Tucumán se debate nuevamente entre el horror y la indignación. El crimen de la niña Abigail Riquel abre una profunda herida. Siempre que la víctima es menor, las llagas en la sociedad son mayores. No hay raciocinio capaz de entender tanto salvajismo. Y en momentos en los que además la sensibilidad está a flor de piel, delitos como este provocan ira, furia y violencia ante la falta de respuestas. Y otra vez la Policía queda en el medio.
Pasan los años y la imagen de una fuerza burocrática, con defectos internos y mal capacitada sólo se profundiza. No basta la acción de muchos de sus integrantes que con verdadera vocación de servicio se brindan a la comunidad. El accionar de quienes visten un uniforme pero están lejos de ser auxiliares de la Justicia tapa sus acciones. Denuncias como la de los padres y vecinos de Abigail, en mayor o menor importancia, se repiten a diario. Y nunca pudo erradicarse la muletilla de la falta de elementos de trabajo, por más que los funcionarios, al menos de la Policía, se preocupen por asegurar que nunca la fuerza estuvo tan bien equipada. Sin embargo, ahora, en tiempos de redes sociales, las quejas de la ciudadanía con respecto a la Policía se multiplican. La respuesta de no tener móviles, combustible o de la falta de personal se replica y provoca indignación.
Fue la misma Policía la que salió a aclarar luego del crimen que sí se habían activado los protocolos de búsqueda y que la información acerca de la desaparición de la pequeña había sido comunicada. No obstante, la amarga queja de los familiares que aseguran que iniciaron ellos solos los rastrillajes y sólo recibieron respuestas evasivas y hasta indolentes ante su pedido de ayuda ha dejado claro que hubo groseras fallas en el cumplimiento del protocolo. La reacción vecinal llegó incluso hasta la puerta de la seccional 12,a donde habían concurrido los familiares a solicitar socorro y, según dijeron, debieron retirarse sin respuestas acordes a la situación.
Se trata de un tema en el cual las autoridades no pueden ni deben hacer oídos sordos. Una relación cercana con la fuerza de seguridad de parte de la ciudadanía debe basarse en la confianza. Ya no solo se trata de cumplir un trabajo para el cual fueron designados -brindar seguridad-, sino también saber responder ante la requisitoria de quienes buscan ayuda. Pero eso se debe aprender. Contener, responder y actuar. Nadie recurre a la Policía a no ser que tenga un motivo serio. Y por eso el rol de los miembros de la fuerza es mucho mayor que el de reprimir el delito. Todo esto, sin tener en cuenta además la situación del principal acusado, sospechoso de varios otros delitos, pero en libertad, responsabilidad compartida tanto por la Policía como por la Justicia.
La inseguridad marcha al tope de las preocupaciones de los tucumanos. Y el plan del Gobierno para contrarrestarla aún no está dando resultados. Mientras se espera que alguna vez eso ocurra, siempre se debería poder dar respuesta a quienes buscan ayuda, más en casos tan sensibles como el ocurrido el domingo. Dejar a las víctimas solas, indefensas e inmersas en sus propios padeceres sólo es una forma más de revictimizarlas. Más ahora que lo único que se puede pretender es que se haga Justicia y que el homicida sea capturado y responda por sus hechos lo antes posible.