El fútbol siempre da revancha. Parece una frase hecha que los protagonistas usan con frecuencia para buscar esperanza cuando la mano viene cruzada, pero en San Martín hay una situación que marca a las claras que eso es una verdad a secas. Porque en 2006 aquel “Santo” moldeado por Carlos Roldán bebió el trago más dulce nada más y nada menos que siete días después de haber sufrido uno de los golpes más fuertes.
Su melena rubia al viento, su camiseta amarilla con vivos rojos, su número ocho en la espalda, sus brazos apuntando hacia el cielo, sus ojos bien húmedos y su boca lanzando un grito contenido. La imagen de Juan Manuel Cortés es la más recordada de esa tarde fría, gris, lluviosa, pero llena de pasión del 31 de mayo de 2006. Sí, 72 horas después de haber perdido la final por el primer ascenso a la Primera B Nacional, San Martín debía jugar el primer “chico” de la Promoción ante un San Martín de Mendoza que venía de hacer un gran torneo en la B, pero que había sufrido las consecuencias de algunas malas campañas anteriores. ¿Quién iba a pensar que un equipo caído anímicamente iba a sacar fuerzas donde parecía no haberlas?
“Estábamos convencidos que íbamos a ascender. Después de perder la final contra Villa Mitre hubo angustia, pero teníamos el convencimiento que íbamos a lograr el ascenso”, le cuenta a LG Deportiva Cortés, el muchachito de la película, ese que quedó inmortalizado en un festejo que fue directo a parar a la galería de los más destacados de la historia “santa”. “Con total seguridad te digo, éramos el mejor equipo del campeonato; de eso no hay dudas. De hecho en las dos finales hubo una gran superioridad, pero no la metimos y ellos tuvieron una que le pegó en el pie a David Robles, se metió en el ángulo y terminamos definiendo por penales”, agrega.
Pero “Juanchi” asegura que el temple y el hambre de gloria que tenía ese plantel armaron un cóctel explosivo con la pasión del hincha. “El recibimiento de un miércoles a la tarde, con lluvia, un día laboral, después de haber perdido una final en la que todo el mundo había ido a vernos ascender, fue un empuje tremendo”, asegura el punta que en los primeros minutos del primer juego contra los mendocinos le puso la cabeza a un centro perfecto de Gustavo Ibáñez para marcar el gol del ascenso. “Los primeros 20’ los llevamos puesto. Ellos se sorprendieron y eso que tenían un muy buen equipo, lleno de grandes jugadores. Además, ese gol para mí fue un tesoro. Hacía poco había fallecido mi papá y fue como una señal de que todo iba a salir bien. Cuando la pelota entró se me vino todo abajo”, agrega.
Aquella tarde un “Santo” herido fue una verdadera tromba. Mereció más diferencia sí, pero al igual que en el duelo decisivo contra los bahienses, la falta de efectividad esta vez lo privó de lograr un resultado mayor. “Quizás haya tenido que ver con esa mística de sufrimiento que tiene el club. Porque parece que hay que sufrir para lograr cosas importantes. Todavía recuerdo el empuje de la gente, la impaciencia, los nervios…”, señala el ex futbolista que hoy se desempeña como Secretario de Deportes de Mina Clavero, ese que viaja en el tiempo y lleva su cabeza a la mañana del domingo 4 de junio de 2006. “La cantidad de gente que fue a Mendoza después de haber perdido una final fue tremenda. ¡Hay que llenar la tribuna que le dieron a nuestros hinchas! Y la llenaron, y hubo fiesta. Hasta el día de hoy se me pone la piel de gallina cuando lo recuerdo”, admite.
El 0-0 no se quebró, pero Juan asegura que pese a que en la tribuna norte del estadio la tensión se cortaba con un cuchillo, ellos estaban tranquilos. “En la cancha vos te das cuenta cuando un partido está controlado o cuando te están por meter un gol. Y sabía que por más que jugáramos dos días no nos iban a meter ninguno. Estábamos muy bien”, recuerda.
Juan José Morales tuvo el suyo en la recta final del juego pero el palo se lo negó. Igualmente la historia ya estaba escrita. El “Santo” iba a volver a la segunda categoría del fútbol argentino y Tucumán comenzaría la fiesta eterna, la caravana mágica y el festejo alocado. “Nuestro regreso fue hermoso. Tardamos más de tres horas desde el ingreso a la ciudad hasta la plaza Independencia. Había una marea de hinchas, es algo que nunca olvidaré. Lo llevaré en mi corazón hasta el último de mis días”, cierra Cortés, el del gol que levantó a un equipo que parecía estar de rodillas y lo llevó a lo más alto del cielo.