La Gesta de Septiembre: la decisión más arriesgada de su vida

La Gesta de Septiembre: la decisión más arriesgada de su vida

Contra todas las indicaciones Belgrano confió en el respaldo de los tucumanos. La victoria en la batalla del 24 de septiembre le dio la razón.

BATALLA DE TUCUMÁN. Ilustración del dibujante Juan Lanosa, hecha para LA GACETA en 1962.  BATALLA DE TUCUMÁN. Ilustración del dibujante Juan Lanosa, hecha para LA GACETA en 1962.
24 Septiembre 2020

Alejandro M. Rabinovich

Doctor en Historia

Para la segunda mitad de 1812 la situación del movimiento revolucionario que había comenzado en mayo de 1810 era desesperante, casi terminal.

Mientras en Buenos Aires el gobierno se perdía en luchas facciosas, sus ejércitos, ya derrotados en Paraguay, se empantanaban en la Banda Oriental y retrocedían en el Noroeste. Las perspectivas eran particularmente negativas en este frente: tras el pánico de Huaqui, que desintegró el Ejército Auxiliar del Perú, el ejército de Goyeneche marchaba triunfal e imparable. Habiendo reocupado primero las provincias altoperuanas, se alistaba ahora para transitar la quebrada de Humahuaca hacia el sur.

Los pueblos de Tucumán, Salta y Jujuy afrontaban entonces una coyuntura terrible. En el Alto Perú las represalias contra los revolucionarios habían sido durísimas y no cabía esperar otra cosa aquí, donde el apoyo a la Revolución se había manifestado desde la primera hora. Al ordenarle el primer avance hasta Tucumán, el Virrey del Perú le decía a Goyeneche que no había que preocuparse por los fondos para costear la empresa: “esas provincias son ricas y pingües, y por lo mismo, razonable y justo que paguen lo que han dilapidado, y hecho gastar, no debiendo temer nada de parte de ellas, por el modo con que usted las ha encadenado y puesto fuera de alcance de poderse revolucionar”. Saqueos, contribuciones forzosas y cadenas, he aquí lo que le tocaría a Tucumán si el ejército fidelista lograba ocuparla.

Ahora bien, las perspectivas no eran mucho mejores respecto de lo que haría el propio ejército revolucionario. En efecto, ante la superioridad del enemigo, que doblaba en número al ejército de Belgrano, el general tenía órdenes de retrogradar aplicando una política de tierra arrasada, “destruyendo cuanto pueda ser útil al enemigo, para dificultar sus marchas y recursos”.

Tanto para los campesinos como para los comerciantes y demás habitantes de la ciudad, esto significaba un sacrificio enorme. En Jujuy, donde se había aplicado la medida bajo pena de muerte, la población tuvo que abandonar sus casas para marchar cientos de kilómetros con sus animales, cosechas y bienes a cuestas, quemando todo lo demás. El gobierno ordenaba mostrarse sordo a los sufrimientos: “la patria es preferible a las lágrimas de los que se creen infelices por medidas de tal naturaleza.”

Es por eso que, entre la espada y la pared, el pueblo tucumano le ofreció todo su apoyo a Belgrano para que se decidiese a combatir en vez de arrasar la ciudad. Mucho se ha dicho sobre la “desobediencia” del General. En realidad, si bien las instrucciones del gobierno mencionaban la posibilidad de retirar la fábrica de fusiles de Tucumán hacia Córdoba, le dejaban a Belgrano la prerrogativa de decidir el lugar de la defensa, como correspondía a todo comandante en jefe: “no se designa a Ud. el paraje donde haya de atrincherarse para detener los pasos ambiciosos de Goyeneche sobre nuestro territorio, porque fiando en sus conocimientos le deja a su albedrío la elección de un punto militar que según las circunstancias reúna las ventajas de una defensa segura”.

De todos modos, la decisión de hacer frente al enemigo era de una gravedad extraordinaria. Según unas instrucciones posteriores, Belgrano no debía dar batalla “sino con evidente probabilidad de suceso”.

¿Acaso esas condiciones estaban dadas el 24 de septiembre? Muy difícilmente, si se considera que Tristán disponía de 3.000 hombres y los revolucionarios apenas unos 1.600.

Belgrano sabía que se jugaba la cabeza, además de la suerte de la patria, al dar la orden de combatir en Tucumán. Por mucho menos lo habían sometido a un largo y humillante juicio al volver de su campaña al Paraguay. Pero estaba convencido de que si seguía la retirada, sería la ruina de su ejército, de Tucumán y del país. Así, confiando en el apoyo local, tomo la decisión más arriesgada de su vida. Le salió bien y salvó la revolución.

Perfil: Alejandro Rabinovich

Historiador, especialista en ejércitos y guerras de la independencia, autor del punzante libro “Anatomía del pánico”, sobre la batalla de Huaqui, la tremenda derrota del ejército patriota que, en 1811, provocó la retirada hasta Tucumán.

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