Aún estamos a tiempo

La India se convertirá en un par de años en el país más poblado del mundo, con más de 1.400 millones de habitantes. Por unos “pocos millones” de personas superará a China, nación que ostentó este título durante 2.000 años, según el reloj mundial demográfico WorldOdometers.info, cuyos datos se toman de la publicación World Population Prospects (Perspectivas de la población mundial) elaborada por la División de Población de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

India recuperará el podio que tenía en el año 1 del almanaque cristiano, cuando a ese país lo habitaban 62 millones de personas, mientras que en China había 60 millones.

Bangladesh, Rusia, Francia, Alemania, Irán, Egipto, Ucrania, Italia, Pakistán y Turquía eran otros de los países más habitados hace dos milenios, aunque con otros nombres y fronteras.

Al ritmo actual, se estima que la India duplicará su población en 43 años. China lo hará en 144 años.

Pakistán es otro país cuya densidad crece aceleradamente. Hoy tiene 225 millones de habitantes y en 29 años tendrá el doble.

Pero la región que más rápido se está poblando es África. Varios de sus países más habitados duplicarán su demografía en sólo 20 años, como Nigeria, hoy con 220 millones, Egipto (102 millones), Etiopía (100 millones), Congo (90 millones), Tanzania (60 millones) o Kenia (50 millones).

En América, los únicos países que figuraban en los radares demográficos de hace dos mil años con poblaciones considerables eran México, con dos millones de habitantes, y Perú, con medio millón. Claro que pasarían siglos hasta que se llamaran así y para que sus límites fueran los actuales.

Los últimos 500 años

En nuestro continente la situación demográfica se ha modificado drásticamente desde fines del Siglo XV y principios del XVI, luego del mal llamado descubrimiento de América.

En realidad fue el desembarco de Europa occidental, que en aquel momento era el centro del mundo “civilizado”.

Hoy sabemos que varias otras culturas llegaron primero a América, como los Vikingos, quienes vinieron 500 años antes que Colón a través de Groenlandia, hasta llegar a lo que hoy es Canadá.

Hoy, mil años después del desembarco de Erik el Rojo en “La ensenada de las medusas”, isla de Terranova, los países más habitados del continente son Estados Unidos (330 millones), Brasil (220 millones), México (130 millones), Colombia (50 millones), Argentina (45 millones), Canadá (38 millones) y Perú y Venezuela (32 millones).

La tasa de crecimiento promedio de los países americanos más poblados es baja (entre el 0,5 y el 1,4% anual) respecto de otras regiones como África, donde hay naciones que llegan al 7%, como Nigeria, o en Asia, donde países como Pakistán crecen a un ritmo del 6% anual.

De todos modos, lo que está cambiando abruptamente, y preocupa cien veces más que el crecimiento demográfico mundial, es el aumento veloz de la población urbana.

En plazos históricos, esta migración está ocurriendo a la velocidad de la luz. En 1900, hace apenas 120 años, la gente que vivía en ciudades en el mundo era sólo el 10% del total. El otro 90% vivía en áreas rurales, en el campo y en pequeños poblados.

En 1960 la población urbana ya era del 30% y hoy ya representa el 60%. La ONU estima que en 2050 el 70% de la raza humana vivirá en grandes metrópolis y que este porcentaje seguirá creciendo a gran velocidad.

A esta situación se le suma otro factor que está mutando de forma acelerada, y es que las ciudades que más crecen son las más pobres.

En 1950, en los países industrializados (desarrollados) vivía el 34% de la población mundial. Sólo 25 años después, en 1975, esa cifra cayó al 28%, y en el 2000 los países “ricos” ya alojaban sólo al 21% de la población, mientras que en las naciones más pobres residía el 79%.

En 20 años el 90% de los seres humanos vivirá en ciudades de países no desarrollados o en las zonas más empobrecidas de naciones medianamente industrializadas.

Argentina y Tucumán

Crecen los cordones suburbanos, los anillos de pobreza que rodean a las grandes metrópolis, los asentamientos precarios, sin servicios ni infraestructuras básicas.

