Mario Riorda:“aprendimos muy poco en términos de gestión de crisis”

Mario Riorda:“aprendimos muy poco en términos de gestión de crisis”

El docente e investigador evalúa lo que deja la pandemia de la covid-19 y la acción del Gobierno y de la sociedad en los últimos siete meses.

Mario Riorda. Mario Riorda.

Quien esté libre de crisis que tire la primera piedra. Y la Argentina se ha subido a cuanta debacle se cruzó, por su alta volatilidad, por sus diferencias irreconciliables entre sectores políticos para acordar o, más cercanos, por las diferencias interpersonales, en vez de priorizar el diálogo y encontrar una salida que satisfaga a las partes. El politólogo, especialista en gestión en crisis y director de la Maestría de Comunicación Política de la Universidad Austral, Mario Riorda plantea que, probablemente, la pandemia de la covid-19 haya convertido a la crisis en la palabra del siglo, por su carácter abarcativo; afectó a todo el mundo, literalmente. Lo señala en el libro que acaba de lanzar, junto con la especialista en Psiquiatría y Psicología Médica, Silvia Bentolila, y que titularon “Cualquiera tiene un plan hasta que te pegan en la cara-Aprender de las crisis”. Sí, un término muy común al boxeo, pero trasladado a la realidad cotidiana. En una entrevista telefónica con LA GACETA, Riorda -consultor en estrategia y comunicación de gobiernos y partidos latinoamericanos- confiesa cierta impotencia personal al observar que los gobiernos aprendieron muy poco, en términos de gestión, durante estos siete meses de pandemia del coronavirus.

-¿Los argentinos nos acostumbramos a las crisis?

-La palabra crisis es como una goma de mascar, como un chicle que lo estirás, lo estirás y lo estirás y le cabe cualquier significado. Desde hace algunos años doy un seminario de crisis en las universidades y, cuando va gente a cursarlo, lo primero que me dicen es “yo vivo todos los días en crisis”. Y la verdad es que eso no es crisis. Una situación conflictiva no es una crisis. Una crisis es cuando estás viviendo una suerte de fin del mundo personal, como se denomina un capítulo del libro. Las crisis son momentos en los que colapsa el sistema político o el sistema social; colapsa tu identidad individual, tu economía o tu bienestar emocional. Entonces allí te das cuentas de que no cualquier cosa es una crisis, sino cuando te saca de la base donde estás parado y te quedás sin los valores que te sostienen. Entonces te sentís frágil y vulnerable; literalmente a la intemperie. Creo que la Argentina, lamentablemente o cíclicamente, nos hace caer socialmente en eso. Las crisis no sólo son de países; también son de vivencias personales.

En términos gubernamentales, la carta de Cristina Kirchner es una complicación para Alberto Fernández porque deslegitima el peso de su cargo.

-¿La actual crisis sanitaria cambiará profundamente la valoración interna en las personas y en las instituciones?

-Cuando tienen una escalabilidad inusitada como la pandemia del coronavirus, ponen en remojo ciertos paradigmas. Tampoco significa que todo cambiará de golpe, porque una de las características más importantes de las sociedades y de las instituciones que las rigen es que hay muy poca capacidad de aprendizaje. Generalmente, hay altos niveles de contrastes con el pasado malo, fuertes procesos de diferenciación (muchas veces exagerada), pero cuando falla el sistema, en vez de modificarlo o producir reformas para que mejore, generalmente se producen cambios de personas. Así, la capacidad de aprendizaje es muy poca.

-Por lo que se plantea en el libro, nadie está exento a las crisis...

