgamos duramente en el futuro, estimo, cuando se analice este formato rígido, impersonal y desinteresado en el disfrute del niño como ingrediente central del proceso.
De las predicciones potentes y reveladoras de Asimov, y de sus observaciones sencillas pero permanentes sobre el acto de aprender y de su vínculo con los niños, podríamos concluir que la personalización es el ingrediente ausente del sistema del que nos valimos hasta hoy, y que la tecnología finalmente lo plantea como posible, realizable. La nueva normalidad escolar, lo que sea que ello signifique, debería ubicar a la personalidad de los aprendizajes y de las trayectorias escolares en el centro del nuevo diseño del sistema.
Debemos diseñar un sistema de enseñanza escolar en línea, alternativo al sistema actual, complementario si se quiere, que permita dar forma a la aspiración no solo de Asimov, ¡sino de todos los padres del mundo! Como padre de 4, no quiero que mis hijos se reciban de A o de B, sino que sean su mejor versión de sí mismos. Y, para ello, necesito que las instituciones y experiencias educativas y formativas que deban atravesar los ayuden a desplegar su propia huella dactilar y digital, su propio ADN, su impronta, carácter y personalidad, y que ello los ayude a perseguir sus sueños y a habitar la adultez con pie firme y sin temor.
Es así que me pregunto, ¿por qué los niños deben esperar hasta marzo para que se inicie esa experiencia escolar obligatoria? ¿Por qué esperar, si la personalización en línea, como dijo Asimov hace 32 años, permite que cada uno avance a su propio ritmo, en su propia dirección, con las temáticas que más los motivan y movilizan?
La revolución tecnológica que estamos viviendo permite una cosa por encima de todas las demás: comenzar hoy, hacerlo ya, sin intermediaciones, sin costo, sin tener que demostrar o justificar nada a nadie. Es una revolución del uso alternativo del tiempo, que nos pone potencialmente en contacto con contenido infinito, literalmente. Es por eso que, cuanto más nos metemos en este nuevo mundo-matriz, más inexplicable resulta diseñar procesos e instituciones cuya lógica sincrónica y presencial obligue a todos a esperar, en el caso de nuestra escuela, hasta marzo.