Jay Parini: “me gusta la hipótesis de que la Argentina fue inventada para permitir la existencia de Borges”

Jay Parini: “me gusta la hipótesis de que la Argentina fue inventada para permitir la existencia de Borges”

El autor de un libro pensado como guión de una película explica por qué hizo un retrato políticamente incorrecto del padre de “El Aleph”.

Imagen de jayparini.com

Todo sucedió por huir de Vietnam. A Jay Parini (1948, Pennsylvania, Estados Unidos) se le ocurrió que la mejor manera de escabullirse de sus obligaciones militares era hacer un doctorado en la medievalísima Universidad de San Andrés del pueblo del mismo nombre ubicado al noroeste de Edimburgo, la capital escocesa. Estragado por la culpa, la cobardía y una mujer que no le correspondía, un día se encontró con quien hasta ese momento era un nombre desconocido para él: Jorge Luis Borges. Los acontecimientos convirtieron a Parini en el insospechado chofer y guía del escritor argentino durante un viaje de casi una semana por las Tierras Altas (Highlands) de Escocia. Corría la primavera de 1971, y el autor ciego, que ya era lo suficientemente célebre como para recibir un doctorado honorario en la Universidad de Oxford, y el tesista se entregaron a una aventura que, medio siglo después, el segundo relató en un libro concebido para convertirse en un largometraje, “Borges and me: an encounter” (en español, “Borges y yo: un encuentro”).

En esta obra publicada hace unos meses, el genio de las letras es retratado con una mirada políticamente incorrecta, que, por un lado, explota su sapiencia e intelecto privilegiados, y, por el otro, detalla sus costados más terrenales. Borges aparece como un hombre con sentido difuso de la urbanidad, que es capaz de recitar a William Shakespeare y, en el instante siguiente, satisfacer en la vía pública sus ganas de ir al baño. Parini incluso subraya que andaba siempre con el mismo traje y camisa sucios, y que expedía un olor poco feliz, por ponerlo en términos eufemísticos. Desde luego, la aparición de “este Borges” tan poco convencional y prosaico -que por cierto asoma de un modo sutil en el diario que llevó su amigo y cómplice literario, Adolfo Bioy Casares- cayó pésimo a su viuda, María Kodama, quien tildó a Parini de mendaz y anunció que batallará para evitar que el libro sea traducido al castellano (la versión digital en el idioma original hoy está disponible en Amazon por U$S 15).

Al autor polifacético Parini la furia de Kodama no le sorprendió ni parece importarle demasiado, según cuenta en esta entrevista remota por correo electrónico. En inglés y con una velocidad altísima de respuesta, Parini justifica su derecho a contar sus vivencias personales y explica que con un estilo muy borgeano mezcló pedazos de realidad con dosis de fantasía. “Borges fue tan humano como cualquiera de nosotros”, subraya. Y dice sentirse orgulloso de haberlo recreado magníficamente desacralizado y que confía en que en un plazo razonable la viuda también podrá ver este resultado. “Creo que a Borges le habría encantado el retrato que hice como la persona brillante y amable que fue. Espero que Kodama pueda con el tiempo darse cuenta de esto. He descripto a Borges con afecto y admiración porque así me siento yo respecto de él”, explica. Y comenta que él no puede pensar en su compañero universal de viaje sin el país donde aquel nació. “Me gusta la hipótesis de que la Argentina fue inventada para permitir la existencia de Borges”, afirma.

Dormir en la misma cama

Si los planes se mantienen, esta visión irreverente y secular, que pinta a Borges como un incontinente a la vez que como un intelectual cultísimo, que, al igual que Don Quijote, vivía en el plano de las ideas, será llevada al cine (uno de los directores posibles es Ross Clarke). El desafío de la adaptación no es novedoso para Parini, quien ya logró convertir en películas algunas de sus novelas. Para Borges, quien falleció en 1986, puede ser la oportunidad para conquistar un estrellato que le faltaba. Si bien inspiró numerosos filmes y documentales, ninguna de esas realizaciones logró la difusión masiva que su talla artística merece, y que tuvieron otros contemporáneos como Pablo Neruda y Gabriel García Márquez.

La paradoja es que la ocasión para alargar la fama llegue con una historia tan desopilante y carnal. Para Parini esto es pura lógica borgeana. En un mensaje suplementario, el autor estadounidense enfatiza que su libro es un tributo al estilo creativo de Borges: “él tomaba porciones de la realidad y las ponía a jugar con los frutos de la imaginación. De este modo, sus ensayos son ficciones y sus ficciones, ensayos. Yo llamo a mi libro ‘un acto del lenguaje’ donde mis palabras no deben ser tomadas literalmente o como un registro literal. Mi encuentro con Borges parte de la realidad, pero es una exploración lúdica del mundo del escritor: un viaje hacia sus creaciones que hace referencia a sus famosos tropos, como los laberintos, las bibliotecas, las enciclopedias, los espejos y los acertijos”.

