Ayer, después de 16 días consecutivos de un cese de actividades de la Unión Tranviarios Automotor (UTA), el transporte público de pasajeros volvió a funcionar normalmente. Curiosamente la adjetivación “normal” (que siempre trae aparejado el dilema de qué lo es y qué no), está cambiando en ese tema. Lo normal es que los colectivos transiten y lleven a los pasajeros de un lado a otro. Fuera del libreto, excepcionalmente o lo anormal es que no cumplan con este servicio.
De hecho, incluso hasta el 1 de enero, el 1 de mayo y el 25 de diciembre (los días feriados tradicionales) suelen funcionar los colectivos. Con restricciones en la frecuencia, pero lo hay. Sin embargo, en nuestra provincia lo excepcional parece haberse transformado en algo de todos los días. O, para ser más precisos, en algo de 46 días. Cuarenta y seis de los 256 días que van del año no hubo ómnibus en las calles y con esas cifras ya se hace una mala costumbre. ¿Por qué?
El paro es una legítima medida de protesta de los trabajadores en nuestro país. Quizás lo más fácil sea caer justamente contra esa modalidad pero el tema merece ir un poco más allá con el pensamiento. El diálogo no goza de mala prensa pero a veces da la sensación de que no se lo aplica ni en las circunstancias en las que más se lo necesita. Esta vez, las autoridades provinciales del Gobierno y los distintos gremios esperaban el dinero desde Nación para destrabar el conflicto.
No sólo tardaban (bastante, podría decirse) en recibirlo sino que, además, no tenían idea alguna sobre la demora. “Si supiera qué es lo que pasa (que no envían los fondos), lo diría. Yo y todas las provincias que estamos en la misma situación, con excepción del AMBA”, dijo el domingo el secretario de transporte de la provincia, Benjamín Nieva. Lo mismo manifestaron referentes de diferentes gremios. Si ellos, que son autoridades en el tema no lo sabían, imaginemos el desconcierto en los usuarios.
El diálogo nuevamente ausente. Una cadena de silencio desde arriba hasta abajo. Los sueldos de varios meses adeudados y usuarios sin poder trasladarse en medio de una pandemia. Porque si bien la huelga -repetimos- está legitimado como acción de protesta en la Constitución nacional, hay instancias previas que no pudieron concretarse. Y en definitiva es lo que termina dejando incomunicada a la ciudad.
“El paro es caprichoso. El hecho de parar no acelera la llegada de los fondos nacionales. Cobrarán el mismo día estando de paro o prestando el servicio. Los únicos perjudicados son los usuarios”, dijo Luis García, vocal de la Asociación de Empresarios de Transporte de la provincia (Aetat) respecto de la medida de fuerza. Vaya a saber si apuró o no el envío de los recursos o el traslado mismo de este por el laberinto administrativo que pasa desde que es depositado hasta que llega a los bolsillos de los colectiveros. En este caso desde un lunes hasta un viernes.
Lo peor sería que esta situación se transforme en normal, en unja nueva normalidad. No sólo la de tener días sin colectivos como ya pasó casi 70 veces en lo que va del año, sino también la falta de diálogo. Con Nación, entre nosotros o con los mismos usuarios. Explicar por qué pasa una cosa, por qué no pasa otra o cuándo es que se restablecerá todo (ya sean los sueldos o el servicio) también es esencial y lo necesitamos.