Esta es una historia que teje lazos: investigadores de tres instituciones, de un equipo que se mantuvo 20 años; plantas de casi todo el país, las abejas que interactúan con ellas y sus productores; hospitales que colaboran con muestras de bacterias resistentes a antibióticos en “versiones locales”, para hacer pruebas de efectividad... Es una historia de trabajo colaborativo a largo plazo, que son los que echan raíces profundas y se despliegan, y hoy sus protagonistas están orgullosos de su resultado.
Hace pocos días se publicó en la revista Journal of Apicultural Research uno de sus logros: un gel de propóleos capaz de hacerle frente a algunas de las bacterias más “feroces”, por ejemplo, el Staphylococcus aureus. Además, el desarrollo de un alimento funcional con propóleos de los Valles Calchaquíes fue nota de tapa del Journal of Food Science. No es lo único, pero por alguna parte había que empezar.
Las cabezas visibles de este equipo son María Inés Isla, directora del Instituto de Bioprospección y Fisiología Vegetal (Conicet/UNT) y el ingeniero químico Luis Maldonado, de INTA Famaillá, pero hay muchos investigadores y becarios sosteniendo estos hallazgos.
Saberes tradicionales
“El objetivo fundacional del instituto es buscar en las especies vegetales lo que llamamos metabolitos útiles; es decir, moléculas que tienen capacidades diversas. Una de ellas es poder ser aplicadas a la salud, como el gel; pero también en alimentación y en cosmética”, explica Isla (además es profesora titular de Química Orgánica en la Facultad de Ciencias Naturales de la UNT), y destaca que en sus proyectos son claves los datos provenientes de saberes ancestrales. “Los antiguos pobladores de estas zonas tenían su botiquín de hierbas; parte de nuestro trabajo busca validar científicamente su uso y descubrir las moléculas responsables de sus efectos”, agrega.
Asumiendo esa responsabilidad, el equipo del Inbiofiv (“nombre corto” del instituto) ha relevado la flora de ambientes muy variados del Noroeste Argentino, y ha descubierto que parte de las especies vegetales usadas por los pobladores desde tiempos inmemoriales como medicina y como alimento funcionan, y además le vienen como anillo al dedo a la producción apícola: “entre otros motivos, porque les da identidad de origen a los propóleos, producto muy valioso pero que entre nosotros se comercializa poco y a granel”, explica Isla
Por qué propóleos
Las abejas los producen para sellar la colmena y protegerla de insectos y roedores, pero también de hongos y de bacterias. Esas habilidades antisépticas se conocen popularmente desde hace mucho tiempo: acordate del caramelo de propóleos para el dolor de garganta...
Habiendo validado saberes ancestrales al respecto, aprovechar la “sabiduría” de la naturaleza implica ahorrar esfuerzos y recursos, y eso hicieron. “Para fabricar los propóleos las abejas mastican la resina de los brotes nuevos de las plantas y la mezclan con su saliva. Podemos decir, de alguna manera, que ellas hacen la primera selección de moléculas, y nos entregan un producto más puro y, además, concentrado”, explica Catiana Zampini, farmacéutica homeópata y vicedirectora del Inbiofiv.
Pero hay más datos importantes: resulta que los propóleos no son todos iguales y, en consecuencia, tampoco los son sus “habilidades”. Aquí Isla toma la posta de la explicación. “Las moléculas que hallamos en los propóleos dependen de la vegetación que rodea las colmenas y de las resinas que producen estas plantas, que tienen diferente composición química -dice y agrega-. Hasta el momento hemos encontrado por lo menos cinco tipos diferentes de propóleos en Argentina, cada uno con sus particularidades”.
“Cada especie de planta produce diferentes compuestos, muchos de ellos como mecanismo de adaptación y de defensa a condiciones adversas. Y esos compuestos definen las virtudes de los propóleos”, detalla y resalta que haber logrado identificarlos y validar sus potencialidades no sólo pone en valor la biodiversidad; también está teniendo muchas aplicaciones.