Son varios los motivos que causan esta migración del campo a la ciudad. La globalización fue exterminando a muchas economías regionales; la mecanización del campo va eliminando millones de puestos de trabajo, los medios de transporte son insuficientes en la mayoría de los países, entre otras razones que van empujando a la gente a buscar oportunidades en las grandes urbes, que se hacen cada vez más grandes, más desiguales y más caóticas.

Argentina no es la excepción y Tucumán es un caso paradigmático, porque este contexto se profundiza, ya que el 70% de la población de la provincia vive en el área metropolitana, el Gran Tucumán, y es una tendencia que no deja de crecer, en un territorio que ocupa casi la misma superficie que la Ciudad de Buenos Aires.

“Aún estamos a tiempo”, es una advertencia que repiten urbanistas y expertos desde hace décadas. A tiempo ¿de qué?

A tiempo de dejar de hacer tan mal las cosas, o mejor dicho a tiempo de seguir sin hacer nada.

De las grandes urbes argentinas, Tucumán es la que cuenta con las menores opciones de transporte público. Sólo hay líneas de colectivos, que no cubren toda la metrópolis y que son cada vez más insuficientes. Y los taxis manejan tarifas prohibitivas para el 90% de los tucumanos.

La infraestructura de servicios básicos está estallada, tenemos el menor porcentaje de autopistas y rutas por superficie, pese a ser la provincia más chica, a los espacios verdes los estamos fagocitando y cada vez avanzamos más sobre las montañas y los márgenes de los ríos.

La ciudad es agresiva y expulsiva con los ciclistas y los peatones, tenemos escasas peatonales, no hay ciclovías, ni transportes limpios y eficientes como el tren, por ejemplo.

Es una ciudad hipercentralizada, donde todo se concentra en pocas manzanas, y que se desarrolla y se mueve al ritmo de dos únicos transportes urbanos: el auto y la moto.

No hay proyectos para ampliar los espacios verdes, disminuir la polución o recuperar los cursos de agua naturales, que por otro lado están contaminados y abandonados.

El desarrollo urbanístico se ha “privatizado” y dejado a merced del mercado inmobiliario. Esto ha provocado “crímenes urbanísticos” como el que ha ocurrido en Yerba Buena, donde la construcción indiscriminada de barrios privados fue ahogando a varios sectores de esa ciudad, que han quedado con escasas alternativas de comunicación.

Celebramos algunos proyectos que se han anunciado, como el de unir con bicicletas públicas a las ciudades de Tafí Viejo y de Yerba Buena, como también el de crear ciclovías en algunas calles de Yerba Buena. Lo mismo que era prometedor el plan de semi peatonalización del microcentro de la capital, hoy trunco.

También fueron cajoneados planes como el del tren urbano e interurbano, un nuevo parque en la zona norte de la capital y la descentralización de la administración pública, prometida tantas veces, como también se enterró la recuperación del río Salí.

De todos modos y aunque todo esto se hiciera sería harto insuficiente para enfrentar el futuro no tan lejano que se avecina.

Hemos visto cómo los procesos de transformaciones demográficas en el mundo que antes tardaban siglos hoy ocurren en un par de décadas.

Cada vez habrá más gente en el Gran Tucumán, y más gente en los sectores con menos servicios, menos alternativas de transporte, menos agua, menos cloacas, menos asfalto, menos escuelas.

El tránsito en la ciudad es un desastre, con cada vez más autos y motos, más ruido, más contaminación. Imaginemos lo que será en diez años o en veinte, si seguimos sin hacer nada o, dicho de otro modo, haciendo lo mismo.

El macrocentro de la capital ya debería tener tres o cuatro veces más peatonales. Tampoco se entiende cómo en una ciudad con tanta densidad vehicular aún se puede estacionar en todas las calles, y en horas pico en doble o triple fila.

Estamos cada vez más cerca de parecernos a esas ciudades caóticas de la India o Paquistán que hace medio siglo mirábamos con pena, tan lejanas.

El mundo está cambiando demasiado rápido, los índices se duplican en la mitad del lapso que hace 50 años y nuestros gobiernos siguen transcurriendo sin pena ni gloria, sin que parezcan advertir la gravedad del problema.

A esa alerta urbanística de que “aún estamos a tiempo” se le están acabando las horas, ya no los meses ni los años. Esperemos que los dueños de los votos pronto puedan entenderlo.

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