Punto de vista: Cien voces y una sola alma

Punto de vista: Cien voces y una sola alma

10 Noviembre 2020

Antonio Liberti

Bajo

Las irrebatibles leyes del azar habían dispuesto que mi primo santiagueño Benjamín Paz me encontrase boyando en la calle 25 de Mayo. Era una tranquila noche de abril de 1962. Seguramente, me vio cara de náufrago porque me dijo: “¿Quieres entrar en el Coro Universitario? “¿Qué es eso?”, respondí. “Vamos”, dijo.

Él estaba yendo a ensayo de tenores, en el Gymnasium Universitario. Ahí nomás me tomó la prueba de voz el maestro Mario Mónico Cognato, que me declaró tenor porque estaban haciendo falta tenores y así fue que pasé a ser el más joven de los integrantes del Coro con 17 años. El CUT estaba invitado al Festival de Coros Universitarios en Buenos Aires en septiembre de ese año, y para participar preparamos un programa. Una tarde, embarcamos en un vagón del Ferrocarril Belgrano con rudos asientos de madera en la estación El Bajo. Era El Mixto, de morosa marcha interrumpida por innumerables estaciones.

Cuando llegamos a la venerable bóveda de la estación Belgrano, en Retiro, nos encontramos con que todos los otros coros participantes habían acudido a recibirnos, por ser el nuestro el más lejano y numeroso. “Cien voces y una sola alma”. Apenas el tren se detuvo nos homenajearon cantando el Gaudeamus Igitur. Nuestra respuesta fue el Aleluya del oratorio Judas Macabeo, de Haendel, cuya avasallante entrada de bajos retumbó a cañonazos haciendo temblar el acero y los corazones. Además de lo previsto por la organización, las prepotentes leyes del destino dispusieron que estallase entre militares una reiterada disputa armada que pasó a la historia como conflicto entre azules y colorados.

Andaban los tanques por las avenidas y yo los fotografiaba cándidamente con insensata temeridad. Nos habían prohibido salir del hotel. No había comunicaciones ni transportes y corrió el rumor que iban a bombardear unidades de Tucumán. Algunas sopranos se desmayaron. Esa noche, supimos que no bombardearían nada y cenamos en el suntuoso comedor de la planta baja.

Había allí un escenario y el Chacho Cutin se apoderó de él. Tenía el excepcional privilegio de convertir cualquier chiste desabrido en una estupenda pieza humorística. Esa noche, se disparó con todo. Horas. Salíamos a respirar y calmar el dolor de diafragma perpetrado por la risa. Aquello salvó la gira.

De cada viaje, un rosario de anécdotas. Y así continué, a veces como asociado activo y otras como contribuyente, mientras cursé en la UTN. El CUT tiene 75 años gracias a su estructura; existencia de estatutos, de comisión directiva, de dirección artística y del generoso convenio con la UNT que provee de local y sueldos para el director y auxiliares. Ahora soy el más viejo del CUT, bajo, después de haber cantado en alemán, bantú, catalán, coreano, danés, español, francés, hebreo, húngaro, inglés, italiano, latín, lituano, portugués, quechua y ruso. No me puedo quejar.

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