Tales metáforas aparecen en escenas de “andar por casa” y estrafalarias -algunos dirían que de mal gusto-, como cuando Parini relata la noche en la que se vio obligado a compartir la misma cama con Borges. El autito Morris Minor modelo 1957 en el que viajaban por las rutas escocesas no brindaba garantías cuando oscurecía. A la incomodidad del lecho común se sumó el hecho de que el papá de “El amenazado” había bebido unas cuantas cervezas de más en un pub de Killiecrankie. Parini cuenta que Borges se babeaba, roncaba, se ahogaba, giraba con violencia y, en el semisueño o duermevela, murmuraba vocablos en latín. De pronto abría los ojos e imploraba ayuda para visitar el baño que quedaba adentro de la habitación de la dueña de esa pensión tan discreta. Sobresaltada por las irrupciones de los huéspedes, la posadera termina por contar que su marido había fallecido en el sanitario. A esta confesión, Borges responde con otra, siempre según Parini: “mi propio padre murió en el inodoro. Mi madre lo encontró sentado allí. Me gustaría fallecer como él y su marido”. La anfitriona contesta: “no aquí”. Y, entonces, Borges desliza: “en este universo todo es posible. Usted debe disculpar los inconvenientes que causé. Recuerdo lo que sir Thomas Browne manifestó en ‘Religio Medici’: un caballero es definitivamente aquel que genera la menor cantidad posible de molestias. Yo he fallado esta noche”.

-¿Por qué decidió escribir sobre su encuentro con Borges medio siglo después de su acaecimiento?

-Nunca pensé realmente que había un libro ahí. Nuestro viaje por las rutas escocesas duró menos de una semana. Yo fui su chofer en esas jornadas: él quería ir a Inverness para encontrarse con alguien. Durante años y años me escucharon contar las historias y anécdotas de esa excursión. Tres años atrás, un amigo cercano, que es director de cine, me dijo que esas memorias podían ser la base de una gran película y que él quería hacerla. A partir de ese comentario, empecé a escribir algunas notas y el libro explotó. Me tomó por sorpresa y me emocionó muchísimo.

-¿Disponía de anotaciones de esa época de 1971 o sólo se valió de las vivencias que atesoraba en su cabeza? Se lo pregunto porque llaman la atención las citas textuales que puso en la boca de Borges.

-Tenía algunas entradas en mi diario: siempre he sido un aficionado a ese tipo de escritura personal. Los trocitos y partes de las conversaciones que registré fueron suficientes para inspirarme en el intento de reconstruir y de recordar nuestras conversaciones. Pero la verdad es que he inventado la mayor parte de ellas. Eso es lo que yo llamo “autoficción” o una clase de “memoria novelada”. Para ello debía dejar que mi imaginación volara. Sí tuve presente que Borges se citaba permanentemente a sí mismo en referencia a los cuentos y ensayos que había creado, así que también acudí a esas fuentes. Las frases que aparecen en mi libro son las que él solía decir siempre en todas partes.

-Usted describe al escritor como una persona que se emborracha; hace pis en la calle; pasa la lengua a los libros y usa siempre la misma ropa. Es un retrato de un costado desconocido de Borges. ¿Qué puede decir al respecto?

-La mayor parte de la gente tiene una versión idealizada de Borges o, más bien, idealiza a quienes escriben y publican libros. Borges fue tan humano como cualquiera de nosotros. Iba al baño, sí; era juguetón y hasta excéntrico, como surge de esa escena en la que lame un libro. Él tenía muy pocas pertenencias y casi viajaba sin equipaje: recuerdo que eso me impactó muchísimo. Por cierto, yo estaba en la misma situación: casi no tenía ropa.

-¿Puede comentar la posición que Borges le transmitió sobre Juan Domingo Perón?

-Hablamos muchísimo acerca de él. Creo que se sentía humillado por su retrogradación a inspector de Aves después de haber estado a cargo de “la poesía” (N. de la R.: en 1946, el Gobierno peronista de la entonces Capital Federal trasladó a Borges, que hasta entonces se desempeñaba como auxiliar bibliotecario en la Biblioteca Miguel Cané y había firmado solicitadas críticas respecto del oficialismo. El autor rechazó el traslado y, finalmente, renunció a su puesto estatal). Su propia familia sufrió con este episodio. Él no estaba en una gran posición de resistencia, pero sí advertía que su país era sometido por un líder problemático.

-De todas las aventuras que narró con Borges, ¿cuál fue la que usted disfrutó más y por qué?

-Mi momento preferido fue la visita al Palacio de Scone (cerca de Perth, Escocia), donde ocurrió la coronación de Macbeth. En el jardín de ese edificio había un laberinto de setos, y él estaba excitadísimo con este símbolo que expresa la vida y sus infinitas posibilidades. Allí había una vieja que probablemente no estaba en sus cabales y que nos gritó algo. A partir de ese hecho, Borges interpretó que “Las Tres Brujas” (también conocidas como “Tres Hermanas Rebeldes”) que aparecen en “Macbeth”, la obra de Shakespeare, estaban ahí. Yo anoté esa acotación y decidí inventar que nos habíamos encontrado con estas mujeres que hablaban con acertijos. Mi libro todo el tiempo toma la realidad y la expande para hacerla “borgeana”.

