Tras las huellas de los cazadores de eclipses

Tras las huellas de los cazadores de eclipses

LA GACETA realizará la cobertura de un evento único: el eclipse total de sol que ocurrirá el lunes próximo. Todos los días publicaremos este diario de viaje del periodista que formará parte de la expedición.

Tras las huellas de los cazadores de eclipses

“¿Por qué miramos al cielo?”, pienso mientras el jefe de Redacción de LA GACETA me asigna la tarea de cubrir el eclipse total de sol que ocurrirá el próximo 14 de diciembre. “Es un suceso histórico”, me repite. Y está acertado: la próxima oportunidad para ver un eclipse de estas características desde nuestro país será recién en 2048. El mundo entero tiene puesta la mirada en este acontecimiento astronómico.

En medio de la adrenalina que produce el desafío trato de medir la importancia del hecho. Lo primero que sé es que el mejor lugar del planeta para presenciar el fenómeno será la Patagonia argentina: allí el eclipse será total y el día se volverá noche por unos minutos. Junto con un equipo del Observatorio Astronómico de Ampimpa nos trasladaremos a Río Negro, a una zona estratégica de observación en medio del desierto.

La responsabilidad es enorme y el reloj comienza a correr. Viajar en pandemia es un reto en sí mismo pero en ese momento la  pregunta inicial me inquieta aún más, como si en ella estuviera la clave para abordar la cobertura: ¿por qué miramos al cielo?

Ansioso por adentrarme en la temática escucho varios podcasts de la Asociación Argentina de Astronomía. El audio detalla la manera en que hemos observado el firmamento desde la antigüedad. Observando la posición y movimiento de sus astros hemos conformado calendarios y mapas. El sol y la luna personificaron a dioses y entidades en distintas culturas, y muchos ven en el cielo el lugar donde habita la vida después de la muerte. Mirar al cielo nos ha marcado a través de los tiempos.

Tanto hemos mirado al cielo que, tecnología mediante, podemos predecir y obtener información sobre cualquier fenómeno que en él se produce, cómo este eclipse. Indago en páginas web sobre el tema hasta que el bloc de notas se atraganta de datos, de números, de nombres; pero yo me distraigo pensando en las historias de vida que intuyo detrás del acontecimiento científico. En el vértigo de los “observadores del cielo” de todo el mundo atravesando el país hacia el sur, aún en medio de una pandemia. Así de intensa es su pasión por presenciar el eclipse y eso me intriga.

Días después, mientras tomamos un café, Alberto Mansilla, el director del Observatorio, me describe a estos expedicionarios. “Una parte de ellos viaja con fines científicos y de registro fotográfico y otro grupo para indagar en la experiencia sobrecogedora y mágica que produce este tremendo evento. Todos tienen un gran amor por la naturaleza”.

Escuchar a Mansilla me emociona, calculo que en estas personas podría estar cifrado parte de mi relato periodístico. En esos cazadores de eclipses apostados en el desierto patagónico. Unos motivados por el valor científico, otros por el valor emocional; todos, incluso yo, atraídos por la posibilidad observar el potente encanto de la naturaleza, una noche estrellada en pleno mediodía, la promesa de mirar hacia un cielo histórico tras un largo viaje al fin del mundo.

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