Un “eslabón perdido” de la cadena de la vida muestra cómo era la fotosíntesis originaria

Un “eslabón perdido” de la cadena de la vida muestra cómo era la fotosíntesis originaria

Científicos tucumanos hallaron la clave en la laguna La Brava, en la zona de Atacama. No usa oxígeno. Paradigma que se tambalea.

HÁBITAT DEL ESLABÓN PERDIDO. El hallazgo se hizo en las aguas de la laguna La Brava, en la zona de Atacama. HÁBITAT DEL ESLABÓN PERDIDO. El hallazgo se hizo en las aguas de la laguna La Brava, en la zona de Atacama. LUIS AHUMADA

En el principio de la vida sobre la Tierra, la clave era el arsénico. Es la conclusión de un equipo internacional, en el que la participación de científicos tucumanos fue clave, pues hallaron los microorganismos que lo demuestran, y que siguen viviendo como hace 2.400 millones de años; el trabajo acaba de ser publicado en la prestigiosa revista Nature.

“Este hallazgo abre, ente otras muchas otras, las puertas que permiten pensar vida en otros planetas y también cómo se desarrollaba la vida en la Tierra primitiva”, explica, feliz (una vez más) la bióloga María Eugenia Farías, directora del Laboratorio de Investigaciones Microbiológicas Lagunas Andinas (Proimi- Conicet). Pero hay mucho más.

La historia comenzó en Socompa, en la puna salteña, en 2009: durante una expedición que buscaba otra cosa, encontraron unas formaciones con las características de las primeras formas de vida en el planeta, llamadas estromatolitos.

“Son una suerte de rocas vivas, en capas, como si fuera una chocotorta”, explica Farías, ya maestra en el arte de la divulgación científica: en estos años tuvo que explicarlo en “fácil” cientos de veces, también a LA GACETA. Cuando nos tocó el turno ya lo hacía con una sonrisa y mucha paciencia; era 2013 y acababan de darles a los estromatolitos de la puna -afirmaba ella- el galardón de la Fundación Konex.

EXPERTOS. Farías conversa con Visscher (derecha) y Pascal, en el salar. EXPERTOS. Farías conversa con Visscher (derecha) y Pascal, en el salar. GENTILEZA MARÍA EUGENIA FARÍAS

Los cuatro años anteriores al premio -y los siete posteriores- el equipo se dedicó a un “combo” entre investigación y cruzada de protección de los ambientes (“los”, porque el de Socompa fue sólo el primero) donde fueron encontrando estos tesoros.

Búsqueda

“Después del primer hallazgo apostamos a que no podían ser los únicos. Recorrimos la puna salteña, la chilena, la boliviana, la catamarqueña... Pasamos 10 años subidos a camionetas y casi viviendo en desiertos. Pero valió sobradamente el esfuerzo: ¡30 sitios más encontramos!”, cuenta, y en uno de ellos, la laguna Brava, en el desierto de Atacama, encontraron este “eslabón perdido” de la cadena de la vida sobre el planeta.

Pero además, sus trabajos, especialmente los realizados en la puna catamarqueña, llevaron a que la zona haya sido elegida para testear equipos que la Agencia Aeroespacial Europea pone a punto para enviar a Marte y buscar vida extraterrestre.

Al mismo tiempo, se logró la creación de aéreas protegidas, en Argentina y en Chile, que por primera vez preservan los ecosistemas microbianos que habitan los salares.

Y como si fuera poco, posibilitaron el desarrollo de aplicaciones biotecnológicas (ver “Los salares de la puna ...”). Pero vamos por partes...

Preservación

“Uno de los problemas que enfrentábamos (y sigue ahí) es que los sitios coinciden con parte de los mayores yacimientos de litio del mundo”, resalta preocupada y cuenta que tenían dos opciones: dirigir los mayores esfuerzos a la publicación científica o trabajar para que se protegieran esos ambientes: empezaron por aquí. Un puntal fue trabajar con las comunidades originarias de la zona; con ellos y con mucho trabajo de divulgación se fue logrando protección para la zona, y capacitación para sus habitantes.

El otro puntal fue el mayor experto en estas primitivas formas de vida, Pieter Visscher, profesor de Ciencias Marinas de la Universidad de Connecticut.

“Aprendí leyendo lo que él escribió; y cuando me presenté por mail y le conté que, según nuestros estudios preliminares habíamos hallado unos organismos vivos en los que no había clorofila (es decir, no dependían del oxígeno), se pagó el pasaje y se vino a trabajar con nosotros en Argentina y en Chile; desde hace ocho, viene casi todos los años -cuenta Farías-. “En uno de los viajes lo acompañó Phillip Pascal, geólogo del Institute de Physique du Globe, de París, y desde entonces se sumó al equipo”.

En el salar

Visscher trajo consigo instrumental geoquímico: había que medir la oxigenación; esa era la clave. “Fuimos juntos hasta el salar (dos horas en la camioneta a paso de hombre); puso sus “agujitas de medir” y pegó un grito que reverberó en todos lados: ‘¡no hay oxígeno, no hay oxígeno’. Estaba tan emocionado que no lo podía creer...”, cuenta Farías y la alegría todavía le brota en la voz al teléfono.

“Nos quedamos cinco días repitiendo la prueba; volvimos durante cinco años, en diciembre y en julio, a medir, de día y de noche... No hay oxígeno”, dice, contundente, esta vez ya seria... porque están sacudiendo un paradigma.

Pruebas vivientes

Habían encontrado la evidencia: es posible la vida sin oxígeno. “El manantial La Brava -destaca la nota publicada en Nature- es alimentado continuamente por agua subterránea alcalina lixiviada (brota) a través de roca volcánica que rodea el salar de Atacama (...). El agua contiene altas concentraciones de arsénico. Un canal estrecho (...) conecta el manantial y la Laguna La Brava. Las esteras microbianas cubren el fondo de la mayor parte de la surgente”. Y esas esteras viven son oxígeno, según demostraron las mediciones durante los cinco años, que también establecieron la presencia sistemática de arsénico y de azufre.

“Nuestro descubrimiento ofrece la evidencia más sólida hasta ahora de cómo sobrevivió la vida más antigua de la Tierra en un mundo anterior al oxígeno -resalta Visscher en una nota publicada por del sitio https://theconversation.com-. En el laboratorio mezclamos microbios del tapete, agregamos arsénico y expusimos la mezcla a la luz solar... y sucedió la fotosíntesis. Los microbios usaban tanto arsénico como azufre, pero preferían el arsénico”.

“Visscher venía trabajando la idea del arsénico hacía tiempo, y su hipótesis se hizo más potente cuando en 2014 su equipo halló evidencia de fotosíntesis a base de arsénico en fósiles de 2.400 millones de años. Pero hacía falta un análogo actual para estudiar la biogeoquímica y el ciclo de elementos -explica Farías-. Y nosotros lo habíamos encontrado en la laguna Brava”.

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