Santiago Roncagliolo (1975, Lima) está acostumbrado a que le pregunten por Mario Vargas Llosa y a que -más grave aún- lo comparen con él. Es lo que le toca por ser un escritor peruano instalado en España hace dos décadas. Dice que esto le ha generado un conflicto con las expectativas, algo que también ve en la forma de ser de los argentinos. “Ustedes piden demasiado: no pueden ser del montón. O son los mejores del mundo o son los peores. En el Mundial de Fútbol esto es evidente. Si su Selección gana un partido, ya se sienten los campeones. Y si lo pierde, todo está mal: (Lionel) Messi, el fútbol, el Gobierno… Entran en un trompo autodestructivo esquizofrénico. No aceptan la mediocridad. Ser peruano es más fácil. Esperas poco de la vida”, describe. Esto que quizá es válido para la generalidad se ha vuelto complicado al momento de explicar qué sucede en la política de Perú, donde ha habido cuatro procedimientos de destitución presidencial en los últimos tres años, el último esta semana. “Los peruanos queríamos quitar del cargo a los políticos corruptos y lo hemos logrado, pero no nos dimos cuenta de que ese instrumento iba a estar en manos de otros políticos corruptos, que se quitan unos a otros del puesto”, resume.
Para Roncagliolo, novelista destacado en el escenario de las letras castellanas, la “r” tucumana es la de Mercedes Sosa. “Es tu ‘r’”, diagnostica durante este diálogo por Google Meet. Cuenta que la covid-19 lo aburre con su efecto “Día de la Marmota”: “no acaba nunca. Y eso que me mantengo creativo, activo y entretenido, e, incluso, que he podido hacer cosas nuevas. No me quejo, pero el Día de la Marmota sigue y el mundo exterior se va derrumbando”. El autor de “Abril Rojo” (2006) se aferra a la novedad de la posible vacuna. “Algún día habrá un final. Esto ya cambia un poco el ánimo. Y alivia”, dice.
¿Por qué sentís que el mundo exterior se derrumba si estás en casa y teóricamente aislado de la amenaza?
-Si bien ya casi no hago periodismo, estoy inevitablemente ligado a la formación del periodista y me paso todo el día enchufado a las noticias, pareciera que para amargarme. Pero también me llegan las noticias de los amigos. Pasada la primera ola no se me murió nadie que conociera, aunque al principio, sí. Luego, ya no he visto problemas graves de salud, pero sí de gente que no puede trabajar ni pagar el alquiler. La crisis es económica. En España salen a marchar los camareros, los que tienen restoranes y los hoteleros. Si no los matas con el virus, los matarás de hambre. Entonces, tengo la sensación de que esta crisis sanitaria, económica y social va a crear unas divisiones muy fuertes.
Juego con la novela criminal y con personajes que se enfrentan a lo que más los aterra, y ahí descubren qué son. Lo que te da miedo define quién eres tú.
-Me dio gracia que me advirtieras que no ibas a ser útil para conversar sobre la actualidad peruana.
-Tengo una opinión, pero no información interesante porque el tipo (Manuel Merino) que gobierna desde el 10 de noviembre hace tres meses no existía. No es que haya una propuesta o un partido. Por ahí me preguntan siempre, por ser peruano, qué está pasando en Perú y realmente es una pelea de mafias a cuchillazos. Tampoco es un golpe de Estado porque todo es legal y parlamentario. Nosotros queríamos que a los políticos corruptos se los pudiese sacar del cargo y lo logramos, pero no nos dimos cuenta de que ese instrumento iba a estar en manos de otros políticos corruptos que se quitan unos a otros del puesto. Era corrupto el presidente (Pedro Pablo) Kuczynski y lo traicionó (Martín) Vizcarra, pero resulta que este también era corrupto, entonces, es traicionado por otros, que, a su vez, son corruptos. Uno puede ver cómo tienen sus lobbies y se van formando las alianzas parlamentarias. Ahora hay una agenda de intereses de ciertos grupos, como una ley universitaria y normas empresariales, pero es muy difícil de explicar porque carece de ideología. Es una pelea barrial entre mafiosos de barrio. No es una pelea política o de proyectos de país.
-Es interesante esto de que la corrupción no se acaba con el hecho de sacar a un gobernante.
-Es una situación de populismo endémico. No deja de ser parecido a lo que pasa en los Estados Unidos con (Donald) Trump y en Europa cada vez más. En España tenemos a Vox. Hay un voto enorme de gente que odia a los políticos, y que prefiere de presidente a un cocinero o a un empresario. Ahora, por ejemplo, el portero (arquero) de Alianza Lima (George Forsyth) encabeza las encuestas. Estamos hablando de un jugador de fútbol que fue alcalde de un barrio que ni siquiera terminó su gestión porque ya se anotó para las presidenciales. Si llegas a ser político, ya no te quieren votar. La parte absurda de esto es que ser candidato te convierte en político con el agravante de que no tienes formación ni cultura ni militancia. Las palabras “partido político” e “ideología” generan pavor, y, entonces, aparecen unos improvisados, que van reuniendo alrededor de ellos alianzas de políticos y empresarios, que en cada elección tienen su propia agenda, y que ahora, además, pueden imponerla en cualquier momento quitando al que había. De verdad se parece a un Estado fallido porque no es que alguien vaya a salvarte de eso: esto es el sistema político.
