“No podemos seguir mirando al costado”, reclama, contundente, Juan González, director de Ecología de la Fundación Miguel Lillo. Y muestra que, en los hechos, incluso si Tucumán no genera sus propios datos, es sencillo saber qué está pasando y dónde pasa.
“Datos de las quemas y de la calidad del aire que estamos respirando están disponibles en internet -agrega-. Y los que arrojaron las observaciones de los satélites de la NASA y de la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA, por su sigla en inglés) dan cuenta de que la mayoría de las quemas se concentra alrededor de la capital tucumana y en Concepción (ver mapas)”.
“Por otra parte, las mediciones de partículas PM 2,5 presentes en la atmósfera, entre el 3 y el 9 de agosto, en más del 90 % de los casos arrojan valores por arriba de lo aconsejado por la OMS, que es 25 microgramos por metro cúbico de aire durante un día”, agrega.
La contaminación atmosférica que padecemos desde hace décadas en Tucumán todos los inviernos está clara a simple vista: se nota en el cielo oscuro, en las “lluvias negras” y en particular -advierte el experto- “en la formación de nubes de contaminantes, llamadas Nubes Atmosféricas Marrones”. Y las quemas y sus efectos -destaca- no sólo inciden negativamente en la salud: “generan daños en las líneas de transmisión eléctrica, y hasta accidentes fatales en nuestras rutas”.
¿Qué es concretamente lo que se concentra en el aire de Tucumán? A ciencia cierta nadie lo sabe, pues hasta ahora no se mide.
“Pero investigaciones de otros lugares enseñan que la quema de cañaverales u otro tipo de vegetación y de residuos sólidos urbanos produce gases nocivos, como monóxido de carbono (CO) y óxidos de nitrógeno (NOx); partículas de 10 y 2,5 micrones e hidrocarburos aromáticos policíclicos (HAP), además de dioxinas y furanos -enumera González-. Mediciones realizadas en San Pablo, Brasil, mostraron que cuando se queman cañaverales se generan dioxinas y 16 tipos de hidrocarburos aromáticos policíclicos (HAP). Y que las dioxinas se incrementaron en un 235 % mientras que los HAP lo hicieron en un 9900 %”.
“Es urgente realizar estos estudios en Tucumán para desechar estas evidencias indirectas o para tomar acciones concretas”, destaca con profunda desazón.
Manos a la obra
Científicos tucumano decidieron tomar el toro por las astas. Hubo hace cuatro años un proyecto interesantísimo, que dirigió el biólogo Leonardo Paolini, en ese momento investigador de Conicet en el Instituto de Ecología Regional (IER), que incluso logró desarrollar un prototipo de sensores se contaminación. “Funcionan -dijo Paolini en ese momento a LA GACETA-. Pero para amarlos e instalarlos necesitamos financiamiento”. Su esperanza eran los receptores del servicio (municipios, el sistema de salud), pero no... El prototipo está, pero Paolini se fue a trabajar a Nueva Zelanda. Y perdimos un científico y una oportunidad.
“No queremos que se siga mirando al costado”, dice Virginia Albarracín- directora de un proyecto interdisciplinario e interinstitucional que acaba de ganar un subsidio para investigar presencia del SARS-Cov-2 en el ambiente urbano. “Y uno de los dos espacios que vamos a investigar es el aire; concretamente, las partículas presentes en nuestro aire, altamente contaminado”. El trabajo lo harán en conjunto el Centro Integral de Microscopía Electrónica, del Conicet-Tucumán, que dirige Albarracín; un equipo, a cargo de Diego Corregidor, del Instituto de Investigación en Luz, Ambiente y Visión, UNT/Conicet (ILAV), y un equipo del Instituto de Química de Noroeste Argentino (Inquioa) que dirige Aída Benaltabef. Esta parte del equipo buscará evaluar la calidad del aire por métodos químicos, ópticos y microscópicos.
Pero también participarán los laboratorios del Centro de Referencia para Lactobacilos (Cerela), la Planta Piloto de Procesos Industriales Microbiológicos (Proimi) y el Instituto Superior de Investigaciones Biológicas (Insibio). Y veremos para qué...
Objetivo general
“Buscamos identificar qué tipo de partículas hay en el aire. En primer, lugar porque muchas de esas partículas son dañinas, y necesitamos saber de qué se tratan. Tucumán necesita esa información. Además, muchas pueden ser microorganismos; y estos pueden a adherirse a otro tipo de partículas e ingresar en nuestro organismo... Sería como si se tomaran un aeroplano directo a los pulmones”, resalta. Y -agrega- uno de esos microorganismos puede ser el SARS-CoV-2, “nuestro” coronavirus.
“Investigaciones realizadas en el norte de Italia, en el valle del Po, durante uno de los mayores brotes establecieron que, semanas antes, la zona había sufrido altísimo niveles de contaminación del aire. Se buscaron correlaciones y los modelos matemáticos permiten sospechar una correlación de eventos, pues el numero de infectados parece bastante superior a lo que habría resultado sólo por contactos estrechos”, explica Albarracín.
¿Será que por fin sabremos qué es lo que respiramos? ¿Será que por fin las autoridades implementarán realmente los controles y la población dejará de vivir como si las leyes no existieran?
No sólo vías respiratorias: algunos de los gases que produce la quema del cañaveral son cancerígenos
“Desde hace más de 20 años el Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer y la Organización Mundial de la Salud clasificó los hidrocarburos aromáticos policíclicos (HAP) como carcinógenos -destaca Juan González, director de Ecología de la Fundación Miguel Lillo-. Organismos como el IARC (Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer) los incluye en el grupo I (cancerígeno: riesgo aumentado de todos los cánceres combinados) y el convenio de Estocolmo, en su artículo 5, pide a los países adherentes “identificar, caracterizar y combatir las liberaciones de estos gases”.