“Saber el origen botánico y la composición química de los propóleos puede ayudar a los apicultores a buscar el mejor lugar para sus colmenas y a obtener productos de alta calidad biológica para usarlos como alimento o medicina”, añade.
Biotecnología: trailer
Como decíamos al principio, este trabajo tiene raíces profundas y al desplegarse se ramifica y se hace complejo. Por eso, como con las series, te proponemos un trailer.
Resulta que la buena calidad detectada en los propóleos luego de caracterizarlos (esto es, analizar y describir sus componentes) está permitiendo desarrollos biotecnológicos, como el gel bactericida -tiene como base propóleos mendocinos- y otros. La detección de propiedades fue posible gracias a una suerte de “GPS de propóleos” desarrollado en conjunto con el INTA, que además aportó las normas IRAM-INTA para su manejo; tecnología e investigadores; cobertura nacional y su estrecho vínculo con productores apícolas de todas partes del país.
Y en esta, “nuestra” parte del país, esos apicultores (concretamente los miembros de la Cooperativa Norte Grande) con los propóleos relacionados con la flora local, y los científicos demostraron que extractos o tinturas preparados con unos de los Valles Calchaquíes -únicos en el mundo- tienen actividad antibiótica y antimicótica, y gran potencia antiinflamatoria.
Pero para demostrarlo era necesario procesar los propóleos de colmenas de esa zona, la misión que estuvo a cargo de INTA. “Para aprovecharlos hace falta obtener un extracto blando, así que debimos desarrollar la tecnología adecuada”, cuenta Maldonado. Y ese fue un gran paso (pero no el último).
“Con esa tecnología disponible estudiamos y caracterizamos los propóleos mendocinos, y pudimos determinar no sólo que inhiben el crecimiento de bacterias Gram-positivas y Gram-negativas, sino también que los niveles de concentración que se necesitan para producir la inhibición son bajos”, cuenta Isla.
“Los resultados sugieren también que el gel puede usarse como antioxidante y antibacteriano -resalta Maldonado-; y también mostraron que mantuvo su estabilidad química, física y microbiológica, así como sus propiedades biológicas, durante más de un año de almacenamiento”.
Los del Noroeste
También jugaron de locales, y caracterizaron propóleos provenientes de una planta que en Tucumán crece en los Valles, conocida como jarilla. “Las abejas de estos apiarios elaboran su propóleo exclusivamente a partir de esa resina, que es endémica de Argentina, lo que significa que contamos con propóleos únicos en el mundo y, además, de excelente calidad -cuenta Zampini-. Otro motivo para promover la conservación de especies vegetales nativas de nuestro monte”.
Estos propóleos demostraron fuerte actividad antibacteriana frente a bacterias resistentes a antibióticos comerciales; ser capaces de combatir hongos como los que producen candidiasis vaginales o atacan las uñas, y tener una gran potencia como antiinflamatorios. También permitieron desarrollar unas gotas para el oído eficaces no sólo contra bacterias humanas sino también para uso veterinario. “En mi tesis doctoral estudié los efectos sobre bacterias aisladas de otitis canina, y además de efectos antibióticos tienen importantes propiedades antiinflamatorias; es muy importante porque siempre las infecciones van asociadas a procesos inflamatorios”, explica la bióloga Ana Salas.
Y hay más: descubrieron que las tinturas extraídas desarrollan actividad hipoglucemiante e hipolipemiante, es decir, ayudan a controlar el metabolismo de los azúcares y de las grasas. “Esto abre la posibilidad de usarlos para tratar patologías relacionadas con síndrome metabólico, como ingrediente de un alimento funcional, sin problema, pues ya están incorporados al Código Alimentario Argentino”, resalta Isla y cuenta que están dando el (por ahora) último paso: INTA Famaillá, Inbiofiv (o sea, Conicet y UNT) y la Cooperativa Norte Grande arman la planta piloto donde podrán escalar los procesos de obtención de los productos.
Se abre el camino para que estos (y otros) logros científicos tucumanos, con materias primas naturales locales, lleguen a la población, al mercado, al mundo...