-Llama la atención porque Perú es un país que en los últimos años hemos admirado por su crecimiento económico.
-Sí, sí. Bueno, cada vez que yo estoy a favor de algo, eso se hunde. He respaldado este modelo porque veía que la gente vivía mejor y había más colegios. Sí me parecía que progresábamos. Cuando llegó la pandemia me di cuenta de que lo que no había eran hospitales y de que la mitad del país carece de refri (heladera), y que, por eso, debe salir a comprar comida todos los días porque no puede guardarla para que no se pudra. La mitad del país no tiene cuenta bancaria y esto la obliga a estar en la calle. Estas razones explican las pésimas cifras de la pandemia, pese a las medidas de prevención que se tomaron rápidamente. Nuestro crecimiento económico no se debió tanto a inversiones, sino al hecho de que no estábamos gastando. Las cuentas salen positivas, pero no ayudan a frenar la pandemia. El país de América Latina que mejor enfrentó el problema es Uruguay, que gasta el doble o el triple en salud. La emergencia encontró a medio Perú al descubierto. La pandemia ha desnudado todas las debilidades de un país que parecía un modelo de buen funcionamiento de la economía liberal, pero sólo parecía.
-¿Cómo llevás esto de ser un escritor latinoamericano en España?
-Para mí es diferente porque vivo en Barcelona. Después de diez años de defensa de la etnia catalana, los latinoamericanos ya se han ido a Madrid, donde la lengua no es un problema ni tampoco el hecho de no formar parte de la tribu. Yo ahora mismo vivo en el Zoom, y trabajo con gente de Madrid y de América Latina. Pero las cosas han cambiado desde que llegué y me establecí en España, hace 20 años. Es cada vez más difícil entrar en la sociedad española. En ese momento había una economía muy pujante que necesitaba trabajadores, manos y sangre fresca. Hoy muchos autores latinoamericanos se instalan aquí, pero siguen trabajando para su lugar de origen. El escritor y el periodista tienen la ventaja de que pueden vivir donde quieran, y buscar ambientes más grandes e igualitarios. Supongo que los porteños y los mexicanos no vienen tanto a España porque están en ciudades con mucha oferta cultural. Pero para los autores de otros países de América Latina resulta que Madrid ofrece unas oportunidades de consumo, de igualdad y de seguridad, y ciertos valores. Hay mucha xenofobia, pero el peruano promedio es mucho más discriminador que el español: el nivel de machismo y de racismo aceptado socialmente es mayor. Esto a mí me gustó mucho cuando llegué. Supe que en esta sociedad era más fácil moverse y salir del encierro. Supongo que el progresismo es lo que me atrae o nos atrae.
-Pero un escritor peruano en España siempre será comparado con Vargas Llosa y con Alfredo Bryce Echenique…
-Los argentinos lo llevan mejor porque son como la clase vip de la inmigración: son como españoles. Quizá porque tienen pasaportes europeos y mucha relación cultural, y existe este recuerdo de que la Argentina era el país rico que ayudaba a España. Tengo un amigo peruano que es un actor brillante al que le iba muy bien en Lima, pero en Madrid no conseguía nada: era demasiado blanco para hacer papeles de peruano y tenía demasiado acento para actuar en roles de españoles. Y estaba limitado por los personajes de traficantes, inmigrantes ilegales y empleados domésticos. El asunto es que terminó volviendo a Lima, pero, antes de irse, me dijo: “¿tú te has dado cuenta de que en la industria audiovisual española los cubanos hacen de cubanos; los peruanos hacemos de peruanos; los ecuatorianos hacen de ecuatorianos y los argentinos hacen de seres humanos? En el periodismo y la literatura eso también se ve. Samanta Schweblin, Martín Caparrós y Leila Guerriero son nombres de peso. En Perú, en cambio, sólo hay uno. Es tan grande el referente, que decepcionas a la gente. Yo tengo una relación muy conflictiva con esto, no con Vargas Llosa, sino con la expectativa de que debo parecerme a lo único que conocen los europeos de las letras peruanas. Si eres escritor peruano, todo el mundo espera que vayas a ser candidato a presidente en cualquier momento, que es lo que más recuerdan de Mario. En América Latina no es necesario encajar en una única referencia.
-El comentario sobre tu obra suele encasillarla en un tema: el miedo. ¿Estás de acuerdo con esa caracterización?
-Sí. Es el miedo y el mal. Crecí en una sociedad en la que te podían matar, pero no para robarte una cartera: eras un objetivo por pertenecer a una clase social o vivir en cierto barrio. Crecí con miedo, con apagones, con bombas… en la guerra, vaya. “Cien años de soledad” no se parecía mucho a mi mundo, sí, en cambio, “La hora macabra”, “Alfred Hitchcock presenta” y los thrillers de “Asesino en serie”. Siempre juego con la novela criminal y con personajes que se enfrentan a lo que más los aterra, y ahí descubren qué y quiénes son. Lo que te da miedo define quién eres tú: la gente tiene miedo según su lugar de origen, su familia, su clase social… Enfrentar a los personajes con sus miedos es una manera de explorarlos.
