Hace pocos días se cumplieron seis meses desde que la Organización Mundial de la Salud declaró al covid-19 como una pandemia, por su dispersión de carácter global; y también medio año desde que el Gobierno nacional (y su contraparte provincial) tomase las primeras medidas de confinamiento social para evitar contagios.
El plazo transcurrido habilita a hacer balances pero, como suele ocurrir cuando las situaciones están en plena evolución, es difícil llegar a conclusiones uniformes sobre resultados absolutos. Toda evaluación estará atravesada por los sentimientos individuales y por los condicionamientos sociales del grupo de pertenencia que se integre.
Más allá de lo relativo, los números duros de enfermos y muertos por coronavirus (hayan tenido o no otras enfermedades preexistentes que agravaron su cuadro sanitario) son inapelables. Todo debate se agota cuando las cifras hablan, más allá de las razones que esgrimen quienes están de acuerdo o en contra de las limitaciones de circulación, laborales y comerciales impuestas. Aún así, la interpretación de cada uno es libre y lo que para algunos puede parecer mucho, para otros será poco.
La Universidad Johns Hopkins de los Estados Unidos informa diariamente la cantidad de contagiados y de fallecidos confirmados por este mal. Los decesos se acercan al millón de personas en todo el mundo: esto indica que una de cada 7.700 personas en el planeta ha muerto por coronavirus.
De ese universo total, según un estudio de principios de mes de la organización Anmistía Internacional, más de 7.000 profesionales de la salud murieron a causa del coronavirus. La cifra más alta correspondió a México, con 1.320 decesos (le sigue Estados Unidos y Brasil, las naciones que encabezaban entonces la cantidad de contagios -el país latinoamericano cedió el segundo lugar a la India-), mientras que en la Argentina se contabilizaron 80 fallecidos en el sector a principios de mes, y cerca de 25.000 contagiados según los registros oficiales del Ministerio de Salud de la Nación. Las cifras en ese campo crecieron considerablemente desde entonces, en especial en Tucumán, donde se admitió oficialmente el anuncio del Sindicato de Trabajadores Autoconvocados de la Salud (Sitas) de unos 600 profesionales del sector enfermos en estos días, y dolorosos decesos.
Estamos hablando del sector que reúne dos extremos: es el que más expuesto está a contraer el mal por tratar a enfermos; y es el único indispensable para salvar vidas. Si la provincia o el país se quedan sin este invaluable recurso humano, la esperanza flaquea.
La directora ejecutiva de Amnistía Internacional Argentina, Mariela Belski, sostuvo: “Es necesario responder y atender los reclamos del personal de salud ante las dificultades que atraviesa el sistema en estos momentos. El Estado debe hacer su mayor esfuerzo para proporcionar todas las herramientas necesarias a quienes están salvando vidas. Y los ciudadanos debemos ser solidarios y empáticos con quienes están en la primera línea de respuesta a diario”.
Toda cifra expresa fríamente una situación. No tiene calor humano, emociones ni sentimientos. Por eso entraña un distanciamiento. Para algunos será poco; para otros, mucho. Pero quien tiene un familiar, un amigo o un conocido que está enfrentando el covid-19, es la totalidad, es el absoluto, es la primera y única preocupación hasta llegar a la cura.