Las relaciones políticas están marcadas por los gestos y las presencias, pero también por las ausencias. Los detalles de las celebraciones oficiales por el 9 de Julio, condicionadas por la pandemia y el distanciamiento social, generaron una variopinta gama de lecturas en la dirigencia local. El acto central en la Casa Histórica dejó en claro que Juan Manzur es uno de los mandatarios “mimados” por el presidente Alberto Fernández. Durante su primera vez a la cabeza de la fecha patria, el titular del Ejecutivo Nacional no sólo cumplió con las actividades determinadas por el protocolo mediante teleconferencia, sino que además convocó al resto de los gobernadores y a representantes de importantes sectores productivos y pronunció un discurso conciliador.
Un aspecto que no pasó inadvertido fue la ausencia de la vicepresidenta Cristina Fernández y dejó un reguero de especulaciones. En los últimos 20 años, fueron pocas las veces que quienes ocupaban ese cargo no participaron del hecho institucional. Figura clave de la política del país, la ex mandataria es una hábil protagonista de mensajes y de silencios. De acuerdo a de qué sector político sea el intérprete, las versiones varían. Que no apareció para no opacar a su compañero de Gobierno; que el faltazo fue para que se hable de ello o porque no estaría cómoda en el contacto con Manzur, entre otras teorías.
No estuvieron demasiado alejados de la realidad. Dirigentes kirchneristas locales con llegada al diputado Máximo Kirchner afirmaron que la ausencia en este tipo de acontecimientos es una decisión analizada largamente y tomada desde hace un tiempo por ella ¿A qué se debe en esta oportunidad? A tres motivos fundamentales, según fuentes del kirchnerismo tucumano: a la pertinencia de ceder el protagonismo a Fernández; a la necesidad de despejar los fantasmas, alimentados sobre todo por la oposición, de que ella es quien ejerce el poder y él es una figura decorativa y a que, personalmente, Manzur no es su figura favorita del peronismo.
Este último punto es una de las pocas coincidencias actuales que comparten Manzur y su antecesor, José Alperovich.
En cuanto al gobernador, la relación personal no tendría vuelta atrás. Cristina no le perdonaría a su ex ministro de Salud que haya decretado, tras la derrota nacional en las presidenciales de 2015, el fin del kirchnerismo y de ella, particularmente. Aún recordaría que en varios actos en el Congreso y en la Casa Rosada ensalzó al médico y hasta reclamó públicamente a la oposición -que denunciaba un supuesto fraude- que reconociera el triunfo en los comicios por su primera gobernación. Como contracara, otra historia distinta se escribe en el ámbito institucional. Los referentes nacionales “K”, como Eduardo “Wado” De Pedro o el propio Máximo, reciben de muy buena manera a Manzur en Buenos Aires o mantienen línea abierta. En la provincia, los dirigentes kirchneristas, sobre todo aquellos con cargos nacionales, también mantienen una muy buena relación, de trabajo conjunto y consulta, con la gestión.
Alperovich vivía en un tira y afloja subterráneo permanente, primero con Néstor Kirchner y luego con la entonces presidenta. La injerencia en el armado de las listas de candidatos; el espacio que (no) se les brindaba a los kirchneristas locales y la inclusión de ex bussistas en la gestión eran los focos de conflicto. Aunque nunca confiaron en él del todo, Tucumán era una privilegiada en la asignación de recursos, de programas y de obras. El motivo: los resultados electorales que los locales ofrendaban al proyecto nacional. En el último acto público que compartieron como mandatarios nacional y provincial, el 9 de Julio de 2015, Cristina “blanqueó” su antipatía y lo cruzó en su discurso. Miembros de La Cámpora lo silbaron durante su discurso y luego ella lo contradijo cuando fue su turno. Comenzaban sus últimos meses en la Casa de Gobierno y Alperovich había dicho que se despedía con la sensación del deber cumplido. Palabras más, palabras menos, la Presidenta lo retó diciéndole que el deber nunca está cumplido en la gestión pública y el que así lo siente, debe dedicarse a otra cosa. Meses después, Alperovich contaba a LA GACETA que nunca había sido kirchnerista, que se llevaba mal y que la relación se había basado en la conveniencia.
Aunque hubo algunos acercamientos y fotos en 2019, lo que el kirchernismo rescata hoy del alperovichismo son sus dirigentas, sobre todo la ex senadora y ex presidenta del PJ, Beatriz Rojkés, por quien Cristina guarda estima y agradecimiento, y la senadora Beatriz Mirkin.
Las relaciones políticas entre la provincia y la Nación dentro de la coalición peronista fluctúan y se construyen, con mejor pronóstico que en el pasado; o por lo menos, hasta que llegue un año electoral.