-En tu producción literaria también hay una preocupación por la justicia: de hecho uno de los protagonistas, Félix Chacaltana, trabaja como fiscal.
-No lo había pensado así, pero sí. La relación entre el miedo, el mal y la justicia se conecta con un interés por entender por qué la gente se hace daño. Por qué gente que alguna vez fue un bebé o fue inocente o creció rodeada de las mejores intenciones y, quizá, aún las tenga, mata, bombardea, asesina y destruye, y no sólo en el campo político, sino en la esfera personal y cotidiana. En el fondo es una búsqueda de respuestas sobre por qué la gente hace y se hace el mal. La idea de justicia está asociada a que los buenos ganan a los malos, pero resulta que los malos creen que son buenos: nadie va por ahí diciendo “soy malo”. Mis personajes hacen cosas atroces por buenas razones y creen que están haciendo el bien. Y esta es la naturaleza del mal: creerse bien. Quien hace daño piensa que se trata de algo necesario y correcto. Hablar del mal te empuja a preguntarte por lo justo. ¿Qué es eso? ¿Quién debería establecerlo?
-La otra pregunta es quién tiene la autoridad para decir lo que está bien y lo que está mal, o para trazar la línea que divide a ambas categorías.
-Hay un libro que a mí me encanta de Janet Malcolm, que se llama “Ifigenia en Forest Hills. Anatomía de un asesinato”, que trata sobre un caso judicial en el que simplemente es imposible saber la verdad. Y que estudia cómo la Justicia es una ficción que nos montamos. Le decimos a un señor que él va a ser juez y lo va a resolver porque es necesario hacerlo, y lo obligamos a ello, incluso si no lo sabe. Muchas veces estos problemas no tienen solución en el orden moral.
-Hablando de eso, vi que te afectó la muerte de Quino (Joaquín Lavado)…
-Sí, mis padres querían que yo fuese Mafalda.
-¿Qué pasó?
-Si tus padres son muy de izquierda, tú eres más conservador. Mafalda se convirtió en el referente de dos cosas que van muy juntas: la gente progresista y la gente que lee. Todo lector latinoamericano ha leído a Mafalda. Y todos quisiéramos ser ella y no necesariamente Libertad. Queremos ser lúcidos, críticos e inteligentes. Pero en realidad mis padres se parecían más a Mafalda. Eran completamente liberales y era un desastre porque no había forma de rebelarse. Mi papá en especial estaba en contra de la autoridad y el autoritarismo, y no me iba a imponer nada. La rebelión adolescente no tiene sentido en esas condiciones: no funciona si está aprobada por los mayores. Por eso mi primera rebeldía a los 17 años fue apoyar el Golpe de Estado de la derecha fujimorista. Mi padre se puso furioso. Por suerte me duró poco: cambié de opinión rápidamente.
-Lo curioso de Mafalda es que fue leída e incorporada en una época en la que no había redes sociales.
-Es un personaje realmente popular porque representó a las generaciones de los 70 y los 80, que querían ser críticas y buscaban un mundo mejor. Encarnó a toda esta gente. Pero ese ideal se vino abajo en los 90, que fue el fin del sueño. Y, sin embargo, en los últimos 10 o 15 años ha vuelto la necesidad de cambiar cosas, sobre todo en América Latina. Eduardo Galeano y los demás autores de izquierda con grandes propuestas de este tipo se sienten antiguos. Lo único que sigue teniendo vigencia es Mafalda porque no era un gran programa político, sino una actitud de mirar al mundo con lucidez, con sarcasmo y con ironía, pero no un plan. Hemos encontrado que esa actitud nos vuelve a representar 20 años después. Si Quino se hubiese muerto en 1996, el suceso no habría tenido el impacto actual. Este fallecimiento ha ocurrido en un momento en el que muchas cosas de su tiempo han vuelto después de un paréntesis en el que prevaleció el pensamiento de que ya no había problemas o de que la solución de los problemas era sencilla.
Fruto literario de la violencia política
Al poco tiempo de nacer, Santiago Roncagliolo y su familia fue deportada a México por el Gobierno militar del Perú. Ese hecho y la inestabilidad institucional de su país de origen signaron la carrera de este periodista, guionista, traductor, dramaturgo, cuentista y novelista. Instalado en España desde el año 2000, Roncagliolo ha incursionado en la literatura para adultos y en la infantil. En 2006 se convirtió en el autor más joven galardonado con el premio Alfaguara por la novela “Abril Rojo”. Entre sus títulos más destacados están “Crecer es un oficio triste” (2003), “Óscar y las mujeres” (2013) y “La pena máxima” (2014), una obra ambientada en el Mundial de Fútbol de Argentina celebrado en 1978.