La institucionalidad de “Trucumán” ha decidido ponerse al revés del mundo civilizado, y dar la espalda a principios jurídicos básicos y al sentido común. El resultado de esta degradación, cuya máxima expresión radica en una corrupción desatada y estructural, es que ya nadie puede dormir tranquilo. Los poderosos temen los “carpetazos” y extorsiones generados por “el manejo de la intensidad” de las denuncias de delitos. Es la “difamación” gratuita, como la llamaron -por separado- el vicegobernador Osvaldo Jaldo y el vocal decano de la Corte, Antonio Estofán. Los demás sufren ante la inseguridad que acosa en la calle, con homicidios dolosos y narcoactividad en alza, y ante la violencia que implica observar cómo los de arriba tienen cada vez más privilegios, y los de abajo están cada vez peor y a expensas de servicios públicos de calidad paupérrima, como el transporte parado que impunemente bloquea el paso hasta a las ambulancias. Hay una crisis tridimensional en marcha, sanitaria, económica e institucional, y todas las señales indican que la metástasis se agrava.
La última manifestación del desquicio es el hecho de que la comisión de Juicio Político de la Legislatura optó por proteger al vocal denunciado Daniel Leiva y por avanzar contra el juez denunciante Enrique Pedicone. Como era de esperarse, los nueve oficialistas liderados por Zacarías Khoder -otro que, por conducto del cuestionado fiscal Claudio Bonari, está padeciendo los reveses de una Justicia manipulable y partidizada- y su aliado alperovichista Julio Silman aplicaron la solución fácil: hacer valer el peso de los votos. No importa que ese proceder termine por acreditar que Leiva y el poder político son una y la misma cosa, como exponen los audios de Pedicone. Tampoco importa que, para lograrlo, hayan tenido que “guardar” la resolución que dispone el rechazo y el archivo de seis pedidos de destitución articulados contra el vocal. Una filtración interna acabó por exponer “los argumentos” de tal decisión. A un príncipe del foro le llamó la atención que el documento cite que Leiva “niega categóricamente” la imputación de presiones que le endilgó Pedicone sin mencionar la fuente de tal negación. ¿De dónde sacaron los legisladores la posición del vocal si no le corrieron traslado de los pedidos de juicio político, ni requirieron informes en la causa penal que controlan la fiscala Mariana Rivadeneira y el juez Juan Francisco Pisa, donde desde luego Leiva no fue llamado a prestar declaración indagatoria? No hay forma de entender la inclusión de la opinión de Leiva a menos que sea posible acceder a ella por telepatía. La otra opción es que los representantes del pueblo y el integrante del alto tribunal al que aquellos deben controlar pertenezcan al mismo team.
A fuer de verdad, tampoco se comprende cómo los peticionarios de la expulsión de Leiva aceptaron semejantes motivos de parte de la mayoría, máxime porque, con el mismo criterio de “la oposición telepática” del denunciado y de que los hechos son objeto de causas penales en trámite, podrían haber rechazado y archivado los cuestionamientos contra Pedicone, y, respecto de él, la comisión de Juicio Político resolvió exactamente lo contrario. Este doble estándar digno de Ciudad Gótica traerá cola. Pasado el efecto inicial que producen las demostraciones de poder, las acciones de Khoder y compañía comienzan a generar dudas como las que expuso con astucia el propio legislador Roque Álvarez, jefe del bloque afín al gobernador Juan Manzur y a Jaldo. El brete es grande porque, si sólo querían dar un escarmiento, ahora tendrán que soportar el exhibicionismo al que los someterá Pedicone. Si los legisladores que dominan Juicio Político no impulsan la destitución del denunciante de Leiva, serán pasto del hazmerreír. Si la impulsan, ingresarán en un territorio desconocido con consecuencias imprevisibles para el establishment. Los abusos autocráticos y las reacciones anárquicas siempre fueron caras de la misma moneda.
Por cuerda separada corre el ramillete de casos judiciales vinculado a este affaire. Aquí tampoco hay margen para esperar una solución que atienda a la complejidad del problema. Lo más fácil, otra vez, es lo que viene sucediendo: dejar que pasen los días y jugar al olvido que tantos servicios prestó en el pasado, como recordó el legislador Eduardo Bourlé, y, después de cajonear las peticiones, salir con cualquier respuesta menos la que demanda el reclamo de transparencia. La Corte lleva la peor parte con la necesidad de tramitar el per saltum de Pedicone y con el imputado Leiva atornillado a su poltrona. No pudo la Justicia “trucumana” salir bien parada en el reto de investigar a sus integrantes (casos testigos: los ex fiscales Carlos Albaca y Guillermo Herrera). A ese precedente se suma que nunca antes había pasado que se pretenda aplicar un sistema procesal fracasado y jubilado a casos iniciados a partir de la entrada en vigencia de la reforma, como quieren Leiva, su defensor Esteban Jerez, Rivadeneira y Pisa. Basta con recordar qué ocurrió con los cambios recientes en el fuero del Trabajo, y Civil y Comercial Común, y con la miríada de remodelaciones que sufrió el viejo Código de la Justicia penal. Es sensato: ¿qué sentido tiene modificar un proceso si seguirá rigiendo el antiguo hasta quién sabe cuándo? Más complicada de sostener es la decisión de Pisa que denegó la calidad de querellante a Pedicone. La propia Corte resolvió lo opuesto en distintos fallos en línea con la doctrina nacional e internacional que amplía los derechos de la víctima. ¿Cómo saldrá el alto tribunal de esta encerrona sin dar la razón a la senadora Silvia Elías de Perez, quien denunció ante la Comisión Interamericana que Tucumán desconoce los tratados internacionales?
La resistencia a investigar con rapidez, apertura e independencia deposita a la provincia en una selva donada a la ley del más fuerte. En la jungla manda el macho alfa que por definición concentra todo el poder. Sobrevivir en esas circunstancias depende de un pestañeo. Cerrar los ojos puede llevar a la muerte. Por ello mismo, y según relató el científico de la lengua Daniel Everett, en la aldea amazónica de los Piraha, en vez de darse las buenas noches, se dicen unos a otros “no duermas, hay serpientes”.