La palabra escrita e impresa frente a un océano de oralidad

La palabra escrita e impresa frente a un océano de oralidad

Bernabé Aráoz fue el primer gobernador que advirtió el potencial legitimador la máquina tipográfica belgraniana

Casa Histórica. Casa Histórica. ARCHIVO LA GACETA / FOTO DE JOSÉ NUNO
12 Julio 2020

Por Facundo Nanni

Universidad Nacional de Tucumán

Las investigaciones acerca de los usos y funciones de la primera imprenta provincial muestran resultados sumamente interesantes respecto a un mundo de la opinión todavía en construcción. Las razones por las cuales la cultura impresa tuvo un comienzo contundente, pero también gradual, son más sociológicas que históricas. El antiguo Tucumán del siglo XIX era una sociedad con altos niveles de analfabetismo, incluso entre la elite o familias principales, y por esta razón los impresos convivían por un lado con la cultura manuscrita, y por otro con variadas formas orales que permitían hace siglos volcar expresiones con las cuales hombres y mujeres se referían al mundo de su entorno y a los temidos cambios en su cotidianidad. Es decir que un papel impreso era una rareza entre los más frecuentes papeles escritos a mano, pero también era un formato que irrumpía en un gigante mundo del habla oral.

El impreso, su diseño, su tipografía, se plasmaban en el espacio público con fuerza y asombraban por su carácter multiplicador, pero no conseguían sin embargo destronar a las antiguas formas  de comunicación. Nos referimos a los estudios que muestran la vigencia de los rumores, de los chismes (llamados también “especies falsas” o “especies seductivas”). Un poco similar a las actuales “fakenews”, aunque en una sociedad distinta, estas versiones orales se escurrían por la plaza central, por las iglesias, por las calles, y se referían a temores o ansiedades compartidas. Eran una forma de ingresar, tal vez de costado, a preocupaciones comunes respecto a la guerra, a las epidemias, a la pesadumbre económica, al incertidumbre ante el rumbo de la revolución. Sin necesidad de artefactos estas viejas formas de la palabra  lograban imprimir valoraciones positivas o negativas respecto a la política y respecto a sus principales referentes. Los primeros periódicos tucumanos no dejaban de mencionar a estas resbaladizas formas de comunicación oral, acusando que se trataba de opiniones no verificadas, no racionales, y lo que comenzaba a ser peor para el discurso oficial: sin un autor que se hiciera cargo de lo afirmado.

La música (a través de vidalitas, coplas y otros géneros), estimulaba también la circulación de información en las calles tucumanas, ya que la novedad política o militar solía aparecer en las pulperías como una suerte de noticia cantada que no era incompatible en absoluto con la circulación de papeles. Periódicos y habladurías se intersectaban: el rumor como insumo para la prensa, el chisme como una consecuencia de la noticia impresa, la guitarra como ejercicio comunicativo. La incorporación de la máquina tipográfica belgraniana fue sin embargo una novedad transformadora del espacio público, que los mandatarios supieron incorporar, siendo Bernabé Aráoz el primer gobernador que advirtió su potencial legitimador.

Máquina para empoderar gobiernos

El Diario Militar de 1817 fue el primer periódico salido de nuestras tierras, vinculado como vimos con la presencia del Ejército Auxiliar del Perú y con el período final de Manuel Belgrano en San Miguel de Tucumán, ciudad que honraba con su nombre al arcángel. La retirada de los soldados y oficiales del ejército, y el viaje a Buenos Aires de un Belgrano ya cansado, no marcarían sin embargo el final sino el comienzo del periodismo tucumano.

Bernabé Aráoz, quien había sido el primer gobernador cuando Tucumán adquirió el status de provincia en 1814, retornaría al poder ejecutivo dispuesto a aprovechar la novedosa máquina inglesa. El primer periódico de tipo netamente político fue el “Tucumano Imparcial”, cuya cercanía con el caudillo local se advertía al advertir tan solo quién era la persona que concentraba las funciones de editor y redactor: su tío Pedro Miguel Aráoz, antiguo diputado al Congreso de Tucumán y sacerdote de gran dominio de la palabra. El grupo de los Aráoz, que ya había sido clave en la Batalla de Tucumán y en la recepción de los diputados del Congreso de 1816, se disponía ahora a planes más ambiciosos, pero también más costosos de materializar.

A pesar del título del periódico de tiempos de Bernabé Aráoz, y de algunas menciones que referían a una neutralidad u objetividad muy escasa en todo el siglo XIX, el nuevo medio gráfico realizaba una defensa casi explícita del gobernador y de su experiencia. Un llamativo nombre sería el escogido para el proyecto del líder Aráoz: República de Tucumán, ya que no rompía vínculos con Buenos Aires y las provincias, pero se sostenía en un tiempo de autonomías provisorias. El audaz grupo o facción política conocida en la época como “bernabeismo” pretendía mantener un dominio sobre Santiago y Catamarca, control territorial que hundía sus raíces en 1814, pero que pronto daría lugar al paso de estos pueblos en provincias, dando por tierra con el proyecto de Bernabé Aráoz. La imprenta belgraniana permitió darle forma y poner en circulación nuestra primera Constitución Provincial, efímera como toda la experiencia de la mencionada República, pero fundamental por su valor histórico.

La máquina, por entonces apropiada por los primeros gobernadores, fue un bien muy preciado, único en Tucumán hasta mediados del siglo XIX. Los primeros periódicos tuvieron una limitada tirada, una vida accidentada, y aun así fueron fundamentales para transformar la naturaleza de la opinión, tanto como sus formas de réplica. Era el propio poder ejecutivo, por entonces en construcción, el que se expresaba a través de este medio. Para su financiamiento contaba con fondos del gobierno, pero también  con suscripciones que no superaban las 20 o 30 personas, generando sin embargo circuitos de opinión que impactaban en el accionar cotidiano, amplificadas por el hábito antiguo de la lectura en grupos y la discusión en base a lo leído.

En los largos años del gobierno de Alejandro Heredia (1832-1838), gobernador que también pretendió dominar las provincias del norte, la imprenta fue también puesta a producir enunciados de poder. No hubo en estos años un impreso de estilo periodístico, pero sí un Registro Oficial, que cumplía con el requisito de publicitar los actos de gobierno. Si Alejandro Heredia mantuvo una actitud ambigua respecto a Juan Manuel de Rosas, los años siguientes marcarían en cambio la aparición de periódicos tucumanos de tono más enfático en su apoyo al federalismo rosista. En efecto, los periódicos locales de la década de 1840, llevaban en su portada el famoso lema: “Mueran los salvajes unitarios”. De este tenor fueron los periódicos “La Estrella Federal del Norte” (1841) y “El Monitor Federal” (1842-1844) algunos de cuyos ejemplares pueden consultarse en la Biblioteca y Fototeca del Museo Casa Histórica de la Independencia.

Sin reemplazar a las formas antiguas de expresión, la llegada de la imprenta a Tucumán transformaría para siempre la relación entre política y comunicación.

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