De docentes a emprendedoras por necesidad

De docentes a emprendedoras por necesidad

Las propietarias de jardines maternales buscan alternativas para sobrevivir a la pandemia. Venden comida, artículos de madera y de tela para cubrir costos fijos, pero no pierden la esperanza de volver a su vocación: el cariño hacia la primera infancia.

      la gaceta / fotos de Analía Jaramillo la gaceta / fotos de Analía Jaramillo la gaceta / fotos de Analía Jaramillo

Arrancaron el año con toda la esperanza de seguir creciendo en una actividad especial, la de acompañar la primera infancia a muchos chicos que, en un maternal, a veces aprenden a caminar y a descubrir sus destrezas y habilidades. Sin embargo, la pandemia de la covid-19 les puso un duro escollo en el camino hacia esa meta. El aislamiento social, preventivo y obligatorio las obligó a reconvertirse laboralmente, no sólo para costear los gastos fijos de sus jardines, sino también para subsistir. Son dueñas de maternales que hoy elaboran pizzas, empanadas y masitas; hacen muebles de madera y otros artículos decorativos y hasta confeccionan manteles. También venden juguetes y ropa. Hoy, en el Día del Maestro, ellas no encontrarán esa sonrisa de cada niño que ingresa a la salita. Pero la esperarán como cada regalo que también se ha reconvertido por imperio de la virtualidad.

“¿Quién iba a pensar que un día festivo, como este 11 de septiembre, se iba a convertir en otro de reclamo? A una le entra la desesperación de no saber qué hacer por una situación difícil que tira tantos años de trabajo”, dice a LA GACETA Nieves Martínez, presidenta de la Asociación de los Jardines Maternales Registrados en Tucumán, una entidad que representa a más de 60 instituciones.

Nieves Martínez, jardín Lomita Linda Nieves Martínez, jardín Lomita Linda

“Sobre nuestras espaldas sólo llevamos una mochila de deuda. Pero hay que seguir”, afirma sin abandonar su vocación de maestra jardinera. Nieves no se quedó de brazos cruzados. Apeló a los talleres de artes y de pintura para elaborar artículos didácticos de madera, espejos, mates y bandejas y venderlos a través de las redes sociales. “¿Qué espero de regalo? Una palabra de amor y de cariño me basta; eso es lo máximo. El afecto de un niño es el regalo más importante que puede recibir una maestra”, indica la dueña de Lomita Linda.

Silvia Rodríguez no oculta la enorme tristeza que le ocasiona el momento que vive el mundo y las consecuencias para todos. “Mirás hacia atrás y en estos seis meses de cuarentena, los ingresos de la actividad han sido cero; mirás hacia adelante, y el futuro es incierto”, expresa la propietaria, desde hace 28 años, del jardín Conejito Saltarin Kids, y que hoy vende comida para generar ingresos familiares. “Duele el alma que esto que hicimos con mucho esfuerzo y tanta pasión quede trunco. Ante esta situación, intentaré sostener el jardín hasta diciembre; sin ayuda estatal, poco podemos hacer”, afirma. En todos los casos, los gastos fijos de un maternal siguen corriendo: desde servicios, pasando por alquiler y el aporte para el personal que se desempeña en cada institución. “Al finalizar el día, lo único que hago es rezar y pedirle a Dios que todo mejore al día siguiente; esperamos que salga el sol”, se esperanza.

Muchos maternales se mantienen con la solidaridad de familiares y de padres de alumnos que pagan una cuota simbólica u organizan rifas virtuales, locreadas u otras actividades para reunir fondos. Se habla de la escuela, pública y privada, en los niveles primarios, secundarios y hasta universitarios, pero no de la base en la que los niños comienzan a forjarse, apuntan las docentes consultadas. Es el espacio en el que muchos de ellos comienzan a caminar, a hablar y en la que reciben contención cuando sus padres deben ir a trabajar.

Hace una década, Ana González creó Pequeños Exploradores, otro de los maternales que tambaleó por la pandemia. Cuenta que le costó conseguir la habilitación y también sostener la casa que alquila para desarrollar su vocación. Alfredo, su esposo, también se quedó sin trabajo. Pero, relata, ambos decidieron sostener el jardín y abrieron un camino hacia la carpintería. Apelaron al fibrofácil y al pino para elaborar bandejas, estanterías, pizarras, portamacetas y organizadores para sobrevivir. “En este día nos reconfortará el reconocimiento de las familias que, moral y económicamente, nos siguen apoyando. Hablamos con las mamás y con los papás e incluso los chicos nos mandan sus dibujos. Eso vale mucho; nos llena de energías para continuar trabajando en mi vocación, en ejercer como maestra jardinera”, afirma.

  Gabriela Jerez Fiorenza, jardín Estrellita Azul    la gaceta / fotos de Analía Jaramillo  Gabriela Jerez Fiorenza, jardín Estrellita Azul la gaceta / fotos de Analía Jaramillo

Gabriela Jerez Fiorenza es dueña jardín maternal Estrellita Azul. Ella ha tomado el rumbo de la confección de manteles para la subsistencia. Pasa las mismas sensaciones que sus colegas, con las mismas exigencias educativas que la escuela pública y privada, pero con poca visibilidad en las decisiones oficiales que se adoptan para los maternales. “Uno asume compromisos de inversión para sostener la excelencia de un servicio como el maternal y ahora, sin ingresos, me duele el alma. No concibo mi vida sin el trabajo”, dice. De las habilidades adquiridas como docente, aprendió a hacer manteles que hoy vende a través de redes sociales.

“Detrás de cada maternal, no hubo una hada madrina que puso todo para que se habilitara. Hubo mucho sacrificio, mucho amor y mucha entrega con la vocación que una tiene. Necesitamos ser revalorizadas y reconocidas”, subraya.

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