Perfil de un escritor errante

Por estos meses, Ediciones Godot republicó Biblioteca bizarra, un libro corto y más que interesante de Eduardo Halfon, autor guatemalteco al que llamamos a su casa de Francia para que nos ayude a entender cuánto hay de bizarro en él.

27 Septiembre 2020

Por Alejandro Duchini

PARA LA GACETA - BUENOS AIRES

En estos días, y mientras escribo esta columna, estoy empezando a leer libros de Eduardo Halfon. En realidad voy por el segundo, que se titula El boxeador polaco. El primer libro suyo que leí fue Biblioteca bizarra y resultó compañero en la cuarentena. Me llegó gracias a Víctor Malumián, uno de los directores de Ediciones Godot. “Biblioteca Bizarra, de Halfon, ¿lo leíste? Es un libro increíble y hermoso”, me escribió Malumián. A los pocos días lo había leído, disfrutado y llenado de anotaciones. Incluso le había escrito al mismo Halfon para coordinar una entrevista. En esos días supe que Halfon nació en Guatemala en 1971, que vivió su infancia fuera de su país porque su padre debió llevarse a la familia por la violenta situación social y que se recibió de ingeniero pero se hizo escritor sin tenerlo como objetivo. La fiebre por la lectura -que lo tomó por sorpresa ya de adulto- decantó en escribir. Hoy tiene casi 20 libros publicados de cuentos y novelas cortas.

Leyendo Biblioteca bizarra me encontré con que tuvo un destino similar al de su padre: él también se vio obligado a abandonar Guatemala. Una vez llegó a su casa y lo esperaba un desconocido que se sentó frente a él, apoyó su revólver en una mesa, le habló de temas triviales y le contó que admiraba a Hitler. Antes de irse le preguntó a Halfon si entendió el mensaje y Halfon le dijo que sí, que claro, que cómo no iba a entender semejante muestra de educación.

“No lo volví a ver”, me contesta cuando sale el tema, después de que le lea el párrafo en el que recuerda ese momento. “Lo último que supe es que estuvo en prisión. Nunca supe por qué me visitó, pero claramente fue una amenaza. Son cosas muy normales en nuestros países, en los que venimos de dictaduras. Eso se mantiene en Guatemala. Ser periodista es peligroso. Ser escritor, no tanto, porque no se lee. Pero el problema es que doy entrevistas y cuando hablas, ahí sí te leen. Decir ‘genocidio’ en mi país o hablar de la desigualdad o racismo es meterse en problemas”.

De esto me habló Halfon desde el poblado francés de Forcalquier, donde vive con su esposa y su pequeño Leo (4 años), rodeado de la naturaleza y de casi 5.000 habitantes. Entre ellos, su hermano. Alquila una pequeña casa después de haber vivido en París. Cuando termine este contrato de alquiler, verá qué hace. Su futuro geográfico es incierto, salvo que sabe que no volverá a instalarse en Guatemala, donde viven sus padres y el resto de su familia. Mudador incurable, me dice: “Siempre me adapté a las mudanzas, pero nunca con un hijo”. A su “Halfon boy” le dedica unas palabras bellísimas. Se lee en Biblioteca bizarra: “Me convertí en padre, Leo, como todo lo demás importante en mi vida: por accidente”.

“Yo te veo en las palabras, Leo. Te siento en las palabras. Tú aún no existes, pero en las palabras eres mi hijo”. “Te vi por primera vez, hijo, a las 5:38 de la madrugada. Una enfermera ya había puesto un brazalete en tu muñeca izquierda que decía ‘Halfon, boy’, y yo me sentí sobrehumano y nada más que humano”.

Biblioteca de otro lector

De lo que hablé con Halfon, y me asombró, es de su falta de biblioteca propia. Más sabiendo que es escritor. En verdad, tiene una biblioteca. Cuenta que es hermosa, de caoba, y que está en Guatemala. Pero él anda desde hace años por otros países y sin biblioteca. “Mi biblioteca principal está en Guatemala. La armé en los años 2000, 2002, cuando empecé a leer sin parar. Luego empecé a errar por el mundo. Me fui de Guatemala en 2007 y desde entonces voy dejando cajas de libros por el mundo”.

