Es una de las grandes preocupaciones de nuestro tiempo por las consecuencias negativas que trae para la salud, no solo a los adultos, también a los niños. La obesidad no da tregua y se ha profundizado durante la pandemia, cuyo fin es aún incierto. En marzo pasado, la Organización Mundial de la Salud (OMS) que define el sobrepeso y la obesidad como la acumulación anormal o excesiva de grasa, informó que en 2016, más de 1.900 millones de personas mayores de 18 años padecía sobrepeso y, de ellos, más de 650 millones eran obesos. Reveló que en 2018, alrededor de 40 millones de niños menores de cinco años padecían sobrepeso u obesidad, registrando un incremento del 50% desde el año 2000. En 1975, solo el 1% de los niños y adolescentes eran obesos.
Según la directora del Centro de Endocrinología y Nutrición Crenyf, la obesidad y el sobrepeso afectan en el país a un 37% de los niños de entre 10 y 19 años, y de manera más significativa, a los que ya se hallan en situación de vulnerabilidad socioeconómica. La salud psicofísica de los chicos se ve afectada y se exponen a un mayor riesgo de sufrir enfermedades no transmisibles, disminuye el rendimiento escolar y aumentan las probabilidades de sufrir intimidación o burlas. La nutricionista dijo que si bien el confinamiento por el coronavirus contribuye a controlar la transmisión del mal, afecta la salud de los chicos, a causa del aumento del sedentarismo y tiempo de pantalla, la dificultad para dormir las horas de sueño aconsejadas, el aburrimiento que se asocia a la mayor ingesta de alimentos, la fácil accesibilidad de los chicos a alimentos ultraprocesados.
Este flagelo viene asediando desde hace tiempo a Tucumán. En 2019, una endocrinóloga infantil del hospital Avellaneda dijo que la tendencia a la obesidad se percibía ya en los bebés a partir de los seis meses de edad e indicó que este mal llevaba a que los chicos comenzaran a tener problemas de salud, considerados antes propios de los adultos: diabetes, presión arterial alta y colesterol alto, y podía generar baja autoestima y depresión. Una realidad, por cierto, más que inquietante, que reflejaba además la escasa información sobre la alimentación saludable que reciben del Estado muchas mujeres desde el embarazo, especialmente aquellas de escasos recursos.
En abril pasado, ante el incremento de los índices de sobrepeso en chicos y adolescentes, se anunció que los ministerios provinciales de Salud Pública y de Educación promocionarían hábitos saludables en el aula; el objetivo era concientizar a los docentes para que fueran promotores de un cambio de vida saludable, promoviendo hábitos más sanos en su nutrición. En junio de 2019, las autoridades nacionales pusieron en marcha el Plan Nacional de Alimentación Saludable en la Infancia y la Adolescencia, cuyo objetivo era frenar esta epidemia creciente.
Según la OMS, la obesidad infantil está asociada con una mayor probabilidad de muerte prematura y discapacidad en la edad adulta, además de experimentar dificultades respiratorias, mayor riesgo de fracturas, hipertensión, enfermedades cardiovasculares, resistencia a la insulina y efectos psicológicos.
Sería importante involucrar a los padres en esta cruzada a través de talleres, que en esta situación pandémica, podrían ser virtuales. Si los progenitores o responsables de los chicos ignoran el abecé de la alimentación sana, difícilmente se pueda combatir este flagelo. El Estado podría diseñar estrategias para educar no solo a las madres o embarazadas, también al resto de los habitantes de los barrios vulnerables que no tienen acceso a la educación, que es el punto de partida para generar un cambio y una aliada para combatir con eficacia esta otra pandemia.