Cuando el caos y el ruido, antes y durante la capilla ardiente de la Casa Rosada, ya eran pasado, llegó un momento íntimo, el último, el más sentido. Un tiempo intangible, cargado de resignación, cuando las palabras sobran, las lágrimas se convierten en recuerdos y todo aquello que fue son apenas restos de quien en vida se erigió en un ídolo que supo tener el mundo en sus manos. Y a sus pies.
Unas 40 personas. Familiares, amigos, allegados. Ellos fueron los últimos en ver el féretro envuelto en una bandera argentina. Una misa le dio marco a este momento ineludible. El silencio de los presentes se rompía con las respuestas como una letanía siguiendo el rito religioso.
Horas y horas de un miércoles de muerte y un jueves descomunal estaban quedando atrás. De ojos enrojecidos, húmedos, incrédulos. De sollozos en introspección. De señales de la cruz. De reverencias. Todo por Diego Armando Maradona.
Cerca de las 19, el cortejo fúnebre llega al cementerio. Lentamente, el ataúd es trasladado. Hay una carpa blanca rectangular esperando por los dolientes. La tarde es apacible. El silencio lo domina todo. También el verde. Alguna ave cruza el cielo.
Una cámara es la que muestra estos instantes. Los canales de televisión toman las imágenes. El país y el mundo participan. Paradojas del caso: uno de los momentos de intimidad más públicos de los últimos tiempos. Casi una extensión de aquellos en los que Diego se erigió en un imán en cualquier lugar del mundo donde estuviera presente.
Se puede ver la presencia de Claudia Villafañe, su ex esposa. Dalma y Giannina, las primeras hijas del “Diez”. También a Jana, otra de sus hijas. A Verónica Ojeda, su ex pareja. A Guillermo Coppola, su ex representante. A sus hermanos, Ana, Rita, Elsa, María Rosa, Claudia y Raúl (“Lalo”). Hugo (“El Turco”) no pudo estar, ya que no pudo llegar a tiempo desde Europa. Están sus sobrinos, sus primos. Personal de seguridad, y del propio sitio del entierro.
Todos están en ese rincón del cementerio Jardín de Bella Vista. Ya pasaron por el caos y por la precipitada suspensión de una ceremonia que debía tener otro curso. Ya integraron la caravana que trasladó rauda desde la Casa Rosada el cuerpo del ídolo a su última morada. El torbellino de emociones cobró en esos instantes una intensidad con pocos antecedentes en el país.
La misa termina. El momento final está llegando. Alguna flor, un puñado de tierra.
A las 19.53 de un jueves 26 de noviembre de 2020, sólo un símbolo cargado de emoción era el féretro que yacía bajo la tierra y el césped. Al lado de los que contienen los restos de Don Diego y de Doña Tota, sus padres.
A lo lejos, un sordo ¡Diego, Diego! se fue apagando en el fragor de una vida que sigue. Todo había terminado.