El trauma del poder con la amistad

El trauma del poder con la amistad

“La misma noche en que su autoridad fue reconocida por todos los comandos rebeldes, despertó sobresaltado, pidiendo a gritos una manta. Un frío interior que le rayaba los huesos y lo mortificaba inclusive a pleno sol le impidió dormir bien varios meses, hasta que se le convirtió en una costumbre. La embriaguez del poder empezó a descomponerse en ráfagas de desazón. (…) Sus órdenes se cumplían antes de ser impartidas, aun antes de que él las concibiera, y siempre llegaban mucho más lejos de donde él se hubiera atrevido a hacerlas llegar. Extraviado en la soledad de su inmenso poder, empezó a perder el rumbo. (…) Se sintió disperso, repetido, y más solitario que nunca. Tuvo la convicción de que sus propios oficiales le mentían. Se peleó con el duque de Marlborough. “El mejor amigo -solía decir entonces- es el que acaba de morir”. Gabriel García Márquez, Cien años de soledad.

Las carreras de Psicología deberían contar con una orientación en Psicoanálisis del Estado. Porque queda claro que existe la Sociología para el estudio del comportamiento del mundo social, dentro del cual el Estado llegó a ser considerado una idea perfecta por Wilhelm Hegel. Pero el asunto aquí es que el Estado incurre en “lapsus” monumentales, que merecen ser llevados sin escala hasta el diván. Esta semana se vivió uno de esos actos fallidos (en toda la semántica de la expresión) que dice, a los gritos, que existe un inconsciente colectivo. Y que ya no sabe qué más hacer para que se atiendan sus manifestaciones. Porque esta semana el Estado resolvió que el Día del Amigo no se festeje…

Por supuesto, hay un contexto de pandemia real y, por ejemplo, en Tucumán, Santa Fe, Río Negro, Mendoza y San Luis se permitieron reuniones restringidas, mientras que en Santiago del Estero, Córdoba, Chubut y Buenos Aires mandaron directamente a no celebrarlo. Sin embargo, más allá de la denotación, hay significaciones crepitando sobre la cosa pública como síntomas en ebullición. La celebración de la amistad, en definitiva, no le pareció correcta a la política. Consecuentemente, reunirse con amigos fue, para multitudes, una actividad clandestina. Un proceder reñido con lo que manda la autoridad, que lo consideró nocivo…

Claro que si uno mira las noticias encuentra una plétora de explicaciones. “Cristina es una mujer de gran experiencia e inteligencia y una amiga”, declaró el presidente Alberto Fernández en abril. Tres meses después, cuando se pone firme con su última oferta de renegociación de la deuda externa y quiere darles una lección de seriedad capitalista a los acreedores internacionales, el kirchnerismo ventila que su nueva meta es estatizar Edesur. Entonces, la secretaria Legal y Técnica, Vilma Ibarra, avisa: “El que espera o cree que puede condicionar al Presidente, generado dichos sobre que está condicionando o que lo acorralan, no lo conoce”. Y agrega luego, a propósito de la reforma judicial: “A nadie se le va a sacar una causa en la que estén investigando a Cristina Kirchner, Alberto Fernández o Mauricio Macri”. Siendo así, ¿como no van a querer encarcelar a la gente que festeja el Día del Amigo?

En Tucumán, para qué hablar. Uno de los “memes” más posteados del lunes era la foto del senador José Alperovich abrazando al gobernador Juan Manzur y al vicegobernador Osvaldo Jaldo. En Fuerza Republicana, los amigos de ayer son los expulsados de hoy. Y en la UCR, la última vez que un referente encontró un amigo, lo devolvió, convencido de que no era suyo.

Si así es como juegan a la política, lo que los políticos necesitan es una terapia de juegos. Y apareció, precisamente, un juego de mesa que combina la amistad con la política, de un modo políticamente incorrectísimo. Se llama, sin más suspenso, “Amigos de mierda”.

