Voracidad de poder

Voracidad de poder

Agustín Viejobueno, politólogo y docente universitario.

29 Octubre 2020

Hablar de Juan Manzur es hablar de vocación de poder. Exponente del pragmatismo propio de la metodología peronista, durante su trayectoria política moldeó una personalidad sobria y flexible, pero al mismo tiempo fuerte y blindada a los vaivenes propios de cualquier coyuntura. Supo así equilibrar hábilmente una correcta relación diplomática con Mauricio Macri (llegó a declarar que el kirchnerismo era un “ciclo terminado”) con un discurso opositor a los lineamientos nacionales. El vínculo estuvo signado por los altibajos de la política, aunque Manzur priorizó su estilo cauto y lacónico.

De su incontenible espíritu de conquista política derivaron otros conflictos: primero, con el intendente capitalino, Germán Alfaro, con quien centró la disputa en el Concejo Deliberante. Sólo la necesidad de mancomunar esfuerzos durante la pandemia posibilitó la tregua. Luego, con su predecesor, José Alperovich, desafió la verticalidad peronista y le aplicó en las urnas el escarmiento del aparato que, cosas del destino, aquel mismo había construido. El interrogante actual de la sucesión le ha puesto otro contrincante en el camino: el vicegobernador Osvaldo Jaldo, fortalecido más en el interior de la provincia que en alianzas con importantes sectores empresariales o en el lobby de jerárquicos eventos y millas aeroportuarias. Por ahora hay final abierto.

Vemos así que los frentes de conflicto del gobernador han sido más internos que externos; mitad por la lógica de voracidad política que impera dentro del justicialismo (de la cual deriva esa inexplicable combustión de intrigas palaciegas, a la que sigue la fabulosa reacción aglutinante que los fortifica), mitad por la incapacidad de una oposición que, fragmentada y desorientada, observa perpleja cómo las estructuras locales de acción electoral reducen al mínimo su margen de maniobra.

Es que Manzur entiende la política como una sucesión de batallas, a las cuales enfrenta con sobriedad y aplomo, pero sin perder de vista su proverbial vocación de conquistar espacios en ascenso. Cercano al presidente, Alberto Fernández, seguramente aspira a objetivos más trascendentes, y vestirá su traje de líder confiado e imperturbable -el mismo que usó ante las denuncias que lo salpicaron en diversas oportunidades- para alcanzarlos.

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