-¿Qué le impresionó más sobre su compañero de ruta?

-Me llamó la atención su concentración extrema en la literatura; su obsesión con los libros y los autores, y cómo él estaba profundamente imbuido y constituido por las obras que había leído y sus enseñanzas. Él era una antología andante de los grandes poemas y textos que había leído. A mí me deslumbró cuando lo escuché citar de memoria larguísimos pasajes del británico Thomas De Quincey.

-¿Quién era usted en el momento en el que conoció a Borges y cómo él cambió su vida?

-Yo era un muchacho inexperto obsesionado consigo mismo, inseguro y asustado. En esa época estaba huyendo de los Estados Unidos y de Vietnam. Intentaba desesperadamente doctorarme: me parecía que esa era mi única esperanza para tener un futuro en la academia y la escritura. Era intelectual y libresco por inclinación. Borges fue el primer escritor importante y realizado que conocí. Su posesión del oficio y conocimiento amplísimo me afectó de un modo profundo. De alguna manera me dio coraje y me siento en deuda con él. Él es un autor genial: yo no lo soy. Me defino como un buen lector que puede escribir de una manera digna.

-Usted admitió que, al momento de conocerlo, no había leído ni una línea del trabajo de Borges. ¿Qué pasó después?

-Lo cierto es que ni siquiera había oído hablar de él. Luego de que se marchó de Escocia, me senté a leer “Ficciones” (1944), libro que me pareció maravilloso y sobrecogedor. Después de eso nunca más dejé a Borges. Leí sus versos y prosas una y otra vez en una especie de círculo que lleva ya medio siglo, y que no puedo dejar porque siempre me deleita, sorprende y, por supuesto, desafía.

-En su libro Borges siempre está hablando acerca del amor imposible de la escritora Norah Lange (se casó con el poeta Oliverio Girondo). ¿Considera que los sentimientos eran reales o que se trataba de otro tema literario para él?

-No lo sé. Me parece que Norah fue una ensoñación para él.

-María Kodama dijo que usted es un mentiroso que inventó todo para tratar de subirse a la fama de su esposo y que ella va a impedir la publicación del libro en español. ¿Supuso que ella iba a reaccionar de esta forma?

-Sé lo suficiente acerca de María Kodama como para esperar esta reacción. Ella amó a Borges y custodia su memoria de una manera feroz. Y yo la admiro por eso. Creo que el trabajo que ella hace mantiene con vida la obra de Borges. Pero ella no estuvo en Escocia cuando la recorrimos juntos. Diré que envié a Borges una copia de mi primer libro de poemas algunos años después de nuestro encuentro y que le comenté que había encontrado trabajo en Dartmouth College, una universidad estadounidense. En ese momento él estaba traduciendo de nuevo uno de sus cuentos antiguos e incluyó mi nombre en la versión en inglés de sus narraciones con Bioy Casares titulada “Chronicles of Bustos Domeq” (1976). Allí cita un artículo de mi autoría de The New York Review of Books que yo nunca escribí y me reprocha el no haber detectado ”ciertas anomalías idiomáticas” (N. de la R.: Parini envió facsímiles de las páginas que prueban este comentario). Borges se burlaba y divertía a partir de esta situación donde resultaba que me había convertido a mí en una criatura de ficción. Pienso que le habría parecido gracioso que yo haga lo mismo con él. Y creo que le habría encantado el retrato que hice como la persona brillante y amable que fue. Espero que María Kodama pueda con el tiempo darse cuenta de esto. He retratado a Borges con afecto y admiración porque así me siento yo respecto de él.

-¿Se arrepiente de algo respecto de su excursión?

-Me hubiese gustado saber quién era él en ese entonces y poder ser más respetuoso. Al comienzo me sentía irritado por las circunstancias, pero, después, me cautivó para siempre.

-Me gusta pensar que Borges da sentido al sinsentido de la Argentina.

-Es una buena hipótesis: siento que la Argentina fue inventada para permitir la existencia de Borges. Efectivamente para mí la Argentina es Borges.

El poeta que no quiso ir a la guerra

La aversión de Jay Parini al conflicto bélico de Vietnam fue determinante para que se instalara en Escocia, donde se doctoró en la Universidad de San Andrés y conoció a Jorge Luis Borges. A continuación, el autor de “Borges and me: an encounter”, regresó a los Estados Unidos donde se desarrolló como poeta, novelista, biógrafo, crítico literario y guionista. En el presente es profesor en Middlebury College (Vermont). 

Parini ha publicado seis libros de poesía y ocho novelas, además de biografías sobre John Steinbeck, Robert Frost, William Faulkner, Jesús y Gore Vidal. Una de sus novelas sobre León Tolstoi, “La última estación”, fue llevada al cine por el director Michael Hoffman y logró dos premios Oscar en 2009.

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