Juan Luis González estaba acostumbrado a cambiar cada fin de semana el ruido, la inseguridad y la contaminación de la ciudad, por la tranquilidad, el cerro, el verde y el silencio de San Pedro de Colalao. Desde hace muchos años soñaba con hacer un cambio de vida rotundo y mudarse para siempre a su casa de veraneo. Pensaba que eso iba a ocurrir cuando se jubilara, dentro de 10 años. La pandemia le cambió los planes: devolvió el departamento que alquilaba en pleno centro y se instaló a vivir en la villa turística.
“Esta es una inversión que estoy haciendo para mi calidad de vida”, evalúa González. Es docente de Geografía en la UNT y en un terciario. Justamente porque pasaba muchas horas dictando clases durante la semana es que no había tomado la decisión antes. “Creo que la virtualidad llegó para quedarse y en parte eso aceleró mi proyecto de instalarme en un pueblo donde la gente no vive apurada; hay otra actitud: aquí se valora mucho más la vida”, explica.
“De última, si todo regresa exactamente como era antes, prefiero ir y volver en mi auto todos los días: es poco más de una hora de ida y otra de vuelta. Vale la pena por todo lo que he ganado”, dice Juan Luis, de 54 años. Donde está, el distanciamiento social no es una imposición sino una forma de vivir y de respetarse y quererse con los otros vecinos. “Tengo más tiempo para mí ahora. Leo, pienso mucho, salgo a caminar; estoy en contacto permanente con la naturaleza y eso mejoró mi estado emocional. Aquí no necesitás huir a descansar a un lugar más tranquilo”, resume González, seguro de que estas circunstancias, incluso, lo han hecho un mejor profesor. “Estoy más cerca que nunca de mis alumnos. Le dedico más tiempo a mis clases y disfruto mucho”, cierra.