Hace 30 años, el recorrido artístico del músico rosarino Fito Páez daba un giro a partir de la edición de su séptima producción discográfica Tercer Mundo, un álbum con el que iría cerrando su duelo personal iniciado en Ciudad de pobres corazones, y que anticiparía la luminosidad y el éxito comercial alcanzado con su sucesor El amor después del amor, dos años más tarde.
"Lo que siento que me pasó con el álbum es que iba abriéndome cada vez más. Iba saliéndome un poco de la nube negra que venía arrastrando desde el asesinato de mis abuelas. Entonces decidí ponerme un pantalón amarillo, Sergio Pérez Fernández hizo un hermoso logo multicolor, empezaron a aparecer los colores en mi vida. También se dio en la música porque había metales, cuerdas, muchos ritmos diferentes, otra realidades", dijo el artista.
Y completó al analizar el impacto que tuvo el disco en su vida: "había algo como en `El color del dinero´, cuando Paul Newman pega el tacazo y dice `I`m back´ (`Estoy de regreso´). Bueno, esa es la sensación que recuerdo".
Grabado en agosto de 1990 y editado en noviembre de ese mismo año, el impacto de la placa sorprendió e hizo cambiar de planes al propio Páez, quien había proyectado un exilio por su desacuerdo con las políticas neoliberales implementadas por el entonces presidente Carlos Menem; pero decidió quedarse e iniciar la etapa más exitosa a nivel comercial de su historia.
En una entrevista con Télam, Fito recordó los pormenores de la creación de esta importante producción, analizó el contexto y dio su punto de vista sobre distintos aspectos del álbum.
Télam: ¿Cuáles son los primeros recuerdos que aparecen en torno a la creación y grabación de Tercer Mundo?
Fito: Lo primero que se me viene a la cabeza es que el título era una respuesta a la idea del peronismo en aquel momento que era ingresar al primer mundo. Yo tuve una pelea bastante rabiosa en aquellos años porque andaba por el país y veía un país roto, entonces era muy extraño escuchar los discursos del gobierno y ver el país hecho bolsa.. Y también recuerdo un intento de salida del fantasma de Ciudad de pobres corazones. Todavía estaba tratando de escaparme de aquel hecho. Ey! había sido un primer buen intento, pero Tercer Mundo me daba la sensación de algo más encaminado hacia la recuperación de un bienestar. Sin dejar de observar lo que pasaba a mi alrededor, que es lo que he hecho siempre.
T: En aquellos días había anunciado que se iba del país. ¿Pensó este disco como una especie de despedida, de balance o la explicación de su exilio?
FP: Había roto con mi mánager, no había conciertos, se vivía en este desenfreno que decía del país productivo, no tenía cómo pagar el alquiler, y en un momento le dije a un periodista: "Me parece que me voy a ir de acá". Estaba sin hijos así que dije: "Voy a viajar un poco, a buscar mi destino". Después de estar erráticos y en experiencias bastantes "borders" (risa) propias de la juventud, nos llaman desde Buenos Aires y nos dicen que Tercer Mundo se había convertido en disco de oro y que había un montón de Gran Rex por delante y que, posiblemente, nos esperara un Obras en diciembre. Así que volvimos vencidos a la casita de nuestros viejos, pero con un galardón muy importante y con una especie de futuro alentador. Pero no fue balance ni nada. Era una oportunidad en todo caso, puesto en perspectiva de aquellos años de juventud.
T: ¿Considera que con canciones como El chico de la tapa y B.Ode y Evelyn se comenzó a ver más su perfil de cronista?
FP: A mí me gusta cada vez más como terminar la idea de los oficios. Cronista es Leyla Guerrero. Cancionista, Paul McCartney, Chico Buarque. Una de las tantas ventanas que tengo como parte de mi ADN es que se me cuela el cuentista, o el novelista. Ahí siempre meto o intento contar alguna historia dentro de las canciones, que no es un género preparado para tolerar una historia. A veces funcionan bien. Pero no es una pretensión, es como un recurso más para trabajar. Incluso, a veces la crónica o contar determinados hechos es un atajo para llegar rápido a la música que ya está compuesta, tiene su forma. Y es el territorio ideal para que una historia cobre vida. Pero no siento que ahí se plasme algo que no haya estado antes. Vas a encontrar mucho así antes de Tercer Mundo.
T: ¿Puede considerarse este disco como una bisagra hacia la madurez?
FP: Me cae tan mal la palabra madurez. No me gustó nunca. Gerardo Gandini una vez me dijo "La música no evoluciona". La música es un lenguaje que está ahí y vos vas, te nutrís, te informás, buscás, investigás. Pero la música no implica una evolución darwineana. Lo que uno hace es jugar, a veces con más recursos, a veces con menos. Cuanto más recursos tengas, vas a poder explicar situaciones más complejas. Sacando un poco la coyuntura de Tercer Mundo, Ciudad de pobres corazones era un álbum totalmente sólido y delirante, y creo que con La la la y Giros conforman un bloque de álbumes que decís: "acá hay algo".
T: La madurez que remarcaba del disco también era sonora. Aquí aparecen por primera vez orquestaciones con cuerdas. ¿Era algo que ya estaba latente en su obra y aquí pudo concretar?
FP: Fue rubricar un poco lo que ya había experimentado con Luis Alberto (Spinetta), en La la la, que es ver cómo funcionaba las cuerdas en algunos temas y, después sí, el jugar con los metales: Fue el comienzo de una relación con la orquesta y ese tipo de formaciones que después siempre me divirtió mucho abordar.
T: La canción Tercer Mundo posiblemente será una de las más descriptivas que haya escrito con un gran collage de época. ¿Qué puede comentar al respecto?
FP: Da una especie de muestrario de la época, como un nuevo cambalache pop, sin la gravedad del texto de Enrique Santos (Discépolo). Un cambalache pasado por (Andy) Warhol. Están todos juntos. Es como una especie de inferno en el cual estamos todos. El pandemónium que era también esa época. Fue el primer rap grabado en español. Un hermoso mamarracho. Aún lo toco generalmente en mis conciertos en vivo. (Télam)