El divertimento de la firma “Buró”, que se comercializa en Tucumán, tiene 87 naipes con preguntas. Y el asunto es que (cual acabada moraleja de las dinámicas de poder argentinas y tucumanas) pierde el que, al final, ha ganado: el que acumula más cartones es el derrotado, porque, ciertamente, los interrogantes que se van a responder no son de los más virtuosos…

El juego es, esencialmente, asambleario. Su esencia es la búsqueda de consensos. Reunidos los jugadores, se toma una carta y se lee su consigna. Luego, se vota para elegir a quién cumple más acabadamente el postulado. Y resulta cuanto menos revelador ensayar imaginariamente los resultados que podría arrojar una partida en los más diferentes ámbitos del poder.

Al azar, ¿podría quedar “desierta” alguna de estas “categorías” en el oficialismo?:

• ¿Quién de nosotros es secretamente un supervillano?

• Si nos hiciéramos mafiosos, ¿quién sería el capo?

• ¿A quién de nosotros no te animarías a hacer enojar?

• ¿Quién orina en la pileta?

Aleatoriamente, ¿quedaría sin dueño en la oposición alguna de estas cartas?

• A todos nos da miedo subirnos al auto cuando maneja…

• Uno de nosotros hace 10 años tenía un futuro prometedor. ¿Quién?

• ¿Quién de nosotros pide plata prestada sabiendo que nunca la va a devolver?

• Si todos fuésemos presidentes de un país, ¿quién sería el primero en imponer la pena de muerte?

A modo de ejemplo, ¿a nadie le asignarían uno de estos cartones en el Poder Judicial?

• Estamos en un avión sin control y quedan paracaídas para todos, excepto uno. ¿Quién es el primero en agarrar un paracaídas y salvarse?

• ¿Quién de nosotros se cree mejor que todos los demás?

• Estás en una situación complicada. ¿A quién no le pedís consejo?

• Somos los biólogos más capaces del planeta. ¿Quién inventa un virus para después vender la cura?

¿En el Poder Ejecutivo a nadie le correspondería alguna de estas consignas?

• ¿Quién se considera mucho más inteligente de lo que en verdad es?

• Nos acabamos de enterar de un secreto tremendo. ¿Quién es el primero en contarlo?

• ¿Quién se pide lo más caro de la carta y se hace el gil para dividir la cuenta entre todos?

• Nos despertamos en una isla desierta sin ningún tipo de alimento. ¿Quién propone que nos comamos a uno de nosotros?

¿Quedaría vacante alguno de estos estereotipos en la Legislatura?

• Nos ofrecen darnos 1.000 dólares por cada cucharada de desperdicios que comamos. ¿Quién está dispuesto a hacerse rico?

• Trabajamos en cadena de comida rápida. ¿Quién escupe la comida?

• Su majestad infernal, también conocido como Satán, nos ofrece cumplir todos nuestros deseos a cambio de nuestra alma. ¿Quién agarra?

• Uno de nosotros, secretamente, les desea desgracias a todos los demás. ¿Quién?

“Amigos de mierda”, advierte el reglamento, es un juego para caerle mal a la gente. Las prácticas de poder que reúnen estas características, que se sintetizan en la falta de escrúpulos y la desaprensión por los demás, logran el mismo efecto: hacer que la política quede mal con el pueblo. Y eso no sería más que un defecto profesional de no ser por una circunstancia: para que haya democracia debe haber políticos. De lo contrario, habrá otros regímenes: tiranías, oligarquías, monarquías, aristocracias o anarquías, para seguir el antiguo círculo aristotélico. Pero no democracias. Si los políticos desacreditan su tarea, la gente deja de creer en la política. La consecuencia es que también pierde credibilidad la democracia.

Por supuesto, “Amigos de mierda” es sólo un juego. No es un radiograma de la política, sino en todo caso una metáfora. Como tal, plantea otros interrogantes que no pueden aplicarse supletoriamente al poder. Y, para que nadie se deprima, hay cartas con preguntas cuyas respuestas nunca podrían adjudicarse a una sola persona y, por ende, nadie podría quedarse con ese cartón. Por ejemplo, el que plantea la siguiente hipótesis: “Fuimos apóstoles: ¿quién fue Judas?”

Con razón una de las pautas del reglamento dice: “Está prohibido elegirse a uno mismo”.

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