El “Septiembre virtual” invita al Ente Cultural a crecer

El “Septiembre virtual” invita al Ente Cultural a crecer

   Duke Ellington Duke Ellington

Podría ser el perfil de Duke Ellington recortado sobre el escenario del club Estudiantes (foto). Podrían ser los dedos veloces y los pies descalzos de Ravi Shankar. Podrían ser Astor Piazzolla, Martha Argerich y Les Luthiers. Podrían ser Mercedes Sosa, Leda Valladares y Atahualpa Yupanqui, que no era tucumano pero lo disimulaba bien. Podría ser cualquiera de esos cuadros que, de tan intensos, dejan al público palpitante al borde de las butacas, arias entrañables -e infaltables- en toda ópera que se precie. O Chabuca Granda. O Alberto Lysy. O el “Mono” Villegas. Imaginar la portada para los 60 años del Septiembre Musical puede ser un quebradero de cabeza para los mejores diseñadores porque los artistas que presentó el festival se cuentan de a cientos. Y gran parte de ellos son (eran) buenísimos; algunos geniales. Quiso la pandemia que esta celebración, propia de un número redondo, reemplazara al vivo por las pantallas. Un Septiembre de ciencia ficción si nos acordamos de los pioneros.

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Celestino Gelsi (gobernador), Ramón Isauro Martínez (intendente de la capital), Eugenio Flavio Virla (rector de la UNT), Lázaro Barbieri (secretario de Extensión de la UNT, futuro gobernador), Raúl Albarracín (presidente del Consejo Provincial de Difusión Cultural), Mario Magliani (director del Conservatorio). La enumeración no es azarosa. Esos nombres se repiten al hacer historia en los más diversos ámbitos de la vida tucumana y simbolizan el espíritu de aquel tiempo. Eran, básicamente, visionarios. Decidieron ponerle el hombro a un festival musical único en su tipo en la Argentina, inspirado a imagen y semejanza de la tradición europea, y 60 años después ellos no están y el Septiembre continúa. Es un ejemplo de política de Estado, de esas que escasean (¿existen?) porque a la dirigencia le cuesta horrores mirar un poquito más allá de la esquina. “Después de mí, la tormenta”, es el pensamiento actual. “Después de mí, el futuro”, razonaron allá por 1960, y nos legaron esta fiesta que jamás será perfecta porque siempre puede perfeccionarse.

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Nobleza obliga: la idea, el encendido de la llama, corrió por cuenta de tres amigos, Oleg Kotzarew, Guido Torres y David Lagmanovich. Músicos los primeros, escritor y periodista Lagmanovich (crítico de espectáculos de LA GACETA por aquel entonces), se inspiraron en el Maggio Musicale Fiorentino. La primavera italiana -mayo- debía replicarse en la primavera tucumana -septiembre-. Y la rueda comenzó a girar.

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El Septiembre suele ser un Rubicón para el Ente Cultural. Una vez que se lo cruza se esfuman esos kilos recargados sobre los hombros, hasta que al año siguiente se reitera el ciclo. No es barato organizarlo (¿alguien tiene noción de lo que cuesta montar una ópera?) y las programaciones están sujetas al más riguroso escrutinio. Se le critica -con absoluta razón- la reiteración de varios apellidos en la grilla y lo mucho que le cuesta salir de la zona de confort para abrirse a nuevos géneros, nuevas figuras, nuevas formas de vivir y de entender el arte. Dejó de ser elitista cuando se abrió a la participación de figuras de la música popular, pero eso no significa que logre capturar el clima de época. Este año habrá batallas de raperos y un escenario para cantautores. Son pequeños y valiosos pasos, por el momento más excepciones que normas.

Como en toda megaestructura estatal, en el Ente conviven funcionarios y empleados a los que no sólo separa la brecha generacional; también discrepan sus miradas sobre la realidad. Lo difícil, el desafío, es encontrar los puntos de unión entre las tensiones propias de toda gestión.

Cuando se habla del Septiembre suele escucharse un lugar común: “no les dan lugar a los artistas locales”. ¿Sucedió en otros tiempos? Sí. No es el caso en esta edición virtual, al menos desde lo cuantitativo. El programa anuncia 60 presencias tucumanas (entre grupos y solistas), número muy por encima de los invitados nacionales e internacionales. A esto se le agrega el aporte de los cuerpos estables. Siempre faltarán nombres y siempre habrá quien esgrima motivos para quejarse, pero se nota un camino. ¿Una política? Lo dirán los años venideros. Es, de paso, el primer Septiembre con Martín Ruiz Torres confirmado en la presidencia del Ente y con el folclorista Rubén Cruz al frente de la Dirección de Música. Les tocó la virtualidad pandémica y de allí que al festival le hayan asignado un carácter “on line, gratuito y solidario”.

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La agenda anual es un arma de doble filo para el ente: Mayo de las Letras, Festival de Jazz, Septiembre Musical, Festival de Cine, todo matizado con los estrenos de los cuerpos estables (de paso, ¿habrá espacio para un encuentro similar dedicado a la danza? Y ya que estamos, ¿qué hay de la conformación del Ballet Folclórico, que debería estar funcionando desde hace años?). La rutina sirve para acomodar el funcionamiento mientras las Direcciones se mantienen ocupadas. Pero al mismo tiempo, estas obligaciones operan como un corset y no dejan de quedar atrapadas por la burocracia.

Entendiendo la cultura como un derecho que apuntala la construcción de ciudadanía, puede que al Ente le venga bien explorar territorios y sumar protagonistas que hacen lo suyo en circuitos autogestivos, alternativos o, simplemente, particulares. No fue la política durante la gestión de Mauricio Guzman, que tuvo sus claroscuros y, en buena medida, se mantiene a partir de la vigencia del staff que lo acompañó a lo largo de más de una década.

El stand-by de la pandemia brinda la oportunidad de pensar en todas estas cuestiones. Por caso, que el impacto, la frescura, el ingenio, los riesgos, el vértigo y la riqueza que el arte proporciona sean noticia a diario, más allá de los festivales, que están muy bien, pero son una parte, no el todo. Compartiendo la postura de los visionarios, potenciar el debate y proyectar un Ente Cultural para los próximos 20 o 30 años.

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Se pone en marcha el más atípico de los Septiembres Musicales. Se lo verá por TV y por streaming, a tono con la cuarentena y con los consumos culturales on demand que hace rato llegaron para quedarse. Llamativa manera de soplar 60 velitas: a través de una pantalla.

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