Hasta la década del 80 era común que en los distintos clubes de la Asociación Tucumana de Basquetbol los planteles tuvieran lazos familiares que evidenciaba un cierto grado de pertenencia entre sus componentes. Algo que ahora se recuerda con cierta nostalgia.
En aquellos tiempos, al citar un apellido, rápidamente se lo asociaba con un equipo determinado. En Talleres de Tafí Viejo, los Solórzano era una marca registrada; en Juan Bautista Alberdi, los Maldonado; y en Huracán BB, los Fernández, entre otros. Esto parece haber quedado en la historia con la llegada del profesionalismo.
En Tafí Viejo
Jerónimo Sólorzano forma parte de la segunda generación de los Sólorzano en Talleres. Es hijo de Rubén y sobrino de Darío, ambos emblemas en un club que en los últimos años ganó un protagonismo que aún sostiene. “En aquellos tiempos, al básquet se lo vivía con mucha pasión. Había un gusto especial dentro del amateurismo. Me acuerdo que mi ‘viejo’ y mi tío tenían un orgullo tremendo cada vez que jugaban por el club. Con ese espejo, no me quedaba otra que dejar todo para Talleres y colaborar para que se pudiera consolidar en el mejor nivel de competencia”, dijo Jerónimo, que ahora juega Independiente de Santiago del Estero, club que milita en el TNA. El jugador está pasando la cuarentena cerca de sus afectos.
Reconoce que el sentido de pertenencia que los jugadores tenían en otras épocas se empezó a perder progresivamente. “Una de las causas principales fue la creación de la Liga Nacional. Esto posibilitó que el básquet empiece a transitar un cierto nivel de profesionalismo, que fue sepultando a los clubes de barrio. Así nos dio a los jugadores la posibilidad de buscar nuevos rumbos para crecer deportivamente y en lo económico. Pero eso para nada invalida todo el amor que tengo por Talleres. Ahí viví mis mejores momentos”, señaló el basquetbolista de 31 años.
En Villa Alem
Desde hace casi 50 años, fue una saludable costumbre que en los planteles de Alberdi hubiera por lo menos un jugador de apellido Maldonado. Roberto, Raúl, Carlos, Jorge y Enrique fueron los adelantados en un ciclo de la entidad de Villa Alem lleno de consagraciones. Luego lo siguió Mariano (hijo de Raúl), un jugador que, a pesar de que en los últimos años de su extensa carrera fue un nómade, mantuvo inalterable el amor por el equipo. “Me acuerdo de que íbamos a la escuela primaria y después de hacer los deberes, con los amigos del barrio nos juntábamos en el club para jugar. Cuando estaba cerrado, nos la ingeniábamos para saltar la tapia que daba a la casa de los Terranova y jugar hasta que nos corrieran”, dice Mariano.
Él también debió adecuarse a los cambios que se registraron en todos los órdenes en el básquet. “Nunca me hubiese gustado irme de Alberdi, pero terminé aceptando los ofrecimientos que me hicieron porque esto me permitió jugar en otros niveles del básquet. Todos saben que mi corazón siempre estará en el club. Quiero decir que aunque jugaba en otros clubes, nunca se me fue la pasión que tengo por Alberdi”, asegura.
En El Bajo
Carlos, a quien el mundo del basquetbol tucumano conoce como “Cangurín”, es un fiel representante de la marca registrada de los Fernández en Huracán BB. Confiesa que nunca le hubiese gustado irse a jugar en otro club, pero que la necesidad pudo más. “Todos tenemos familia y cuando eso es así lo económico empieza a importar. En cada club dejé todo, pero la camiseta que tengo grabada a fuego es la de Huracán. Este sentimiento lo heredé viendo a mis tíos, que tantos años defendieron los colores que nos identifican”, expresó. La nostalgia por todos esos momentos se mantiene hasta hoy, cuando visita su segunda casa. “Me encanta cuando entro a mi club y escucho el sonido de una pelota ppicando. En ese momento se me vienen a la mente tantas noches de partidos... Noches que me fueron forjando, primero como persona y luego como jugador”, comentó.