Entre incrédulos y desconfiados

Entre incrédulos y desconfiados

En junio de 2013 el país se conmocionaba con el caso de Ángeles Rawson, la joven que apareció muerta en un depósito de basura en Buenos Aires. Sobre su muerte se armaron mil hipótesis, la mayoría de ellas descabelladas o que apuntaban a desde una red de trata hasta familiares directos de la adolescente. Nadie creyó que había sido José Luis Mangeri, el portero, el autor de un abuso sexual aberrante que culminó con el asesinato de Ángeles.

Así funciona la cabeza de los argentinos y ese tipo de razonamiento exacerba en los tucumanos, que tendemos a creer en las mentiras y desconfiar de las verdades.

En aquel momento, en esta misma columna, se mencionaba la teoría que el periodista y filósofo Miguel Wiñazki esbozó sobre este tipo de razonamiento en su libro “La noticia deseada: leyendas y fantasmas de la opinión pública”, que escribió en 2004 para tratar de explicar, desde un abordaje propio de sus dos profesiones, por qué los argentinos deciden tomar por verdaderas cuestiones poco veraces y como no-acontecimientos hechos que efectivamente sucedieron.

 PADRE OSCAR JUÁREZ.  PADRE OSCAR JUÁREZ.

En su escrito de 241 páginas, Wiñazki aborda ambas bandas de pensamiento con ejemplos: la probada muerte de Alfredo Yabrán, que para gran parte de la sociedad no es real (y el empresario anda por el caribe disfrutando de su fortuna) para lo que él denomina como “tribu masiva”. En el otro extremo, cita: hay cosas que la opinión pública prefiere ignorar. Hay noticias indeseadas. Aunque sean verdaderas noticias. Y menciona el caso de los hijos de Fernando De la Rúa: estaba probado que habían incurrido en tráfico de influencias en la Universidad de Buenos Aires. Pero una investigación periodística documentada de “Perfil” pasó desapercibida por el simple hecho de que De la Rúa era, en aquel entonces, el preferido de una amplia mayoría social que se negaba a creer que los herederos de aquel político que iba a “salvar la Argentina” eran malos. Prevaleció el mito sobre que todo se reducía a una operación mediática en contra del “bueno” de De la Rúa.

La larga explicación sobre la teoría de Wiñazki apunta a analizar hechos actuales. De Usuhaia a la Quiaca, gran parte de la “tribu masiva” cree o no en causas de corrupción con cantidades importantes de pruebas en contra de los protagonistas según su preferencia política-ideológica.

Casos que involucran a Cristina Fernández y ex funcionarios suyos; y a Mauricio Macri o su entorno son negadas o aceptadas en base a eso: a lo que la respectiva “tribu” cree, no a lo que las pruebas pueden mostrar. La nube de la creencia personal se impone por sobre todo.

PADRE JUAN VIROCHE PADRE JUAN VIROCHE

Algo similar ocurre con el caso del padre Oscar Juárez. En un primer momento, la Justicia -con buen tino- no descartó ninguna hipótesis sobre lo que podría haber ocurrido. Entre ellas, que se tratara de un crimen pasional o que el sacerdote haya incurrido en algún tipo de relación compleja que lo haya puesto en esa situación. Nada de eso está probado, pero apenas la Justicia dijo que “no descartaba” que ello podía suceder gran parte de la grey católica reaccionó indignada. Simplemente porque le parece “imposible” que un hombre de la Iglesia pudiese tener debilidades.

También sucedió con el caso “Viroche”, sin desconocer bajo ningún tipo de especulación la capacidad de entrega, dedicación, servicio y cercanía con el prójimo que uno y otro tuvieran. Una cosa no quita la otra, por la simple razón que ningún ser humano está excluido de la posibilidad de fallar, errar, desviar el camino o como cada uno quiera decirle.

También hay otros condimentos que posicionan a nuestra sociedad ante esta situación de incredulidad: la connivencia entre integrantes de los poderes del Estado, la desconfianza en la Justicia, la lentitud de Tribunales, la anemia de las instituciones y la sensación de desprotección general configuran un combo perfecto para que la verdad se diluya o siempre esté en duda.

Más allá de este “imperio de la noticia deseada” y de la existencia de “delirios tribales” -como cita Wiñazki-, con un Estado que -por inacción u omisión- no transmite ni seguridad ni certezas a su tribu, la noticia deseada continuará siendo la que imponga una sensación de legalidad y sentencia ante una sociedad que se siente atropellada.

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