La sociedad argentina parece haber hecho de la grieta un modo de vida. Ante cada asunto que divide opiniones, las pasiones se exacerban a un extremo y, muchas veces, dan paso a la violencia verbal, sicológica y, en determinados casos, física. Lo vemos casi a diario con las discusiones políticas, religiosas, deportivas y, ahora con la pandemia de coronavirus.
La escalada de casos de covid-19 en la provincia evidenció que los tucumanos no estamos ajenos a ese comportamiento. Los escraches a posibles infectados o a las familias de víctimas mortales del coronavirus conllevan una clara discriminación de los que más sufren la pandemia. Es evidente que cada uno de nosotros debe ser responsable para cuidar su salud y la de los demás. Para eso, se requiere respetar los protocolos sanitarios establecidos, como el uso de barbijo o tapabocas, la distancia social y la higiene personal y de los espacios. Sin embargo, nada de eso nos garantiza que evitemos contagiarnos. El virus que hizo estragos en el mundo ya se ha posado con fuerza en Tucumán: la circulación es comunitaria y así los casos irán en aumento, según admitieron las autoridades. En consecuencia, debemos aprender a convivir con esta nueva realidad y aceptar que cada vez serán más quienes se infecten con covid-19.
Imágenes y noticias con actos de discriminación, insultos y agresiones que llegaban desde otras provincias que ya tenían convivían con el virus hoy se empezaron a replicar en Tucumán. Quizá el más notorio haya sido el de la directora del hospital Padilla, Olga Fernández. La profesional, diagnosticada con covid-19, sufrió el acoso de un grupo de vecinos que, mediante Whatsapp, organizaron un escrache en su vivienda. Todo comenzó porque tras la difusión de su caso, Fernández salió en su vehículo particular con su marido a realizarse unos estudios. Los vecinos interpretaron que estaba violando el aislamiento y organizaron el repudio. Su caso adquirió notoriedad porque se trata de una persona pública, pero la situación la padecen muchos de los tucumanos contagiados. Una joven treintañera de la capital relató a este diario el calvario vivido cuando les comentó a sus vecinos del edificio que le habían diagnosticado covid-19. Desde entonces, dijo, recibió decenas de mensajes por Whatsapp en la que la advertían que saliera de su departamento, que no tocara los botones en el ascensor, los picaportes de las puertas o las barandas de las escaleras, y que de no cumplir con esas “medidas” la denunciarían ante la Policía. Fue tal grande el asedio que estuvo a un paso de mudarse para cumplir el aislamiento a la casa de unos parientes.
Además de los mensajes, hay tucumanos que reportan casos en los que les pegan carteles en las viviendas, o que develan sus nombres y sus direcciones en las redes sociales. Hace unos días, Susana Maidana (doctora en Filosofía y profesora emérita de la UNT), advertió que estas actitudes “están muy lejos de ser democráticas sino que muestran el tribalismo social y nos convierten en lobos de los otros hombres”. También la titular del Inadi, Victoria Donda, repite que esta conducta es motivada en parte por falta de conocimiento. “La salida de esta pandemia es colectiva, nunca es individual y el virus no discrimina por profesión ni clases sociales”, dijo.
La evolución de la pandemia en la provincia indica que llegó el momento en el que los tucumanos expresemos nuestra fraternidad, no la intolerancia. Pensar que el día después nos requerirá unidos, como sociedad, para afrontar las gravísimas consecuencias a la economía y al tejido social que esta enfermedad provocó y seguirá provocando. El coronavirus nos exige ensayar la empatía y, fundamentalmente, la solidaridad.