La Argentina es un país que se ha acostumbrado a vivir en crisis. Sus habitantes miran constantemente las pizarras de los bancos para saber cómo está el dólar, si la cotización se eleva y si su poder adquisitivo seguirá depreciándose porque esa divisa estadounidense es la que domina el escenario económico. La crisis es económica y viene, incluso, antes de la pandemia de la covid-19. La Argentina arrastra tres años de recesión y esa mochila ha condenado al país a ser una de las naciones que tardará en recuperarse cuando la situación sanitaria global comience a ceder. Los últimos datos oficiales no son alentadoras. El Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) ha revelado que, en agosto, el Estimador Mensual de Actividad Económica (EMAE) ha caído un 11,6% interanual y que, transcurridos ocho meses del año, esa contracción ha sido del 12,5% respecto del período enero a agosto de 2019.
La recuperación observada en los primeros meses tras la reapertura de actividades en cuarentena no se ha sostenido en los últimos meses. La mejora mensual que se observó a partir de mayo no correspondió tanto a un incremento genuino de la demanda, sino al restablecimiento de los procesos productivos que permitieron cumplir órdenes de compra pendientes y recomponer stocks. Además, si bien aún resta levantar algunas restricciones a la producción, estas cada vez son menores, dice un reciente informe elaborado por Ecolatina.
Las tensiones cambiarias (caída de reservas y ampliación de la brecha) ponen nerviosos a industriales, productores, empresarios y hasta el consumidor final que, a juzgar por la historia económica argentina, teme que la depreciación constante del peso argentino se trasladará a precios, alimentando la inflación. Paralelamente, las mayores trabas a las importaciones podrían complicar a algunas empresas para abastecerse de insumos para producir, mientras que algunas operaciones comerciales podrían postergarse ante costos de reposición inciertos debido a las crecientes expectativas de devaluación.
Sin embargo, en el Gobierno nacional insisten en que no habrá tal devaluación y, además, la inflación se irá desacelerando con el tiempo. De todas maneras, la brecha cambiaria entre la cotización oficial y la informal sigue ampliándose. Ayer, por ejemplo, el dólar “blue” terminó en $ 195 por unidad, una clara muestra que el mercado no confía en las acciones que intenta adoptar el ministro de Economía, Martín Guzmán, para frenar la escalada de la divisa estadounidense. “No va a haber devaluación. Vamos a continuar con el ritmo de depreciación del peso contra el dólar que venimos manteniendo, yendo de la mano con la inflación”, dijo el titular del Palacio de Hacienda.
En una charla con inversores privados, el economista tucumano Ricardo Arriazu ha señalado que la crisis que está atravesando la Argentina no es económica, sino política, y consideró que para poder revertirla es necesario que el Gobierno recupere la confianza.
La confianza es el principal instrumento de valor que cuenta un gobernante o un país para ser considerado creíble. Para eso resulta imprescindible que la actual gestión de gobierno nacional diseñe un plan que proyecte hacia dónde quiere llegar la Argentina y superar el escenario de crisis. Eso demandan los inversores y también los acreedores. Un programa consistente puede ser la llave a un financiamiento menos oneroso del mercado que saque al país de la incertidumbre y lo encamine hacia una senda de recuperación, de crecimiento y de mejora en los indicadores socioeconómicos.