El año pasado, cuando fue a visitar su país, ordenó los libros de su casa. “Me di cuenta de que son libros de otro lector. Que forman una biblioteca estancada en el tiempo. Son los libros del primer lector que fui y ese lector ya no existe. Hoy leo de otra manera, otros libros. Es una biblioteca congelada en el tiempo y que a la vez me da curiosidad, porque en ella encuentro libros leídos por un lector incipiente. No siento nostalgia, pero sí curiosidad por leer, por ejemplo, qué anotó aquel lector que ya no soy. No la extraño. Al contrario, intento no hacerme de más libros”.

Así que la solución para no dejar de leer son las visitas a las bibliotecas públicas de la ciudad en que se encuentre. Pero Forcalquier no ofrece garantías. Así que va leyendo lo que le manden sus editores. Esos libros después quedarán en casa de amigos o irán a parar a lo de su hermano. La otra opción, a la que aún no le terminó de encontrar la vuelta, es el libro electrónico. Me dice que se compró un e-book pero no le resultó útil, así que lo devolvió. Pero en esta charla le explico acerca de las ventajas del Kindle. Halfon me escucha y me dice que tal vez lo piense, que en una de esas vuelve a intentar con la lectura electrónica que otros varios más también le recomendaron.

Las bibliotecas lo marcan. De hecho, en Biblioteca bizarra no solo las describe sino que escribe sobre distintos lectores. Uno de ellos es el doctor Sancha: “Uno de los mejores lectores que conozco no es dueño de ningún libro”. Sancha compra, lee y regala. “Hay en él un gesto de obsequio muy interesante. ¡Es un curador de libros! Quiere mostrarlos, compartirlos. No se trata sólo de no tener libros en casa, sino también de compartirlos”, lo elogia.

Infancia y origen

El coronavirus aparece en la charla. De la pandemia depende su futuro errante. Es posible que se quede un tiempo más en Forcalquier, donde la vida es “más barata y menos complicada que en París”. Sobran motivos para seguir allí. “Siempre me he sentido viejo, pero ahora además me siento menos social”, se describe. La cercanía del colegio-guardería de su hijo -que habla francés- es otro punto en favor de este poblado. Y por si en septiembre comienzan las clases, Leo ya está anotado en un colegio que queda a 100 metros de su casa. Se aprecia, cuando Halfon habla de su hijo, cierto acento en la infancia. “Es una edad a la que vuelve constantemente”, me dice. “Mi infancia fue una especie de paraíso. Creo que es así para la mayoría de niños. Incluso para niños en guerra o situación de pobreza hay una especie de paraíso en medio del infierno. Es la etapa en que te formas, en la que aparecen los primeros amigos, se afianza la relación con los padres, con los hermanos. ¡Todo está ahí! Pero de a poco vas saliendo de ese mundo y te das cuenta de cómo son las cosas”.

Pero Halfon a veces se pasa de vuelta y va más allá de su propia infancia para indagar en el pasado anterior a su nacimiento. Su próximo libro, una novela corta, posiblemente estará lista en enero y tratará sobre aquellos tiempos remotos en que un abuelo libanés fue secuestrado por la guerrilla en los años 60. “Es mi lado árabe”, me dice.

A esta altura, Halfon no es sólo un escritor errante. Es un hombre que, al borde de los 50 años, tiene tantos orígenes como países recorridos.

© LA GACETA

Perfil

Eduardo Halfon nació en Guatemala, vivió durante su adolescencia en Estados Unidos, se recibió de ingeniero industrial en la Universidad de North Carolina y volvió a Guatemala a enseñar Literatura en la Universidad Francisco Marroquín. Durante 2007 fue elegido como uno de los mejores autores jóvenes latinoamericanos en el Hay Festival de Bogotá. Recibió, entre otras distinciones, el premio José María Pereda y la beca Guggenheim.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios