“A mí papá lo mataron por ser policía. La muerte de él es como un trofeo para ellos”, dijo entre lágrimas Sofía, de 16 años, hija del cabo primero Roberto Lucena que fue asesinado el miércoles al mediodía cuando le robaron la moto. Los acusados del crimen, todos menores de 17, sabían que era efectivo de la fuerza. “Lo mataron como un perro. No hacía falta. Ya les había dicho que se llevaran la moto y estaba con su arma”, agregó la adolescente en una charla con LA GACETA. ¿Murió realmente en un intento de robo? Esa es la pregunta que hasta el momento no tiene respuesta. Pero todo parece indicar que los adolescentes podrían haber cometido el crimen como ofrenda a un cómplice que fue asesinado hace poco más de una semana.
Lucena, de 42 años, estaba charlando con un amigo en la esquina de República del Líbano y Ecuador. Iba en camino a visitar a otra hija. Fue rodeado por cuatro jóvenes. Él se identificó como efectivo. Recibió al menos tres disparos. Malherido, desde el suelo, respondió el ataque e hirió a un tal “Jairo”. “Llevate la moto, pero no me matés, tengo una familia que mantener”, les imploró. Pero un tal “Trapo Grande”, le disparó dos veces con una pistola 380 en el pecho. Según los testigos, antes de huir con la Honda Wave y el arma reglamentaria, miró al cielo y gritó: “¡Esto es para vos!”.
¿Cuál era el significado de ese grito? Los vecinos no tardaron encontrar la respuesta. “Ellos estaban molestos porque le mataron al hermano. Lo hizo otro chango que también era delincuente como ellos. Lucena no tenía nada que ver. Hicieron eso como si fuera un regalo para el otro”, dijo Marcos Lencina, uno de los tantos que no ocultaron las lágrimas durante el velorio. Se refería a la muerte de Leandro Jeremías Rómulo, ocurrida el 26 de mayo pasado en el barrio “Trula”. Ese adolescente, como los que fueron detenidos el miércoles, formaba parte del clan Acevedo.
Débora Díaz, la viuda del policía, no entendía lo que estaba pasando. Durante toda la mañana repetía una y otra vez la misma frase. “Roberto había pedido dejar el servicio 911 por una sola razón: me decía que la calle estaba muy fiera y que ya nadie respetaba el uniforme que llevaba puesto. Por eso prefería ser capachero en la división Logística que seguir en las calles. Tenía miedo por sus hijas”, señaló mientras se ahogaba en un mar de lágrimas.
Lucena no era un improvisado. Durante su carrera prestó servicios en destinos especiales como el Grupo Cero y el Cuerpo de Infantería de la Unidad Regional Capital. Estaba acostumbrado a trabajos duros, donde se necesita temple de acero y mucho valor. “Me pregunto de qué le sirvió. No sé qué será de nosotras ahora”, indicó la viuda. “A mí que se haga justicia no me sirve de nada. Eso no me devolverá a mi esposo”, agregó.
La bronca se percibía en cada rincón de varios barrios de la zona. Son los lugares donde “Jairo”, “Trapo Grande”, “El Melli” y “El Negrito” generaban terror. “Espero que no salgan más esas plagas porque no sirven, son una desgracia. Lo digo porque ya no les tengo miedo y, después de esto, que no vuelvan por aquí. Ya les avisamos a sus familiares”, aseguró indignado Pedro Farías.
Los sospechosos tienen numerosos antecedentes. Entraron y salieron de las comisarías y del Instituto Roca. Ninguna táctica de las autoridades dio buenos resultados con ellos. Eran el terror de los preventistas, vecinos y extraños que circulaban. A tres de ellos la muerte los golpeó muy cerca. “Jairo” y “Trapo Grande” eran parientes cercanos del adolescente asesinado hace menos de una semana. En noviembre de 2018, desconocidos ingresaron a un domicilio de Villa Muñecas buscando a “El Melli”. Se confundieron y terminaron matando a su hermano mellizo. El adolescente, semanas después, encabezó varias marchas exigiendo Justicia. Hoy está detrás de las rejas.