Visitó varios podios y se colgó igual cantidad de medallas. Entre ellas, dos únicas para el yudo masculino argentino. “Nadie había ganado un torneo clase A o un Grand Prix”, tiró el dato Emmanuel Lucenti. Con sus triunfos en la Copa del Mundo de Budapest en 2009 y en el Grand Prix de Cancún en 2017 el yudoca que está viviendo en Santiago del Estero hizo historia. El historial estadístico por rango de importancia en el circuito internacional del arte marcial pone al torneo que se celebró en la paradisíaca ciudad mexicana como el más relevante de su carrera. “Fue muy loco y gracioso”, recordó el tucumano.
En resumen, a Lucenti lo que habitualmente le pasa en una lucha es lo siguiente: pararse al frente de un rival, saludarlo marcialmente y durante cuatro minutos, con técnicas que se aprenden durante largos entrenamientos, tratar de vencerlo. Ese trajín que por lo menos sucede en cuatro ocasiones (dependiendo el cuadro y cantidad de participantes en el torneo) pasa en pocas horas, un mismo día. Después duele absolutamente todo el cuerpo, pero el alma está sana gracias al triunfo. En Cancún sucedió eso y mucho más para que Lucenti le haga culto a ese primer puesto.
“Me pasó de todo”, recordó el yudoca sobre aquel viaje que se lo costeó él mismo, ya que no formaba parte del calendario de la selección. “La noche antes del torneo tenía que estar en el hotel oficial y pagar esa noche. Sin darme cuenta, dejé el auto que alquilé en la puerta del casino. Cuando salí al otro día para ir al torneo estaba puesta una cadena”, relató.
Nadie venía, así que Lucenti empezó a sentir los nervios, que estaba seguro iba a sentir a lo largo de aquel 16 de junio de 2017, pero los motivos de ese nerviosismo tempranero no estaban entre los planes. Menos estaban previstos los inquietantes sentimientos que iba a tener que enfrentar minutos más tarde en la carretera mexicana. “Lo que menos parecía era que iba a competir en un torneo”, se refirió a la vestimenta que portaba. “Estaba de musculosa, ojotas y un short. Parecía que me iba a la playa más que nada”, recordó entre risas. Es lógico entonces que al policía motorizado que lo detuvo le haya costado creer que se trataba de un atleta olímpico con poco tiempo para llegar a un Grand Prix, a un torneo internacional de yudo. “Yo lo saludé, él venía con la sirena. Me miró y me cruzó un poco la moto. Y ahí pensé: ‘uy’. Me di cuenta que venía un poco rápido”, siguió contando la anécdota. Entre tanta explicación, que incluía la exhibición en plena ruta de los equipos de competencia que llevaba consigo, al oficial lo convenció la credencial de yudoca del torneo.
Otra dosis de nerviosismo inesperado superado. Y faltaba mucho más, pero, por los resultados, evidentemente estaba bien preparado para afrontarlo. Lucenti tuvo combates muy complejos y ante rivales superiores, ganándoles al campeón y subcampeón del mundo. “Con haber llegado a la semifinal, ya estaba sorprendido. Ese día estaba luchando bastante bien y no esperaba ganar el torneo”, reconoció Lucenti. “La semifinal fue sumamente difícil, la gané en tiempo suplementario. Con huevo, por así decirlo”, destacó sobre el combate con el brasileño Víctor Penalber.
Ya con el lugar asegurado en la final, “Emma” quiso aprovechar al máximo esas cinco horas que lo separaban de pelear por la medalla de oro, así que salió rápido del estadio, tomó el auto y se metió en el primer hotel que vio. Ducha rápida, comida y a descansar. “Le mandé un mensaje de texto a mi papá y desconecté internet. Encima estaba súper preocupado porque después que viajé, mi mujer Agostina tuvo que ser internada. Me dormí unos 40 minutos y, cuando bajé, la rueda del auto estaba pinchada”, describió el tres veces representante olímpico argentino.
“Soy súper inútil, en mi vida cambié ninguna rueda”, reconoció. Esa ocasión, en Cancún, no iba a ser tampoco su primera vez en reparar un neumático. Para su fortuna, en una estación de servicio, entre unos niños y un señor, papas fritas y gaseosa de por medio, le cambiaron la rueda en la calurosa tarde cancunense. “Las entrevistas que yo siempre veía que le hacían a los que ganaban, me las estaban haciendo a mí. Ya tenía 32 años y no me entraba en la cabeza lo que había logrado. Era todo muy loco”, relató con incredulidad lo que pasó hace tres años atrás. “A la final, la luché súper inteligente”, calificó su victoria ante el canadiense Briand Etienne.
Lo que pasó en Hungría no fue tan dramático como lo que sucedió en México. Las mayores dificultades las tuvo solamente sobre el tatami y no en las calles húngaras. “Fue el primer torneo después de los Juegos Olímpicos de Beijing. Fue durísimo”, recordó de la competencia que disputó con 23 años de edad. Era la época en que el tucumano comenzaba a competir con más frecuencia en Europa y estaba buscando afianzarse en la categoría de hasta 81 kilos, de las más competitivas y pobladas del yudo internacional. “Tampoco me esperaba ganar”, reconoció Lucenti.
“En la semifinal fui contra el número uno de Hungría. Los árbitros me cambiaron el kimono diciendo que era muy cortito cuando yo ya venía haciendo todas las luchas con ese. Terminé con uno de un cubano de 81 kilos. Un flaco que medía como 1,85; me quedaba súper grande”, detalló. Y sí, para ganarle a un local en un deporte de contacto y más cuando en la previa ya hubo un episodio llamativo, lo más recomendable es no dejar dudas y noquear. “Faltando tres segundos lo saqué de ippon (nocaut en el yudo). Encima, empezamos a luchar y ahí nomás lo tiro y en un enredo que tenemos me borran la puntuación a mí y le dan puntos a él. Ya lo venía atacando en toda la lucha y ahí empecé a atacarlo más. Al rato peleé contra el esloveno que era el mejor en ese momento. No sé si fue un torneo más difícil que el de Cancún, por los triunfos que tuve ahí, pero sí fue áspero, como toda competencia que se hace en Europa”, afirmó Lucenti.
Aunque “Emma” no lo sentencia, México se lleva el primer puesto en el grado de dificultad porque venció a todos los “rivales” que se le presentaron dentro y fuera del tatami.