-Nadie está a salvo de las crisis, ni los individuos ni la política. En lo político, hay características que definen a gobiernos que son  instituciones crisispropensas por A (razones propias) o por B (razones ajenas). Siempre se cae en alguna crisis y allí aparece la necesidad de entender las dinámicas de gestión de riesgos y las propias de gestión de crisis. En el libro, junto con Silvia, hemos visualizado la situación de América latina en 2019, con tensiones en Chile, Ecuador, Bolivia o Colombia. Analizamos un fenómeno de mala praxis en la política comunicacional de los líderes. En vez de mitigar o reducir la situación social, básicamente la expendieron con mucho peligro.

-¿Hubo mala praxis en la gestión de la pandemia en el país?

-No creo que haya habido mala praxis en términos de haber expandido o acelerado el proceso; en todo caso, hubo una visión voluntarista de la gestión de la pandemia que es loable, pero que de ninguna manera alcanza para gestionar una pandemia. En gran parte se debe a lo que ha significado en procesos críticos, excepcionales y disruptivos anteriores: faltan ciencias sociales y la mirada que pueda aportar la antropología, la ciencia política, la sociología y la comunicación. El estudio que se hizo tras la epidemia del H1N1 fue que a esa gestión le faltó ciencias sociales, especialmente en el momento de distribución masiva de vacunas. Literalmente hubo una especie de colapso, primero, por problemas comunicacionales y, segundo, por problemas de logística. Creo que si analizamos lo que sucede ahora con el reparto masivo de vacunas contra la covid-19 que se viene, estamos frente a un alerta amarilla o, cuanto menos, anaranjada, para no repetir aquellos procesos traumáticos.

Hay que ver todo lo que nos falta como sociedad y como personas para poder creer un poquito en una palabra ausente en estos días: confianza.

-En términos comunicacionales, señala que no hay que mentirse jamás, pero la mentira forma parte de la política y, a veces, con promesas se ganan elecciones...

-Si, pero eso no sirve para gestionar crisis. Siempre sostuve que ser profesional en el marco de la comunicación política implica discernir y diferenciar, de entender la diferencia que separa lo electoral de lo gubernamental, de la crisis y del riesgo. Por lo tanto, si hay un activo muy valioso en la gestión del riesgo es no mentir y no mentirse. No mentir significa ser transparente con la sociedad y ser correctos con las expectativas; sí, justo con las expectativas. No mentirse significa no tomar decisiones que impliquen cometer errores de apreciación o mala lectura del contexto. La desvirtuación de ese contexto tiene que ver con el exceso del ego de los liderazgos y allí se produce la mala praxis con consecuencias políticas y sociales gigantes.

-¿Qué ha significado la carta pública de Cristina Fernández, en materia de comunicación política, para la gestión de Alberto Fernández?

-En términos gubernamentales, es una complicación para el Presidente porque deslegitima el peso de su cargo. Y si la próxima elección legislativa tuviera ribetes plebiscitarios tampoco es saludable esta pérdida de poder. La carta es interesante, pero, de alguna manera, me preocupa que  las reglas de juego sobre lo que está bien o mal en el gabinete o sobre los posibles acuerdos sean puestos por la vicepresidenta y no por el Presidente. Desde mi punto de vista, erosiona la autoridad. El contrato social que Alberto Fernández estableció con las argentinas y los argentinos durante la campaña fue tender puentes. Parece un contrasentido que se propongan puentes hacia afuera, cuando ni siquiera hay puentes internos muy claros entre él y su vice, que -a la vez- fue su mentora política.

-¿Qué aprendimos de la crisis?

-Me da cierta impotencia decir que lo que aprendimos fue poco en términos de gestión. Pregunté en un chat con consultores acerca de lo que habían leído sobre riesgo y la respuesta fue cero. Lo vemos en las políticas del oficialismo y también de la oposición. También en algunas empresas, a través de su oferta publicitaria, que montan una vida pospandemia idílica cuando sabemos que la pandemia tendrá consecuencias de largo plazo. ¿Qué aprendimos? Poco. Hay que ver todo los que nos falta como sociedad y cono personas para poder creer un poquito en una palabra ausente en estos días que es confianza y apostar por esa confianza.

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