Aunque en tiempos de pandemia es uno de los sectores más afectados, cuando esta concluya o nos dé una tregua duradera, seguirá siendo uno de los motores de la economía. Desde hace muchísimo tiempo, el turismo es una de las actividades más importantes de muchos países porque implica una fuente permanente de ingresos y de trabajo para miles de personas de los distintos sectores de la sociedad. Los europeos son especialistas en esta materia. Millones de personas recorren las naciones del Viejo Continente no solo para apreciar sus paisajes, sino su historia, a través de sus museos, del patrimonio arquitectónico, de las manifestaciones culturales que les proporcionan identidad y que están emparentadas con el pasado.
A diferencia de otras provincias que han apostado al desarrollo turístico hace varias décadas, Tucumán siempre ha estado a mitad de camino, pese a su enorme potencial. Hay muchos lugares que no han sido explotados debidamente, ya sea por sus paisajes imponentes o por su historia. Tampoco se han aprovechado hasta ahora sus mitos y leyendas, o personalidades de la cultura y otros ámbitos que dejaron una huella en la provincia, como una atracción para los visitantes.
El mito de El Familiar, que era un perro negro sin cabeza, de grandes dimensiones, que arrastraba una pesada cadena y que durante las noches merodeaba por los cañaverales con la intención de matar a algunos peladores, especialmente los más rebeldes. La leyenda podría recrearse en alguna de las fábricas azucareras y también en un lugar histórico de la capital. Se podría explotar la leyenda del castillo El Castoral. La mansión, construida en la segunda década del siglo XX por el alemán Otto Ruckaeberle, que habría llegado a Tucumán a fines del siglo XIX, se halla en la confluencia de los ríos Salí y Colorado, ubica a 12 kilómetros aproximadamente de la ciudad de Simoca y más de 40 km de San Miguel de Tucumán. Se cuenta que este hombre que tenía una importante fábrica de aceite en su estancia de santa Lucía, compró la propiedad de El Castoral, donde sembró castor y tártago, que convertía en aceite. Edificó una imponente casa, con una alta torre, trabajadas ventanas, largas balaustradas, escalinatas y hasta una fuente, para complacer a su esposa francesa. A la inauguración asistió gente de alta alcurnia; las fiestas se sucedieron por un tiempo. La relación de la pareja se fue deteriorando y al parecer, producto de su depresión, se metió la mujer al río y se ahogó. Desde entonces, según los lugareños, en las noches de luna su figura se reflejaba en las aguas del río. Luego, Ruckaeberle se habría casado con una prima de Lola Mora, con quien tuvo una hija.
Atahualpa Yupanqui, una de las figuras centrales de nuestra música popular, vivió un tiempo en Tucumán, durante su infancia, y luego en los años 30 y 40. Le dedicó más de una docena de piezas y su amor por esta tierra era tan grande que expresaba a donde iba el orgullo de su “tucumanidad”. El museo que llevaba su nombre en Acheral, es apenas un recuerdo. Don Ata tenía un rancho en Raco, donde solía instalarse cuando estaba ávido de paisaje, sin embargo, nunca se lo reconstruyó.
Podría diseñarse un circuito que recorriera estos y otros sitios. Se podrían recrear las historias con espectáculos que conjugaran el teatro, la música, la danza, la plástica, sean en vivo o al estilo de Luz y Sonido, como el de la Casa de la Independencia. De ese modo, se daría participación a los artistas tucumanos. Este tiempo de pandemia puede servir también para impulsar la creatividad y buscar la diversidad turística, dando a conocer nuestra identidad.